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Noticias del Museo

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BOLETÍN DE LA ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL MUSEO DE GUADALAJARA,  nº. 5 (Guadalajara, Asociación de Amigos del Museo de Guadalajara), 2014, 200 pp. (ISSN: 1889-173X).
Un nuevo número del Boletín de la Asociación de Amigos del Museo de Guadalajara, el cinco, ha visto la luz recientemente. En los tiempos que corren esto no es muy frecuente ya que las posibilidades de subsistencia de este tipo de publicaciones suelen ser escasas debido, principalmente, a la falta de ayudas y subvenciones por parte de las administraciones públicas relacionadas con la Cultura y a la falta de trabajos y colaboraciones por parte de los investigadores, como resultado de lo anterior. Al no haber ayudas a la investigación, cunde el desánimo y quienes hasta hace unos años llenaban sus páginas, así como las de otras publicaciones, actualmente están en paro y con pocas perspectivas de futuro si, encima, la carrera que han estudiado es de “letras”, que actualmente parecen estar “mal vistas”.
Volviendo al tema que ahora nos preocupa diremos que el presente Boletín ha contado para su publicación con la ayuda del Patronato Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Guadalajara, a quien agradecemos su generosidad.
Consta de siete trabajos, una reseña acerca de las actividades realizadas por el Museo de Guadalajara a lo largo del ejercicio 2013 y una “necrológica” en recuerdo de Jesús Valiente Malla, anterior director de la Asociación.
Los trabajos, como viene siendo costumbre, versan sobre diferentes temas relacionados con los propios de todo Museo Provincial -Arqueología, Bellas Artes y Etnografía-, así como sus correspondientes ciencias auxiliares.
“Recuperadas varias urnas celtibéricas en Ruguilla (Cifuentes, Guadalajara)” y “Restos de una necrópolis medieval en el casco urbano de Trillo (Guadalajara)”, se deben a Antonio Batanero Nieto. En el primero se ofrece una serie de datos o apuntes de interés sobre el ámbito geográfico en el que se encuentra el pueblo de que trata, Ruguilla, así como sobre sus personajes y círculos culturales más destacados: Manuel Serrano y Sanz, Francisco Layna Serrano, Juan Francisco Yela Utrilla, incluyendo también a Juan Catalina García López y a Enrique de Aguilera y Gamboa, Marqués de Cerralbo, que algo tuvieron que ver en la historia de la investigación, cuyas primeras incursiones se dan a conocer a lo largo de la páginas siguientes, y que vienen a ser una especie de introducción a las circunstancias que rodearon los hallazgos actuales. Se describen igualmente las piezas encontradas y se comparan con otras regionales, para concluir que: “la recuperación de este tipo de materiales pone de manifiesto que muchas veces, los mecanismos de protección de los yacimientos arqueológicos no llegan a tener la efectividad que deberían… algunas obras… como la ampliación de una carretera, el raspado de limpieza superficial o la instalación de postes, han supuesto un deterioro importante de este yacimiento alcarreño. Considerando lo difícil que es controlar estas actuaciones desde la Administración, debería divulgarse cuál es el procedimiento que debe llevar a cabo un ciudadano de a pié, cuando observe un deterioro al patrimonio histórico”, para finalizar con una selección bibliográfica.
El otro trabajo, el segundo de los firmados por Batanero, alude a los materiales arqueológicos encontrados en el relleno de una zanja realizada en lo que fue la necrópolis de El Castillo, en Trillo, donde aparecieron numerosos restos muy fragmentados y descontextualizados, pero a través de los que es posible afirmar la existencia de un asentamiento estable de época islámica, que podría abarcar todo el siglo X, así como la existencia de un espacio de necrópolis que podría tener una existencia muy dilatada, desde comienzos de la Edad Media.
También se tenía noticia de una necrópolis de tumbas antropomorfas excavadas en la roca, a la que “hay que añadir ahora la presencia de números restos óseos y de dos estelas tabulares cristianas que evidencian con mayor claridad su uso como especio funerario hasta, al menos, finales del siglo XIII. Refiere también el posible uso de una estela romana.
“Eremitismo altomedieval en el Henares Medio: Nuestra Señora de Zayas (Jadraque)”, es el siguiente trabajo, escrito esta vez por Ricardo L. Barbas Nieto, quien tras una amplia introducción al monacato hispano y su ubicación en el Valle del Henares -donde define dos zonas con investigaciones sobre conjuntos eremíticos: Alcolea de las Peñas (despoblado de Morenglos)-Tordelrábano (cuevas artificiales de “los Corrales” y “la Merendilla”), en la cuenca alta, y Badiel de Valdearenas (los Palacios de la Tala)-Sopetrán (Sabatrán), en el Henares medio-, conduce al lector hasta la ermita de Nuestra Señora de Sahajas o de Zayas, de la que existen antiguas referencias escritas, desde 1353, describiendo los restos actuales, dimensiones, usos y fases.
María Luz Crespo Canoparticipa con un extenso trabajo (páginas 67 a 134) titulado "Disuelto en el aire”: Sobre un Apostolado del antiguo Museo Provincial de Guaadalajara”.
Dicho Apostolado consta de dieciséis cuadros que pertenecieron a la colección del antiguo Museo, que durante años estuvieron en la iglesia del Fuerte de San Francisco, y que, por primera vez, se estudian en conjunto.
Óleos sobre lienzo, de grandes dimensiones, unos 270 x 70 centímetros, cada uno con la representación de un apóstol a tamaño natural, que visten ropajes de amplios pliegues y ocupan, aproximadamente, los tres cuartos inferiores del lienzo, ya que el superior corresponde a un paisaje que deja ver el cielo entre elementos vegetales, rocas o arquitecturas, que va describiendo pormenorizadamente, para otorgar su autoría a Rómulo Cincinato, y su datación, hacia 1591, cuando el pintor residía en Guadalajara con permiso real.
Pedro José Pradillo y Esteban colabora con un trabajo que lleva por título “Palacio de los Duques del Infantado, 1914-2014. Cien años de Monumento Nacional”, en el que indica que la combinación de elementos góticos, renacentistas y orientales convierte dicho monumento en la construcción hispánica más importante del siglo XV, en el que la traza y los programas ornamentales, así como la distribución de sus dependencias, planteadas por Juan Guas, lo colocaron en el punto de inflexión, “a quo et ad quem”, en lo tocante al mundo de las ideas estéticas, como no podía ser de otra manera considerando la importante aportación de algunos Mendoza en la difusión de las ideas filosóficas y literarias más importantes del Humanismo italiano, así como también a través de sus contactos directos con los grandes centros culturales del momento, además de por la construcción de otras grandes obras arquitectónicas planificadas para Guadalajara y su provincia bajo su patrocinio, lo que entonces supuso una clara “visión moderna” ya que el modelo de fachada, la galería y el jardín, sus dimensiones y las funciones de distribución, servirán después para definir la arquitectura residencial y hospitalaria hispánica del siglo XVI.
Sigue un trabajo sobre restauración artística firmado por Elena García Esteban: “Restauración de la obra pictórica de San Pedro Arrepentido o Las lágrimas de San Pedro de Luca Giordano, Guadalajara”.
Tras la identificación de la obra, su descripción e iconografía, Elena García pasa a estudiar con detenimiento otra obra -versión- del mismo autor conservada en el Museo del Prado, para volver a la anterior y analizar su técnica pictórica y su estado de conservación, con el fin de proceder a su restauración empleando el tratamiento más adecuado y concluir que “el fin último de los trabajos de restauración realizados sobre la pintura de San Pedro arrepentido del gran maestro Luca Giordano, era comprender al autor y el mensaje que nos ha querido transmitir, para poder recuperar la correcta lectura de su obra”.
Finalmente, quien esto escribe firma una amplia “Bibliografía (Febrero 2013-Diciembre 2014)”, referente a Historia, Arte, Antropología-Etnología-Folklore e investigación literaria, aspectos éstos que, como vimos más arriba, son los que más directamente afectan a las colecciones conservadas en el Museo de Guadalajara.


José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS      

La Ruta del Arcipreste de Hita

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Antonio Herrera Casado: “La Ruta delArcipreste y otros viajes extraordinarios”. Aache Ediciones. Guadalajara, 2011. Colección “Tierra de Guadalajara” nº 80. 180 páginas.

Es este un libro que Herrera Casado debía a sus habituales lectores del periódico. El autor, que desde 1970 está escribiendo, analizando y ofreciendo datos sobre la historia y el patrimonio de Guadalajara, ha tenido siempre como tribuna donde exponer sus hallazgos e interpretaciones el periódico “Nueva Alcarria”, donde nos ha dejado cientos, miles de escritos que apuntan datos (muchos de ellos desconocidos) referentes a esta tierra alcarreña. Pero como muchas de esas aportaciones se queman en la perentoriedad del papel que vuela, de la hoja del periódico que se pasa, a veces deprisa, y casi siempre por única vez, ha querido dejar algunos de esos viajes que él califica de extraordinarios, recogidos en un libro, en el que además abre con el amplio relato de una ruta caminera y sorprendente, que hasta ahora no se había concretado, o al menos no lo había hecho con la contundencia y la certeza de lo simple.
Esa Ruta del Arcipreste que da título al libro y con el que abre sus primeras 24 páginas, es el resultado de las conclusiones a las que llegó el Congreso Internacional para establecer la Ruta del Arcipreste, celebrado en Guadalajara en junio de 1997 (Ver más datos), y en ella se plasman las conclusiones por todos aceptadas para consolidar en ese trayecto que discurre por las provincias de Guadalajara, Segovia y Madrid, el nítido camino que el autor medieval siguió y nos lo cuenta en sus escritos.
La ruta es detallada al máximo por el autor, con pueblos, lugares, puentes, monasterios, sierras y puertos, caminos y cumbres por las que pasar. Con muchas fotos, datos prácticos y el ánimo consiguiente para descubrir, con un libro clásico en las manos, esa España que se mantiene silenciosa pero que aturde de tan expresiva que es.




Al libro le añade Herrera hasta 32 viajes por las cuatro comarcas de la provincia, esas que denominamos como Campiña del Henares, Alcarria, Serranías (la norte y la del Ducado) y Señorío de Molina. En cada uno de ellos, previamente publicado en Nueva Alcarria, nos muestra detalles de pueblos, de monumentos, de picotas, de cuevas y de fuentes. Por citar algunos, está el “Viaje a Valverde de los Arroyos”, el “Viaje a la Peña Escrita de Canales”, el “Viaje al Monasterio de Lupiana” y el “Viaje a las plazas mayores de la Alcarria”, por citar solamente uno de cada una de las comarcas. En ellos, Herrera cuenta su visión, sus impresiones, y describe las cosas que mira atentamente. Todas son oportunidades para pasar un fin de semana admirando alguno de los asombrosos perfiles de Guadalajara y su tierra. El libro tiene sus correspondientes índices y las indicaciones prácticas que el viajero debe tener en cuenta para que su viaje sea provechoso.

Admirando Recópolis

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OLMO ENCISO, Lauro, GÓMEZ DE LA TORRE-VERDEJO, Amaya, CASTRO PRIEGO, Manuel y GÓMEZ GARCÍA, Laura, Recópolis. Guía del parque arqueológico. Ciudad visigoda, medina andalusí, castillo calatravo, Toledo, Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha (Parques Arqueológicos de Castilla-La Mancha, 03), 2008, 83 pp. (ISBN: 978-84-7788-497-2).

Afortunadamente, el visitante de Zorita de los Canes puede disfrutar de tres muestras del pasado y la historia de Guadalajara de una sola vez: la ciudad visigoda de Recópolis; la misma ciudad, pero en su fase de ocupación andalusí, y el posterior castillo calatravo, además de otra serie de elementos unidos a los anteriores, que en algunos casos sirvieron para irlos conformando como las canteras, el acueducto, amén del propio Centro de Interpretación y del territorio donde se encuentran enclavados.
Un viaje por el tiempo que merecerá la pena.
La guía, que es la número tres dedicada a de este tipo de Parques Arqueológicos de Castilla-La Mancha, se divide en tres partes, de las que dos, son muy breves en cuanto a su espacio: Recópolis esencial y Recópolis práctico, mientras que la tercera: Recópolis  a fondo, constituye la guía propiamente dicha, que se centra en el momento del descubrimiento de la ciudad y de sus posteriores investigaciones, los orígenes de la ciudad -su fundación- y el lugar que se eligió para su fundación, así como las fases de su construcción hasta llegar a la ciudad visigoda, que se da a conocer a través de su urbanismo, en el que destaca el conjunto palatino que engloba a su vez al palacio, la iglesia y la puerta monumental.
Junto a este conjunto principal hay otro conjunto que correspondería a lo que fue la zona comercial donde se establecieron las viviendas y los distintos talleres existentes, de los que han encontrado interesantes vestigios de talleres destinados a la fabricación de vidrio y a la orfebrería. Dicho conjunto habitacional estaría rodeado de una amplia muralla. También se deja constancia de la existencia de una construcción destinada a ceca.
Se estudia el suministro de agua, llevado a cabo gracias a un acueducto del que se conservan numerosos restos, así como también los de una cantera próxima.
Dentro de este mismo apartado se ofrecen datos acerca de la Recópolis andalusí, especialmente de su fortaleza, que se llevó a cabo mediante la transformación y fortificación de los anteriores edificios destinados a oficinas y administración palatina de la ciudad visigoda. Protegida por dicha fortaleza, que mira al talud del río Tajo para mayor capacidad defensiva, se encuentran los restos de la ciudad andalusí, en cuchas de cuyas viviendas se han encontrado numerosos silos de almacenamiento.
Después, tanto los restos visigodos como musulmanes servirían como cantera, hasta la llegada de la época cristiana y moderna en que la anterior ciudad se convertiría en una minúscula aldea de carácter rural campesina cuyos restos basilicales se verían transformados en una sencilla ermita románica dedicada a Nuestra Señora de la Oliva, puesto que tal es el nombre de su asentamiento: Cerro de la Oliva.
Después vendría el traslado a Zorita de los Canes, donde el conjunto del castillo y las murallas que lo defienden constituyen sus monumentos más importantes.
En este mismo apartado se propone al visitante la visita al Parque Arqueológico, siguiendo un itinerario que puede durar entre 45 minutos y una hora y cuarto, ampliables si se opta por visitar el castillo de Zorita o los lugares más alejados, donde se encuentran las canteras, el acueducto o los molinos medievales.
El itinerario recomendado comienza ascendiendo al cerro de la Oliva, atravesando las primeras murallas, todavía sin excavar.
Allí se encuentra el ábside de lo que fuera basílica y posterior ermita, junto al que se encuentra la necrópolis. Siguiendo el camino habilitado se llega a un cruce de calles donde puede contemplarse una vivienda con patio porticado, delante de la que se conserva una cisterna que servía para el abastecimiento de agua de esta zona urbana. Desde allí, subiendo la calle principal, pueden verse dos edificios comerciales, uno a cada lado, que constan de dos habitaciones -no muy amplias- que dan a la calle, quedando las habitaciones mayores en la parte trasera, como almacenes y talleres. En una de ellas apareció un horno circular para la fabricación de vidrio.
En la parte más alta de la calle puede verse el basamento de una gran puerta monumental que daría acceso a la gran plaza, distribuidora del conjunto palatino. Traspasada la puerta se llega a un largo edificio, -el de mayores dimensiones de la Europa occidental de esta época-, cuya segunda planta debía sostenerse sobre pilares centrales de sección rectangular.
En este punto se recomienda un paseo por las dependencias palatinas, así como la contemplación del río y la geografía circundante.
Al Oriente de la plaza se encuentra la basílica, con planta de cruz latina, de tres naves, y el acceso a la cabecera. A los pies se conserva el baptisterio, por inmersión, donde en 1946 se encontró un importante tesorillo de trientes aúreos.
A partir de aquí, se recomienda nuevamente volver a la calle principal y observar las transformaciones del periodo musulmán.
La gira por Recópolis puede completarse con un recorrido por el castillo de Zorita de los Canes, antigua medina fundada a mediados del siglo IX, en la que aún es posible observar la reutilización de diversos materiales constructivos de la antigua Recópolis.
 No lejos de allí se encuentra la villa de Almonacid de Zorita donde pueden contemplarse testimonios de los siglos XIII y XIV, así como la “Ducal” Pastrana, en cuya colegiata pueden contemplarse los famosos tapices, recientemente instalados tras su restauración.


Un canto a Castilla, su historia y su literatura

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MAÑUECO, Juan Pablo, Castilla, este canto es tu canto. Parte I: La historia, la literatura, el futuro, Guadalajara, El Autor / Aache ediciones, 2014, 154 pp. (I.S.B.N.: 978-84-15537-54-0).

Dice Antonio Herrera Casado, Cronista Oficial de la provincia de Guadalajara y editor del texto que comentamos, que:

“En este libro se rinde el merecido homenaje que nuestra tierra, Castilla, esperaba. Lo hace un poeta que ha caminado las sendas y los valles, las pueblas y los montes, escuchando la voz antigua de nuestra nación. Y de ella surge, por su mano, este  torrente de versos, esta catarata de ideas, esta belleza continuada de mensajes y palabras”.

Juan Pablo Mañueco (Madrid, 1954), ha escrito numerosas obras, pero recordaremos ahora y aquí “Guadalajara, te doy mi palabra”, que inició una serie de trabajos que iremos comentando paulatinamente.

El presente libro consta de dos partes y no tiene prólogo alguno, aunque sí epílogo.

El autor, además de poeta de medido verso al estilo clásico, se convierte por arte de magia en historiador. El lector no sabe si está ante un poeta, un historiador o un juglar que, al modo medieval, fuera recorriendo plazas y mercados haciendo sonar su voz y su música para conocimiento y general regocijo de los oyentes -hoy lectores-.

Parte la obra, su cuarto poemario, a modo de comentario de la epopeya castellana, desde que el agareno llega a las tierras sureñas haciendo que sus habitantes se tuviesen que desplazar a zonas más al norte donde poder asentarse sin tanto temor a las escaramuzas bélicas, hasta 1499, en que se publica La Celestina,  ya con un lenguaje más asentado y maduro que Castilla utilizaba con normalidad para dar a la luz obras maravillosas y ejemplares en el mundo de la cultura y que, después, con la conquista de América, epopeya castellana en su totalidad, se expandiría por la mayor parte del planeta.

Consta este primer volumen, bellamente dedicado “A Castilla, mi tierra, mi cultura, mi palabra. [Pero también] A mi hija, María Victoria”, de tres partes, que, a su vez, se subdividen en otras ocho, la primera titulada: “El nacimiento, la historia, la literatura”, que es la más extensa; “El hoy y el mañana”, la segunda, y un “Epílogo”.

Así, el primer apartado se centra en “El nacimiento (siglo VIII). Antiguo clan que octavo a nuevo adujo” y que consta de “Introito”:

“Aún no oyes juglares / por este lugar calmo y sosegado / tañendo sus cantares; / pero, al bosque abrazado, / silba un idioma naciente, / que ha llegado. // Ni escuchas las canciones / de amor, de amigo, de gesta y alborada, / más nutre tus rincones / voz recién aflorada / que pronto entone copla bien rimada”.

 “La invasión musulmana” y “Un pueblo nuevo”, que bien podría servirnos como ejemplo del contenido del resto del mismo, que se extiende por el nombre de Castilla en el siglo IX. -“Bardulia, que ahora llamamos Castilla”-, que consta de otros tres poemas: “El nuevo nombre”, “La denominación geográfica suple al anterior nombre de gentes” y “Los cartularios de Valpuesta”, “Los escritos (siglo X). Idioma inaugural, que reidor, balbuciente” (“Glosas emilianenses y silenses”) y “Las jarchas”.

El apartado IV trata de “Los sentimientos (siglo XI)”, sobre la lírica que comenzaba a destellar en aquel momento y continua con otras jarchas más: “Lloran las jarchas”, tan bellas como aquellas conocidas que dicen así:
“Vieni la Pasqua e vieni sin elu (él) / ¿ay, como arde mío coraçón por elu”.

O esa otra que tanto llega al corazón:
“Tanto amare, tanto amare, / habib, tanto amare, / ¡enfermaron ojos antes sanos / y duelen tan male!”.

El lector ve cómo crece progresivamente el sentido poético de Juan Pablo Mañueco, al tiempo que el libro se va convirtiendo en un compendio de la historia de España escrito en verso. Por eso siguen a los capítulos anteriores otros más, hasta llegar al apartado V. “La épica (siglo XII). Para gestas, sobra el grano y abunda el compañero”, donde se habla de “Los siete infantes de Salas o Lara”, de “Bernardo del Carpio”, del “Poema de Mío Cid” y del “Auto de los Reyes Magos”, comienzo del teatro en castellano, para continuar con (VI).- “El Mester de Clerecía (siglo XIII)”, donde no podía faltar la figura de Gonzalo de Berceo, el Poema de Fernán González, Alfonso X el Sabio y otros hechos significativos en la cultura de Castilla: Como reina de los mares, rumbo a Sevilla, o hacia el Mediterráneo y el Canal de la Mancha, además de la norma del idioma castellano y la fundación e importancia de la Universidad de Salamanca.
Y con ello se llega nuestro poeta al apartado séptimo: “Lírica y Didáctica (siglo XIV)”, que es el siglo de Juan Ruiz arcipreste de Hita, del canciller don Pero López de Ayala, de don Juan Manuel, y también, del Romancero Viejo, de la lírica popular y de la culta, que poco más tarde desembocarán en un prerrenacimiento que significará la madurez de la lengua y la literatura con el Marqués de Santillana, Juan de Mena, Jorge Manrique… Una Lírica cancioneril, las novelas sentimentales y de caballerías, la Historia en prosa y el Teatro, con la tragi-comedia -¿cómo es posible que una tragedia sea a la vez comedia?- de Calixto y Melibea que situaron a Castilla en las más altas cumbres de la cultura universal.

Después vienen unas “Seguidillas de las comarcas castellanas (el, la, los y las, y no hay más que hablar)”:
“De Castilla a la Mancha / no va distancia, / Que la Mancha es comarca. // De Castilla a la Mancha / tan sin distancia / que Castilla se ensancha / desde la Mancha. // De Castilla a la Jara / nula distancia, / que la Jara es comarca, / como la Mancha. // De Castilla a la Sagra / sobra distancia / que viera quien mirara / misma sustancia. // Desde el Valle de Alcudia / no hay lejanía, / a Castilla separa / de Andalucía. // Cervantes lo dijera / en Rinconete, / que en val de Alcudia ubica / su Molinete. // Los Montes de Toledo / …”

Eso es, Mañueco, hace un excelso canto, amplio, a su Castilla, a la Castilla de todos, a la Castilla universal, a esa Castilla que se pierde por entre las discusiones de otras comunidades y que ya no es capaz de ofrecer sus ubres, ahora vacías, a otras provincias, comunidades, gentes, que tanto la exprimieron. Juan Pablo Mañueco hace un canto universal a esta tierra castellana que le vio y nos vio nacer, y no crítica a los demás sino que ensalza las cualidades de su madre tierra patria. Surge aquí la necesidad de utilizar el lema mendocino: “Dar es señorío; recibir servidumbre”.

Es el poema que nos cuenta esa amplia peripecia vital de la Castilla amplia y generosa, maternal, que a través de los tiempos, desde su “pequeño rincón” -aquel donde naciera-, fue transformándose en la tierra más poderosa de Europa, que fuera tanto como serlo del orbe total.

La parte final es un epílogo que se conforma en homenaje a la Lírica medieval, cuya lectura recomiendo al interesado, puesto que habla de aspectos particulares, realizados por el propio poeta, a semejanza de otros que sirven de ejemplo y dan idea de su forma de ser y de su composición.
Son, desde mi punto de vista, poemas didácticos con los que aprender las viejas rimas y saber más a fondo del mundo de la poesía universal, que es la española (o si se quiere, castellana), de aquella época.

 José Ramón López de los Mozos

Una fiesta única: la Pandorga de Auñón

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Recupera López de los Mozos la memoria de una celebración que ha devenido en única en toda la provincia. Se trata de “La Pandorga” de Auñón. La estudia, y describe, junto con apéndices documentales en las que se cita, en un artículo que acaba de publicarse en la “Revista de Folklore” nº 393 de Noviembre de 2014, en las páginas 35 a 42. El título exacto es “La Pandorga de Semana Santa en Auñón”.
Junto con Cózar del Amo (+) el estudioso de nuestras tradiciones, José Ramón López de los Mozos, nos ofrece una revisión sucinta pero muy reveladora de esta costumbre que en Auñviene de  Edadmuy reveladora de esta costumbre que en Auñón viene de la más profunda Edad Media, y que consistía en un ágape jolgorioso en la madrugada del sábado santa al Domingo de Resurrección, para celebrar ese hecho capital del cristianismo, la vuelta a la Vida de Cristo muerto. En Auñón era una cofradía, la de la Vera Cruz, y desde al menos 1619 como consta en sus estatuyos, la encargada de preparar ese rito, consistente en comida, bebida y algarabía por las calles, desde el cementerio que estaba junto al convento franciscano de San Sebastián, hasta la iglesia parroquial. La fiesta, hoy, ha degenerado en gamberrismo, y muchos aprovechan ese momento tradicional para hacer descalabros en las propiedades ajenas.
En cualquier caso, la fiesta es referida, anotada, descrita y salvada en la memoria por parte de nuestro más sabio folclorista y analista del pasado social de nuestra tierra: López de los Mozos se apunta otro tanto con este pequeño artículo, sencillo e imprescindible.

A.H.C.

Sigüenza al fondo

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Aunque concluida el 4 de marzo de 2014, martes de carnestolendasLa República Archipiélago de Ignacio de Sigüenza, editada por J. I. Costero, no habría podido ver la luz, por razones que no vienen al caso, hasta principios de 2015, coincidiendo así con el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de El Ingenioso Hidalgo.

Coincidencias aparte, su editor considera irrelevante el profundizar en más detalles sobre la autoría de dicha obra. Una obra que nace con vocación de ser, como lo fueron la mayoría de las obras en el medioevo, anónima. Por el contrario, sí que considera de interés resaltar la figura de Ignacio de Sigüenza, del “Bachiller” Ignacio de Sigüenza, para ser más precisos, quien, en la ficción,  habría sido expulsado por converso del Colegio de San Antonio de Portaceli de Sigüenza, y que, tal vez por ello, habría recibido también el encargo de Lucronio (verdadero protagonista de esta historia) de escribir un coloquio renacentista, con el que glosar las gloriosas gestas de los dos pícaros que venden su alma al demonio con tal de detentar el poder en una próspera República: La República Archipiélago.

Escrita a contracorriente de las modas literarias actuales, en un español tradicional, aderezado con giros y modismos, seguntinos y alcarreños, pero también con viejos refranes, aforismos y sentencias, La República Archipiélago no es solo el sueño fáustico de dos pícaros, como reza en su cubierta, es también, o al menos pretende serlo, un diálogo “lucianesco” (coloquio renacentista) sobre el poder político y quienes lo detentan, coloquio al que se ha dotado de una estructura dramática para hacer más amena su lectura y más fácilmente identificables, bajo el maquillaje y los trajes, a sus numerosos personajes (coro incluido); coloquio por otra parte en el que se lleva hasta sus últimas consecuencias, en clave de comedia, la metáfora política de la transformación geográfica de la Península en “Archipiélago”, expuesta por vez primera por Juan Goytisolo en sus Nuevas Cartas Marruecas, en el año 1979, recién estrenada la democracia.

Diálogo “lucianesco” o coloquio renacentista, con él se ha querido también rendir homenaje a Miguel de Cervantes -uno de los autores que más cultivó este género literario-, en especial con escenas como:De la Realidad (Acto III - Escena 3) contemplada, como no podía ser de otra forma, desde la perspectiva caballera de Clavileño el Alígero, o con La lección de anatomía (Acto III - Escena 6) del cuerpo de la República.

Por otro lado, sus 422 notas al pie de página, en su mayoría de fuentes primarias (grecolatinos, autores clásicos de la literatura española y universal, humanistas, historiadores, filósofos, políticos, etc.), además de familiarizar al lector con el contexto histórico y político de la imaginaria Península en la que supuestamente transcurre la acción dramática, hacen de La República Archipiélago una obra de teatro bastante insólita y cuando menos singular.


Una historia de Archilla

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GARCÍA LÓPEZ, Aurelio, Historia de Archilla, Guadalajara, Aache Ediciones (col. Tierra de Guadalajara, 78, guías), 2011, 271 pp. (ISBN: 978-84-96885-61-6).

Veinticinco años antes de la publicación del libro que comentamos (2011) fue creada la Asociación Cultural “Amigos de Archilla” con el fin de salvaguardar el patrimonio y, en general, la cultura toda de dicha localidad, centrada principalmente en tres ambiciosos proyectos: la restauración del edificio que antiguamente albergó las escuelas, dotándolo de una planta más y del mobiliario apropiado para que sirviese se sede de la Asociación; salvar de la ruina la ermita de San Román y restaurar su imagen (recuperándose también la fiesta del santo, perdida setenta años atrás, momento en que se creó la “Jarra de  San Román”, máximo galardón que se otorgaba a aquellas personas e instituciones que, desprendida y generosamente, hubiesen contribuido en pro del desarrollo de Guadalajara y sus gentes), y finalmente, la edición de un libro en el que se recogiese la historia de Archilla, gracias a la gran cantidad de documentos: textos y fotografías, que la propia Asociación fue recopilando a través del tiempo y que, posteriormente, puso en manos del historiador Aurelio García López, cuyo resultado es el presente libro, con cuya edición se pretendió conservar la memoria del pueblo de una forma duradera, con el fin de que, más adelante, pudiera servir de guía para futuros trabajos “a quienes quieran estudiar y conocer más concienzudamente la vida de este pintoresco pueblo de la ribera del río Tajuña.”
Parte el libro, como es menester, del conocimiento del conocimiento del nombre del pueblo, del estudio de su topónimo, que viene a tener varios significados: depósito o fuente; jefe o comisario de provisiones, y arca o zarza, propuestos por Ranz Yubero); archa, hispano-romano, según Juan Catalina García López, y arca o cofre, al parecer de Herrera Casado, quien gracias a este supuesto fue el autor del escudo heráldico de Archilla: “Escudo español, partido y medio cortado. En el primero, de azur, un cofre o arca de plata…”.
Poco o muy poco es lo que se sabe acerca de la Prehistoria y la Historia antigua de la zona, salvo algunas breves notas debidas a Juan Manuel Abascal Palazón, hasta la Reconquista cristiana (siglos XI-XII), aunque posiblemente pudo haber pequeños hábitats anteriores (romanos, visigodos y  musulmanes), por lo que el libro comienza a escribirse desde la Edad Media, cuya primera mención documental está fechada en 1133, como perteneciente al Común de Villa y Tierra de Guadalajara, al que perteneció medio siglo más, hasta que en 1184 fue donada a un tal don Gonzalo, médico, como remate de un antiguo pleito. Dos años más tarde, este don Gonzalo, hizo entrega de Archilla, Balconete y Romancos, a la Orden de Santiago que, a su vez, en 1214, hizo entrega de Archilla al arzobispo de Toledo don Rodrigo Ximénez de Rada, que poco después lo concedió al Cabildo toledano, reservándose algunos privilegios y rentas, hasta que en el siglo XIII queda encuadrada en la Tierra y Villa de Brihuega y eclesiásticamente al arzobispado de Toledo.
Finaliza este apartado dedicado a la Edad Media con un estudio sencillo acerca del denominado “Fuero” de Archilla, dado a conocer por Pareja Serrada, que se traslada íntegramente.
La Edad Moderna comienza con un estudio demográfico de la zona, pudiéndose apreciar la evolución poblacional de Archilla entre los siglos XVI y XVIII. Es decir, desde mediados del siglo XVI, en que quiere desprenderse del yugo del arzobispado toledano, bajo el que se encontraba, precisamente cuando los moradores de Archilla solicitan el título de villazgo para su pueblo. De este modo Archilla tiene que cambiar totalmente su sistema de administración municipal, apartado que estudia García López con detenimiento. Aquí, en este contexto, puede verse el tema de la adquisición de las alcabalas y el posterior intento de integrarse de nuevo en la Dignidad Arzobispal de Toledo, de la que se habían desmembrado en 1579, así como el posterior levantamiento de los vasallos contra su señor,  don Alonso Dávalos, cacique de Guadalajara, segundón mendocino.
No menos importante es el estudio de los aspectos económico y social durante los siglos de la modernidad. Los tipos de cultivo (hortalizas, cereales, vid y olivo), el valor de los diezmos y, especialmente, la importancia -como ayuda al agricultor- del pósito municipal y del monte de piedad del arzobispado de Toledo.
Un amplio apartado se destina al conocimiento de los distintos señores de Archilla, desde don Juan Hurtado, I Señor (1578), vecino de Guadalajara, hasta doña Josefa Dávalos, VI Señora (+ 1719), de cuyas manos pasó a ser posesión de los marqueses de Tejada (1752).
García López comienza su estudio sobre el siglo XIX con un apartado demográfico y el estudio de la Guerra de la Independencia en Archilla, en el que se recoge el testimonio de su Ayuntamiento, datado en 1812, mediante el que se deja muy clara la grave situación que padeció el vecindario, contrariamente a lo que se conoce acerca de la primera Guerra Carlista, de la que se ignora casi todo lo sucedido. Sigue, al igual que hemos podido ver en los periodos anteriores, con el estudio del ayuntamiento y quienes fueron sus dirigentes y componentes, además  de su patrimonio; la economía y sociedad y la repercusión que las distintas desamortizaciones tuvieron en Archilla y otros aspectos puntuales como la escuela pública, que dan paso a la demografía en el siglo XX y la vida municipal hasta su agregación a Brihuega
El segundo gran bloque que compone este libro corresponde al Patrimonio artístico y se centra, fundamentalmente, en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción a través de sus retablos e imágenes: el mayor, el del Santísimo Cristo de la Expiración, Nuestra Señora del Rosario y San Diego de Alcalá, además de otras imágenes, como la de la Virgen del Amor Hermoso y tallas y esculturas, que complementa un sencillo estudio de la orfebrería, para finalizar este tipo de patrimonio religioso con las referencias y descripción de las ermitas de San Román y San Juan (con el tiempo convertida en la de San Roque).
Desde donde pasa al estudio del arte civil, que en realidad se trata de la arquitectura civil: fuentes públicas y puentes, hasta llegar a la denominada arquitectura “popular”: la casa tradicional y las casas solariegas de los señores de Archilla, de los Pérez, los Medrano, los Bedoya… y el antiguo Ayuntamiento, para describir someramente el urbanismo local.
Un tercer apartado trata de la religiosidad popular, que analiza a lo largo de la iglesia, hermandades y cofradías, como las de San Sebastián, el Santísimo Cristo de la Aspiración (sic), Nuestra Señora del Rosario, San Miguel, San Nicolás, las Ánimas, el Santísimo Sacramento, San Roque, San Román y Virgen del Amor Hermoso, además de las numerosas memorias pías y capellanías, terminando con la celebración de la fiesta de la Inmaculada Concepción del año 1855.
Las fiestas y tradiciones populares ocupan el cuarto apartado o capítulo y, en él, se ofrecen multitud de datos acerca de las muchas que hubo a lo largo del tiempo, amén de la tradicional entrega de la anteriormente citada “Jarra de San Román”, [cuyo mantenedor, en la modalidad de “Investigación histórica” fue quien esto escribe, en el año 1995, -en homenaje al doctor Castillo de Lucas, etnólogo y folclorista, y a la archivera provincial, doña Juana Quiles-.].
Fiestas decimos, como las de Navidad, la Candelaria, Santa Águeda, Semana Santa, los Mayos, el Corpus, San Roque, San Román y tantas otras, que conformaron su ciclo anual, a las que García López agrega una serie de datos sobre el cancionero popular que se limitan a determinados villancicos y letras de ronda.
Un brevísimo apartado, el quinto, hace alusión a los hombres ilustres de Archilla, entre los que destaca la figura de aquel gran hombre que fuera don Pedro Castillo Gálvez, al que tan agradecidos debemos estar tantísimos alcarreños, Director -durante muchísimos años (nada menos que treinta y seis)- de la Escuela Graduada Aneja de Guadalajara.
Finaliza el libro con unas conclusiones y un apéndice documental de nueve documentos que van de 1580 a 1885, además de una extensa bibliografía, interesante, aunque no muy cuidada en su elaboración.

Castilla es cantada por Juan Pablo Mañueco

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MAÑUECO, Juan Pablo, Castilla, este canto es tu canto. Parte II: Las ciudades, los paisajes, los estilos, Guadalajara, El Autor / Aache ediciones, 2014, 156 pp. (I.S.B.N.: 978-84-15537-55-7).

Y, si antes -decíamos- nos hemos emocionado con la evolución de la cultura castellana en la mayor parte de sus formas, ahora llega, con esta segunda parte, el momento de disfrutar de “Las ciudades, los paisajes, los estilos”, a través de una especie de traslación en el tiempo, de un inmenso viaje en ese infinito túnel del tiempo que es la Historia, que se inicia en las húmedas y salvajes tierras de la antigua Bardulia (de la que también se habló anteriormente), que fueron y son, las tierras de Burgos, Cantabria y Palencia, y que después de un paseo suave y descansado a través de sus pueblos, ciudades y villas, de sus gentes y de sus costumbres y paisajes, llega a donde quería llegar nuestro querido autor, pues que Juan Pablo Mañueco nos conduce hasta la cuna y el posterior despertar y desarrollo de la lengua castellana, de la cultura castellana tan amplia a lo largo de su idioma y su literatura, pero también de esos otros medios de comunicación tan útiles que fueron los ríos, desde el Ebro, al Duero, al Tajo y al Guadiana, atravesando sus cursos por lugares posibles, introduciéndonos en sus agrestes bosques y viviendo, en fin, en sus épocas, desde Cantabria y adyacentes, para, cruzando la Cordillera Central, llegar hasta estas tierras de Guadalajara, Cuenca y Madrid.

Es una gratificante nota amplia, inmensa, de la geografía más puramente castellana, incardinada en la lírica suya, propia, aquella lírica que la fue caracterizando y se dio a conocer en otros mundos, dejando la correspondiente huella cultural.

Y después, pasar a “catar el melón alcarreño” (por antonomasia), en esta misma su tierra que analiza poéticamente a través de su cultura y sus paisajes, de lo que el hombre hizo y ha venido haciendo y de lo que la naturaleza ofreció en su momento. Hombre y naturaleza (naturaleza, al fin), dándose la mano para ser Cultura, puesto que todo lo que toca el Hombre se torna en Cultura, ya sea el campo (agri-cultura) o cualquiera otra cosa e interés universal. Ese es su valor.

Al fin nos encontramos con un agradecimiento lírico a los distintos momentos que ha ido atravesando la literatura castellana, desde el periodo medieval hasta el siglo antecedente al nuestro; un agradecimiento que demuestra la habilidad de Mañueco a la hora de componer sonetos y liras, redondillas y cuartetas… Tan en desuso en los tiempos que corren, dados más a la poesía áulica, ñoña y más agradecida, según sean o vengan dadas las circunstancias.

El lector debe darse cuenta que este segundo volumen comienza con una variante en su dedicatoria, lo cual no es baladí:
“A Castilla, mi tierra, mi cultura, mi palabra. / A mi hija, María Victoria, mi ventura. / A mi mujer, María Victoria, a quien se encaminan los / versos de amor que se hallaren en este libro”,
lo cual es significativo, porque es una ampliación del amor que el autor del libro ha puesto en su escritura. Cuanto más se ama lo que se escribe -el escritor escribe- más amor deposita en quienes rodean su existencia cotidiana. Lo importante es, sin embargo, que haya amor.

Y eso también puede comprobarlo el lector introduciéndose en las páginas siguientes, que, al comienzo, constituyen una gran sorpresa por la amplitud de geografías diversas y, al mismo tiempo, casi iguales. Gentes sencillas, castellanos que trabajan diariamente la gleba o la artesanía, que subsisten en el mejor de los casos, que viven, pero que mantienen los empujes de la morisma, refugiándose en castillos y conventos o viendo como las tierras que cultivan son pasto de las llamas y del odio extranjero… Pero gentes que al fin y al cabo fueron las que hicieron esta Castilla que hoy desluce desmoronada y hambrienta.

Y comienza el libro, amplio en geografías como digo, en un viaje interior de soles, ríos y lágrimas de Castilla, para irse adentrando lentamente en Cantabria, Burgos, La Rioja, Soria, Segovia, Valladolid, Palencia, León, Zamora, Salamanca, Ávila, Madrid, Guadalajara, Cuenca, Toledo, Ciudad Real y Albacete, todas las que están y las que son y fueron. Y cada una de esas actuales provincias abiertas en canal para orear los entresijos más importantes y aún frescos de su cultura, que es su forma de ser, pues que en cada lugar surge su más genuina representación glosada en poesía diversa: la sirena de Castro Urdiales, los cazadores de ballenas de Santoña y Laredo, los faros, San Vicente de la Barquera, en Cantabria; Oña y Pancorvo, con su sonoridad toponímica, en tierras de Burgos; la oración de Gonzalo de Berceo, en La Rioja; la inmensa belleza de las danzas sorianas -seguidillas al naciente Duero machadiano- o el bello canto a las ruinas del castillo de Gormaz; las igualmente bellas, irresistibles seguidillas, de los ríos de Segovia, al alcázar o el viejo recuerdo del edicto de Coca escrito en arcilla:
“Esta arcilla tan firme, esta hermosura / que expresiones de asombro nos coloca / es la alcazaba galante que en Coca / alza en barro cocido la llanura. // […] // El color blanco más es el que dura / en la doble estructura torreada / que a góticas bellezas se aventura. // Mas la arcilla rojiza, preguntada, / expresa lo mudéjar de esta altura / con voz de canto. Leve y perfilada”.

Hay una gran belleza en lo anterior y un fondo filosófico profundo, que habría que  analizar despaciosamente, sorbo a sorbo, para poder libar mejor las gotas de miel de esta poesía a veces tan dura como la madre que la parió, pero real como la vida misma, como el mundo que nos rodea y del que forma parte importante.

Juan Pablo Mañueco ha sabido compaginar amor y poesía en homenaje a esta su tierra castellana primitiva, de la que surgieron las demás tierras…

Bellísimo, en fin, el soneto dedicado a Hita (“Guardián de Hita”, página 81).

Y pasamos a una “Cala más sosegada en Arriaca y su provincia”, donde la poesía de fija y se ancla en detalles que podrían pasar desapercibidos: los leones de las galerías del patio del palacio de los duques del Infantado; en una sencilla reflexión sobre el antiguo alcázar moro de Guadalajara; en doña Aldonza de Mendoza en su marmóreo resistir al tiempo y su desgaste, o en el óleo de la “Virgen de la Leche”, de Alonso Cano… Todo un mar de sugerencias que da paso a un no menos bello “septenario de preguntas por las iglesias de Guadalajara”, centrado en cada una de las actualmente existentes y a un final basado en los estilos. Todo haciendo cumplir el subtítulo del libro.

Quizá sea este el punto donde más debe fijarse el lector, puesto que Mañueco, siguiendo precisamente los estilos que dice, se convierte en autor vivo de aquellos tiempos y escribe al “antiquo modo”, recreándose, como homenaje digno a sus antepasados vates.

Pero además, Juan Pablo, regala a Castilla -y nos regala también a los lectores de su libro-, con una nueva creación suya: la “victoriola”, que en ocasiones acompaña con cuartetos serventesios o añade estrambotes de tercetos quebrados…

Pero dejemos que el libro viva su vida… Que
“Siga ahora quien quiera estas rimas en el rimado / que escribió Jun Ruiz, cura sagaz, muy avezado / en señalar las virtudes del oro tan dorado, / al que se humillan reyes, obispos y el Papado”.

Bien venidos sean estos dos libros que, sin duda constituyen una importante aportación al  mundo de la poesía en tierras de Guadalajara, hasta cierto punto tan olvidado y poco reconocido.


José Ramón López de los Mozos

La Carta Candelas de El Casar

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CARPINTERO LÓPEZ, Mario, Carta de Candelas leída en El Casar el día 31 de enero de 2015. Escrita por…, sin datos, 88 pp. (Contiene 497 estrofas de cuatro versos y dos fotografías b / n).
A mi querida amiga Inmaculada Moreno Laredo, que tanto tiene que ver en esta fiesta tan maravillosa.

La denominada “Carta de Candelas” de El Casar (Guadalajara), viene a representar el final feliz y jolgorioso de una fiesta que anualmente se viene realizando, desde no sabemos todavía cuándo.
Se trata de una fiesta muy vistosa en la que se entremezclan varios elementos. Por un lado hay actos desde los que se puede decir que se trata de una tradición de carácter votivo; por otro, hechos que se corresponden con lo que podría ser considerado como un rito iniciático, y por otros, -algunos, que no todos-, como una especie de censura pública muy medida y controlada, cada año más atenuada, que es, precisamente, el texto de la famosa “Carta” que comentaremos más abajo.

La fiesta

Un grupo de “mayordomos” elige a sus correspondientes “soldados”: a saber, un “capitán”, un “teniente abanderado”, un “teniente”, un “alférez”, un “sargento” (que forma parte de los propios “mayordomos”), varios “cabos” sin número fijo, y aparte, fuera de este equipo que podríamos denominar como una “soldadesca”, un “pagador”, un “yuntero” y el “cura de las Candelas”, especie de “botarga” vestido de frac y sombrero de copa. Grupo total que se conoce con el nombre genérico de “funcioneros”.
El grupo que podríamos considerar como “soldadesca” va “armado” con una especie de “pica” engalanada con cintas y flores de diversos colores.
Los mozos van reuniéndose poco a poco hasta la hora de la misa, a la que acuden al templo parroquial, en cuyo pórtico -a ambos lados de la entrada- dejan las mencionadas “picas” y forman una especie de procesión, hasta recoger las velas o “candelas”, que deberán permanecer encendidas durante todo el tiempo que dure la misa y la procesión de la Virgen, que tiene lugar después de haber “dado a la bandera” (es decir, después de que cada uno de los miembros de la, hasta aquí llamada “soldadesca”, haya ondeado la bandera -liándola y desliándola con una sola mano-, como signo de hombría). A la hora de la comunión, la tropa de la “soldadesca” permanece de rodillas, a los pies del altar mayor, donde asisten al sacerdote cuatro monaguillos escoltados por otros tantos “cabos”.
Posteriormente, un niño -símbolo de la pureza angelical-, ofrece dos pichones blancos en recuerdo de aquellos otros que la Virgen ofreció el día de su purificación, cuarenta días después del parto de Jesús.
Terminada la misa, el sacerdote bendice un par de mulas debidamente “pintadas” en sus ancas -es decir, con adornos dibujados en forma de esgrafiado, en su pelaje, a base de motivos decorativos de tipo geométrico, especialmente simbólico: estrellas, pentalfas, etc., realizados a punta de tijera) y, nuevamente, la comitiva se encamina hacia la plaza lanzando las “picas” al alto, para ver quien llega más alto, procurando siempre que en su bajada no caigan al suelo, puesto que ello entrañaría un castigo por parte de los “mayordomos”. Una vez en la plaza tienen lugar los ondeos de la bandera, como nuevo acto de destreza. Cada uno de los “funcioneros”, “dando a la bandera”, deberá liarla y desliarla con un solo brazo.
Así, llega la hora de la comida, que realizan juntos todos los “funcioneros”. Posteriormente es cuando se procede a la lectura de la “Carta de Candelas”, que no consiste en otra cosa, más que una colección de sencillas composiciones poéticas, cuartetas, a través las que se dan a conocer los “pecadillos” de los propios “funcioneros” -desde el punto de vista del autor de la “Carta”-, ante un auditorio -que conoce a los “funcioneros”, por ser del mismo pueblo-, atento a las ocurrencias que se digan, y que reirá sus gracias, juzgadas desde un punto de vista meramente jocoso. Lo que viene a significar una nueva “purificación” (no olvidemos que estamos a 2 de febrero) de quienes, como “soldadesca”, representan a su pueblo -al que deben defender, como “quintos” que son- y al propio pueblo de su “pecado colectivo”, iniciando así un nuevo ciclo vital.
Pero también es llamativo el que antes de la citada lectura, los “funcioneros” den varias vueltas a la plaza del pueblo, corriendo perseguidos por un jinete vestido estrafalariamente, especie de “moro”, al que a su vez siguen las mulas “pintadas”, que parece no poder alcanzar a la “soldadesca”.
Pues, bien, esa “Carta de Candelas-2015”, al igual que otras de años anteriores, ha sido escrita por Mario Carpintero López, que también la leyó desde el balcón del Ayuntamiento, el día 31 de enero.
La “Carta” está compuesta, en esta ocasión, nada menos que por 497 cuartetas de rima siempre fácil y sonora, con el fin de que llegue mejor al pueblo, que seguramente, será el que mejor sepa entender su contenido, puesto que van destinadas a recordar aquellos defectos que han tenido lugar a lo largo del año transcurrido, siendo los “funcioneros” los sujetos de dichos comentarios carnavalescos y jocosos las más de las veces.

La Carta

La “Carta”, como viene siendo tradicional, se divide en varios apartados:

Introducción, a modo de bienvenida a propios y forasteros: “El saludo es el comienzo / de esta singular misiva, / escrita desde el cariño / con pluma siempre sentida”.
Salve, dedicada a la Virgen de las Candelas: “Virgen clemente y piadosa; / Madre nuestra, te imploramos. / Bajo el nombre de “Candelas” / un año más te invocamos”.
Funcioneros: “La lista que me han  traído / es larga y de mucho alterne; / siete picas nada menos: / esto no hay quien lo gobierne”.
Cura: “El Cura de las Candelas / es tranquilote y grandón; / Santiago tiene por nombre / y por apodo “Tolón””.
Capitán: “Con las monjas mismamente / lio una de pistones / cogió la caja de tizas / y la llenó de tampones”.
Teniente abanderado: “Ahora se sonroja y calla / y no dice ni palabra, / pero si se suelta el pelo / es un fenómeno “El Cabra””.
Mayordomo primero: “Tiene una gran verborrea / y una labia extraordinaria. / por eso le va tan bien / la gestión en la inmobiliaria” (sic).
Mayordomo segundo: “De cabeza generosa / y de cuerpo muy menguado; / paticorto, culibajo / y aspecto desaliñado”.
Mayordomo tercero: “Se bajó los pantalones / por las buenas descarado / había niños y mujeres / que se fueron asustados”.
Mayordomo cuarto: “Cuando hay que pagar a escote / sus amigos corroboran / que no sé sabe porqué / es el último que “afora”” (sic).
Mayordomo quinto: “Cuando se pasa de copas / no creáis que es muy locuaz; / se ríe y sólo hace muecas / parece un ave rapaz”.
Cabo del Capitán: “También tiene este lo suyo / en la juerga y el alterne; / cuando se mete en faena / no hay mando que le gobierne”.
Cabo del Teniente: “Me refiero acto seguido, / y de la lista destaco, / a un cabo soso y bisoño / de la estirpe del “burraco””.
Cabo del primer mayordomo: “Buenas tardes tengas, cabo, / bienvenido debutante, / en qué lío te han metido / alguno de estos tunantes”.
Cabo del segundo mayordomo: “Ahí donde le veis tan “cutio” / tan modoso y tan formal, / en cuanto sale de noche / da un cambio descomunal”.
Cabo del tercer mayordomo: “Juega al fútbol en Madrid / y también en El Casar, / por eso a veces no llega / y le tienen que esperar”.
Cabo del cuarto mayordomo: “De pequeño ya era un bicho; / con cuatro años en la escuela, / saltó una valla del patio / y se fue a donde su abuela”.
Cabo del quinto mayordomo: “Sus amigos que le temen / dicen con rotundidad: / “cuando Pablo abre la boca / en el acto “sube el pan””.
Pagador:“Mejor estarías Poli / viviendo del alicate, / pues la chispa da dinero / y la tierra es un dislate”.
Mozo mulas: “Un carro con una mula / en el Rocío alquiló. / carro arriba carro abajo / toda la noche pasó” (sic).
Ramón, capitán, / a Candelas le ha traído”.
Muchachos de la bandera: “La bandera que lleváis / llevarla con arte y celo, / seguro que la está viendo / la abuela Luci en el cielo”.
Pintor de mulas: “Pintar una mula tiene / muchísimas dificultades, / y en ello pones tu empeño / y todas tus facultades”.
Músicos de Candelas: “La vena del cuello tensa, / los carrillos bien “hinchaos”, / los labios bien comprimidos / y el “culo bien apretao””.
Forasteros (a los que en un principio no se les quiere bien, pero a los que después se les ofrece volver en futuras ocasiones a participar de la fiesta): “Sortean cualquier obstáculo / “pa comer por la patilla”; / parecen subsaharianos / en la valla de Melilla”.
Despedida: “Como dicen en las jotas, / allá va la despedida, / comenzando por la Virgen / que es nuestra Madre querida // […] // Esta  carta ya se acaba / no creo haber ofendido; / perdonadme en todo caso / si algún verso os ha dolido” // […] // ¡Seguid por tanto la fiesta / con vuestra ilusión sin par! / ¡Y que vivan las Candelas, / las Candelas de El Casar!”.

Una “Carta de Candelas” sencilla y humana, escrita con el amor que el autor debe a su pueblo y a su gente, queriendo poner en ridículo a los protagonistas de la fiesta, pero sin atreverse osadamente, dejando huella, -apenas unos rasguños-, de los defectillos cotidianos de la juventud que la protagoniza: alguna borrachera, mal genio, salir de mujeres malas, algún accidente de tráfico, glotonería…
Antiguamente sí que había mala intención en los comentarios, que hoy, si se quiere, han perdido en mordacidad y se han convertido en algo un tanto edulcorado y melifluo.
Quien esto escribe piensa que la crítica carnavalesca debería ser más dura y contundente… pero tal y como van las cosas, conformémonos con que, al menos, la fiesta de las Candelas de El Casar se siga manteniendo alegre y vital.
                                              

Trillo y el Agua: una Historia de Amor

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Trillo y el agua (285 páginas), es uno de esos raros libros que ven la luz de vez en cuando y que constituyen una explosión de alegría y de color. Lo editó el Ayuntamiento de Trillo en diciembre de 2010 y en su realización participó un numeroso grupo de personas; por un lado, Javier BRAVO, Idoia GARCÍA DE CORTÁZAR y Antonio BATANERO se encargaron de las entrevistas y artículos de fondo, la introducción a los capítulos y del texto “El proyecto de recuperación museográfica del antiguo balneario Carlos III”, respectivamente; las aportaciones fotográficas fueron muchísimas; las ilustraciones, el  diseño y los proyectos escultóricos se deben a Javirroyo, y fue impreso en Barcelona por Artgraf. Francisco Moreno, alcalde, hizo el prólogo.
Es un libro más para ver que para leer, aunque no falten textos, que, en este caso, son breves por lo general, y consta de tan sólo seis capítulos: Trillo y el agua. Una historia de amor; El agua como paisaje; El agua, la vida y la salud; El agua en la cultura; El agua como motor y energía, y El agua como futuro.
“No es un libro corriente (…) Lo único que tiene de corriente es que trata sobre el agua (que) en Trillo nunca está quieta”. El agua en su total transparencia, para que su contemplación haga reflexionar sobre ella y lo que significa, en este caso, para Trillo. Pero, según se recoge en el prólogo, ¿cómo plasmar en  el papel el ensimismamiento que nos puede producir su contemplación? La respuesta no tarda en aparecer: a través de un libro como el presente, muy gráfico que, junto a las entendederas, abriese también el corazón, ya que su textura, el colorido, las imágenes que contiene, los dibujos y los textos, han sido cuidadosamente elegidos, al igual que sucede con las pinceladas de un cuadro, con el fin de transmitir sensaciones y sentimientos.
Cada apartado, cada capítulo, tiene sentido por sí mismo, pero al tiempo se van sucediendo y prolongando, de modo que parecen discurrir como las propias aguas del padre Tajo hasta su desembocadura, la del libro.
Contiene más de mil imágenes y es un libro para gozar con todos los sentidos: con la vista y con el tacto, pero también con el buen gusto y con el oído necesarios para saber escuchar el rumor de las aguas cristalinas y la palabra sabia de tal o cual vecino que cuenta viejas consejas y leyendas del pasado. Un libro, en fin, en el que están plasmados los distintos momentos del agua en las tierras alcarreñas de Guadalajara, dependiendo de la época del año en que nos encontremos.
Además, los textos, que acompañan al extenso trabajo gráfico, vienen a ser un sencillo homenaje a las gentes de Trillo, “que siempre vivió con los pies en el agua”. No se trata, por tanto, de informes históricos, sino de recuerdos amables de aquellas personas para las que el agua fue su medio de vida: en los molinos, las serrerías, los batanes, la pesca, los gancheros… Algunos aún vivos, y otros que ya fueron arrastrados por la corriente del agua.
Las aguas del Cifuentes y del Tajo que se aúnan en Trillo y se confunden en la Isla, a modo de metáfora del amor por esta tierra, el respeto hacia los que en ella vivieron y su memoria. Por eso, este libro es también un homenaje al agua, “motor de vida de nuestra comarca que le dio la energía a nuestros molinos y se la da todavía a los regadíos, al balneario y a la Central Nuclear”, puesto que Trillo no sería lo que es sin esa corriente clara de agua que es su río.
De ahí esta historia de amor, que comienza nada más abrir las páginas de este precioso libro, donde los árboles, el puente lleno de colorido festivo, y las gentes, niños y no tan niños bañándose, las calles y las procesiones de Semana Santa, las hojas vencidas por el tiempo otoñal, la cascada… Todo forma parte de todo, paisaje del paisaje, hasta llegar a la página 52, donde aparecen unos sencillos textos, breves, acerca de “El puente de La Puerta”, “La farola al pie del Tajo y en amor” y “La riada del 41”.
En El agua como paisaje hay fotos de Trillo nevado y algunas, casi las mismas, en tiempo de verano. Y junto a las fotos de los chopos y los álamos de las orillas, bellísimas, nuevos textos que hablan de “La piedra Palomina” y “El camino del Vivero”… El camino que discurre paralelo al Cifuentes parece río salpicado de chopos y sol (con muchísimas fotografías semejantes que conforman un precioso mosaico artístico).
Y luego, el agua, la vida y la salud, las fuentes donde nadan los peces de colores y flotan las hojas caídas de los árboles, y el balneario que mandara construir Carlos III. Las gentes se bañan en el río y los jóvenes hacen muñecos de nieve en invierno, cuando el pueblo cambia de color. Una buena colección de fotografías sepia recuerda los días pasados del balneario y es aquí donde se incluye el texto correspondiente al proyecto de recuperación museográfica del mencionado balneario, así como algunas notas acerca del declive y esplendor de las aguas calientes del Tajo.
El agua en la cultura habla al lector de los anuales descensos en piragua “Villa de Trillo” y de las “Vacas por el Tajo”, donde el río se convierte en coso fluvial único para un festejo taurino popular, también único en estas tierras.
El agua como motor, recuerda el agua pasada que  movió los molinos, aquellas historias del molino, la maquila, el estraperlo y la serrería y también, ¡cómo no! de los gancheros en general, y de Tomás Henche Sancho, en particular, último ganchero de Trillo, que cuenta sus viejos recuerdos, y de esa escultura que es un homenaje a tan sufridos trabajadores de la madera, de la que es autor Javirroyo, con la que finaliza este capítulo y se abre el último, que lleva por título El agua como futuro, donde se comenta la pesca en el río Tajo y se cuenta cómo se hace su lectura desde la Caseta de Aforos.
La nube de peces cierra el capítulo y el libro que, a pesar de tener casi trescientas páginas se hace agradable y ameno.

José Ramón López de los Mozos

Política ficción desde Sigüenza

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SIGÜENZA, Ignacio de, La República Archipiélago. De cómo los desconcertados Reynos de Península devinieron en una próspera República, Madrid, J. I. Costero [Ignacio de Sigüenza], 2014, 350 páginas. [ISBN: 978-84-617-2535-9].
Hace unos días, Ignacio de Sigüenza, que nada tiene que ver -según dice el propio autor- con el personaje de la novela que aparece retratado en el Acto V de la Escena I: Diálogo de Lucronio y un Bachiller,  me envió su libro La República Archipiélago, que tanto agradezco.  
Se trata de uno de esos libros satíricos (y no sólo satírico, sino también burlesco, socarrón, malicioso, chocarrero y jacarandoso) con cuya lectura te ríes (sarcásticamente) y sonríes (inteligentemente), y si, como se dice, la risa rejuvenece, con la lectura de este libro seguro que habré perdido años, pues que se hace agradable y amena, si bien, aunque ya se dice en el prólogo, las notas -yo no me saltaría ninguna-, algunas veces densas, puedan desviar la atención del lector hacia el texto principal.
Personalmente, tengo que reconocer que el autor, Ignacio de Sigüenza, debe ser una persona letrada y gran conocedora de una bibliografía tan selecta como la que se menciona en el libro que comento, además de un profundo amante de su tierra seguntina.   
La forma de estar escrito el libro me recuerda los viejos textos del Siglo de Oro, las obras de Cervantes, Quevedo y Góngora, además de las de un plantel mucho más amplio que, aparece, generalmente, en nota a pie de página. Notas que no surgen del propio texto, sino que lo conforman y le dan paso y lugar.
El libro está escrito en forma de diálogo teatralizado, que se lee en prosa, cuyo protagonista principal -Lucronio- viene a ser, como el amanuense que lo habría escrito, un estudiante, que como el cura de El Quijote, pasó por aquella Universidad seguntina de San Antonio de Portacoeli (bachiller de la que fue expulsado y pícaro redomado, verdadero protagonista de la obra).
El lector avisado se dará cuenta rápidamente de que el tema de que trata es una aguda crítica satírica hacia el mundo político español actual: una monarquía corrupta; diecisiete -y más- “reinos de taifa”, que componen el espacio geográfico español, en busca de dinero; una Universidad pervertida y endogámica, incompetente a nivel europeo y que en gran parte sobra; una Justicia injusta y pervertida; una Iglesia retrógrada y obsoleta; y que arremete también contra el meapilismo social, y contra quienes tienen la obligación seria y necesaria de informar al pueblo y no lo hacen porque están pagados con el “fondo de reptiles” de siempre… También, principalmente, contra Cataluña y contra quienes permiten a tal “reyno” hacer lo que hace en su propio bien -acercando el ascua a su sardina- de forma inconstitucional y en contra del resto de las demás “taifas”.
Por eso los personajes están tan perfectamente descritos, calados, extraordinariamente definidos: un rey campechano, pero no tonto; un cardenal vanidoso en nombre de Dios, unos representantes de Catalunya maravillosamente encajados; y hasta una hetera que más sabe de filosofía…
Sátira, al fin, lucianesca y menipea, que da a conocer la España actual en sus peores y más burdos entresijos y que parte de un tema  viejo y conocido: el sueño fáustico, en el que dos pícaros peregrinando camino a Santiago de Compostela, venden su alma al demonio a cambio de hacer realidad el sueño que uno de ellos ha tenido: detentar el poder en una próspera República, durante un periodo de tiempo no desvelado.
Los aconteceres diarios que tengan lugar en la República deben dejarse al juicio inexorable del tiempo; pero los juicios humanos, las bromas, las menciones a hechos antes acaecidos, no se perdonan en el texto y forman parte, por comparación con tiempos anteriores, de su esencia, y precisamente por eso son constantes las citas y menciones a Gargantúa y Pantagruel, a la picaresca en muchas de sus obras y a don Julio Caro Baroja, que tanto sabía de carnestolendas, a obras de escarnio y risión, a textos sobre judíos y moros, a putas y bellacos, a gentes de mal vivir y a rufianes, que al fin y al cabo siguen existiendo en este tiempo que nos ha tocado vivir.
Yo recomendaría la lectura de este libro a los amantes de la buena lectura; en primer lugar a los seguntinos, por los gratos y no muy numerosos recuerdos que contiene acerca de esa bella ciudad episcopal, y, especialmente, a los políticos “de arriba” -que no tanto a los de medio pelo-, para que se den cuenta de las tonterías cotidianas de las que son sujetos y partícipes, sin tener en cuenta al pueblo que les ha votado, que es al que  deben deberse pero no se deben, sino que se sirven de él.
Estas conclusiones son las que he sacado tras la lectura de este libro. Tal vez me haya equivocado y no sea eso lo que su autor quiera decir a través de lo que el libro contiene o quiera decir.
Si me he equivocado, lo siento.


Un viaje por la ciudad

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MAÑUECO, Juan Pablo, Viaje por Guadalajara ¿Dónde estáis los que solíais?, Guadalajara, El Autor / Aache Ediciones, 2014, 303 páginas. (ISBN: 978-84-15537-58-8).

Juan Pablo Mañueco es un escritor prolífico; en un año más, o menos ha escrito cuatro o cinco libros sobre Guadalajara y sus gentes, tanto en prosa como en verso. El verso le gusta e incluso ha inventado alguna composición como las que aquí, en este libro introduce que denomina “copla alcarreña” y “octavas olas” o, simplemente “octavas”, formando un conjunto generoso de entre cuatro y cinco mil versos.
Hoy comentamos una novela que, como sucede en otras anteriores, encierra a su vez otras novelas más, en este caso tres, además de poesía, nada menos que como sucede con el Quijote, pongamos por caso. Se trata de un viaje agosteño de medio día, -de diez de la mañana a diez de la noche del tiempo actual-, por la ciudad de Guadalajara, recorriendo sus monumentos, sus gentes y sus otras gentes (aquí aparecen lugares tan conocidos por los guadalajarenses como la calle Mayor, el Jardinillo, la plaza de Santo Domingo, la Concordia, la concatedral de Santa María, el Infantado…, además de gentes reales y ficticias que viven la ciudad cotidianamente y relatan sus sentimientos: donde toman su cerveza o en qué librería compran un libro) un mundo corto temporalmente hablando que recuerda al lector, salvando las distancias, al Ulises de Joyce, llevado de la mano de su protagonista, que es el Viajero. Y nunca mejor dicho, porque el viajero viaja deteniéndose en cada quisicosa, en las minucias, en los detalles nimios, mientras que el turista, agarrado a su Baedecker, no es más que un mirón de paso.
Se trata de una verdadera conjunción, bien tramada, entre prosa, teatro (dos piezas en verso: un sueño del Viajero y cuestiones que surgen de su mente calenturienta, que pasan por ella como al igual que una especie de película de cine) y poesía; en realidad un amplísimo monólogo introspectivo que acompaña al texto del viaje que, como en casi todos los viajes, no deja de ser interno (el Viajero ve y dice lo que piensa para que el lector se vaya introduciendo en el tema que se trata en cada momento); páginas por las que el interesado puede optar por leer según su propio gusto o estado de ánimo, puesto que forman un conjunto con entidad propia.
El texto comienza con poesía, ¿Dónde estáis los que solíais?, realizada a base de “redondillas dobles”, una invención en la que se va conjugando armoniosamente una rima alternante, graciosa y sonora, que en música vendría a ser equivalente a las famosas fugas de J. S. Bach, que van y vienen alternativamente y que, al final, reciben el nombre de “olas”, al igual que las marinas, por aquello del flujo y del reflujo. Poema que podría extraerse del tema y leerse independientemente, aunque lo interesante es leer la obra en su conjunto, puesto que su temática es tradicional y por tanto tópica, en el mejor y más amplio sentido de la palabra: Dios, el tiempo, el Amor, la existencia del ser…
El texto, es decir, la novela aparece dividida en dos partes, que son dos relatos. El más amplio es el que dio origen al título del libro: Viaje por Guadalajara, donde se narra todo aquello que el Viajero recorre a lo largo de las doce horas de su viaje, lo que ve: calles, monumentos, gentes, tiendas y demás, y lo que cada uno de ellos le va sugiriendo en cada caso; descripciones fundamentalmente, en algún caso profundas y penetrantes, además de algún que otro diálogo, que se destacan del resto de los textos a través de una  tipografía de diferente tamaño.
Precisamente en este apartado de prosa, es donde se encuentra una narración más bien breve -Conversación ante San Ginés- que constituye por sí misma una novela corta, que se acompaña de otra serie de relatos en verso, que son justamente Evocaciones y que Juan Pablo Mañueco considera imparables, a las que denomina “torrentes asonantados”, de carácter intimista, que sirven para que el lector vaya conociendo la personalidad del protagonista, que a nuestro parecer nos es más que un trasunto del propio autor del libro.
Al igual que en el caso anterior, los aspectos teatrales se reparten también en dos bloques netamente diferenciados: un a modo de auto religioso, -pues que no alude a la Eucaristía y por lo tanto no debe ser considerado como sacramental- titulado “La danza del Amor, el Desengaño y la Esperanza” y un sencillo entremés “Vive el momento presente”, siguiendo los esquemas del carpe diem, cargado de alegorías y metáforas.
El fin del libro es policiaco y en él se descubre el lugar de la ciudad donde se encuentra el Paraíso Terrenal, al que se llega después un viaje por el éter hasta el momento de la mismísima creación del mundo (se llega el Tercer Día, cuando el hombre todavía no había sido creado por Dios), donde se encuentra el llamado “Árbol de las Letras del Bien y del Mal", del que se describen sus frutos.
Finalmente el libro vuelve a la realidad y se termina la descripción de la ciudad de Guadalajara, cuando la luz del día se va apagando tenuemente...

José Ramón López de los Mozos

Entrañable mirada al pasado

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DELGADO, Enrique (Fotografías), ¡Buenos días Don Enrique! Mi escuela rural, Guadalajara, El Autor y Lauradom S.L.U., enero de 2015, 40 páginas.

Me alegró mucho la salida, en su momento, de este catálogo, conjunción amorosa de fotografías que vienen a recordar un tiempo antiguo que perduraba en el recuerdo y ahora, también, en el papel. Hay quienes odian el papel y sus publicaciones las hacen en digital porque piensan que se ahorran dinero, sin pensar en la Historia.
Enrique, a quien conozco desde hace muchos años, piensa como yo que la fotografía es una forma de hacer historia, de dejar huella. Entonces era un maestro joven o un joven maestro, destinado en una Escuela donde se juntaban chicos y chicas en una misma clase; era una de aquellas escuelas denominadas entonces Unitaria-Mixta. Concretamente en el colegio de Mondéjar, donde gastó varios años de su vida, a lo que veo positivamente, porque no le dio tiempo de perder el tiempo.
Esta colección de fotografías -lógicamente en blanco y negro- fue realizado por los años 1978, coincidiendo con el nacimiento de la última Constitución española, como indica acertadamente el también fotógrafo Julián Lladosa en la presentación de este conjunto, que sirvió, pienso, como especie de catálogo de la exposición que Enrique Delgado presentó, un tanto “sin pena ni gloria”, en la Sala “Antonio Pérez” que la Diputación tiene en Centro “San José” de Guadalajara. Al menos en el catálogo no hay nada que así lo indique y corrobore.
Hoy aquellos “chinorris” de entonces deben andar por entre los cincuenta y dos y cincuenta y tres años de edad, más o menos. Algunos me son más o menos conocidos, puesto que los veo de vez en cuando haciendo de recaderos por las calles de la capital  en busca de esto o aquello; pero sus miradas y sus mechones arremolinados, sus gestos, son únicos.
La foto de Enrique, supo captar el momento, irrepetible.
Julián Lladosa, diceen su presentación muchas cosas importantes acerca de estas fotos. Son las únicas palabras, el único texto que acompaña a la imagen. Cosas que vienen a decirnos que en muchas ocasiones no es necesario hacer viajes costosos a lugares apartados, ya que la imagen puede surgirnos -y de hecho surge de forma espontánea y cotidiana-, como así se pone de manifiesto con esta gavilla de imágenes.
En aquellos años, los futuros profesores de E.G.B. -maestros, que no profesores, por mejor decir-, los estudiantes de Magisterio de toda la vida, teníamos buenísimos enseñantes y algunos, nos hicieron a su imagen y semejanza. Nos enseñaban para que  enseñásemos a los cuatro puntos cardinales lo que debíamos haber aprendido: a ser libres, a no tener miedo a dar las explicaciones que se nos pidieran, ni mucho menos  negarnos a contestar a las preguntas que surgieran en las clases; en resumen, a saber escuchar y oír a nuestros alumnos, respetarlos y hacernos respetables a sus ojos.
Por eso, me alegro mucho de la dedicatoria del cuaderno que comento, que dice así: “A mis alumnos, de los tanto he aprendido”, frase humildísima y sincera que deja en evidencia lo que digo, tan alejada de aquellos soberbios profesores decimonónicos, llenos de sabiduría universal que, llegado el momento no eran capaces de enfrentarse a un alumnado serio, ni contestar a sus preguntas.
Y es que, como resultado de la utilización seria de aquella libertad que gozamos, los alumnos se acostumbraron -sin prisa, pero sin pausa- a escuchar buena música, fuera   de quien fuera, a ver exposiciones de pintura, escultura y fotografía y hasta hacer exposiciones con sus propios obras, dibujos y artesanías. Sacamos la escuela a la calle y eso entonces era nuevo, aunque no lo hubiéramos inventado. Lejos quedaba la Institución Libre de Enseñanza, y tantas otras escuelas que ahora no vienen al caso.
Hay, sí, una reflexión en este conjunto de fotografías. Una reflexión acerca del tiempo pasado. Y del uso de la fotografía como forma de expresión que indudablemente debía llegar a los pueblos, como cualquier otro “producto” cultural -pero ojo, que hoy la palabra “producto” tiene un contenido “comercial”, cercano al espectáculo, que nada o casi nada tiene que ver con la Cultura-.
Quizá baste ya de palabrería y sea mejor que nos acerquemos a la propia obra, una obra que yo veo intimista, sencilla, surgida del amor, recordatoria como inolvidable huella de aquel momento, donde los alumnos se reflejan a través de sus sentimientos.
Los maestros se reúnen (¡qué alegría ver en la página 14 a mis compañeros Ángel de Andrés, Catalán y Martínez, junto al autor!) y en la pizarra, aquel maravilloso encerado negro, con la lista de los materiales necesarios para la próxima clase de pretecnología: tijeras, pegamento, una revista y un folio.
Juanito -el nombre me lo acabo de inventar- mira hacia atrás, aunque en la foto precedente sonría de una forma casi forzada, como con miedo, y enseñe sus rizos rubios y su débil dentadura (fotos 7 y 6, respectivamente).
Me gusta mucho la foto de la página 4. Los ojos del retratado miran a la cámara, pero no se paran en su objetivo, sino que lo traspasan y miran al maestro que hace la foto, a Enrique, mientras queda un cierto rictus de seriedad en su expresión. La mano cerrada, el puño sujeta la mejilla derecha con el brazo derecho estirado, mientras que el otro brazo descansa sobre el pupitre. Brillan las coderas del jersey. Lo demás está velado, amorosamente dejado a un lado, de momento… para que la imagen principal destaque.
La colección, que consta de treinta y siete fotografías, salvo error u omisión, se compone de cuatro apartados netamente diferenciados: “El aula”, el espacio donde se daban las clases, con los pupitres, mesas y sillas, las pizarras y el Cristo presenciándolo todo; el lugar donde los niños trabajan, escriben, hacen las cuentas y el maestro les aclara sus dudas; uno de los alumnos, al parecer de los más aplicados, contesta a las preguntas con satisfacción plena -algo que se nota en sus ojos enmarcados por la montura oscura de sus gafas-. Las niñas escriben al tiempo y con la misma mano, la derecha, pero con el cuello torcido hacia el mismo sitio, hacia la izquierda.
Durante “El recreo”, el segundo apartado, los chavales salen al campo y ven los bichos propios de cada época o juegan y algunos simplemente piensan en sus cosas. Quizá sean los más solitarios. La foto de la página 23 podría servir para una revista de odontología como cada ejemplo de piorrea.
El tercer apartado corresponde a las fotografías de “Los alumnos” y suelen ser fotografías de conjunto, alguna tal vez tomada en una de aquellas excursiones que se solían hacer con motivo de la celebración del Jueves Lardero.
Y el cuarto, titulado “Miradas”, constituye una auténtica recreación de fotografía artística, tan artística como las medias de la niña que aparece en las fotos de las páginas 36 y 39.
En la contracubierta una foto de pequeño tamaño, de lujo. Un bodegón, sencillísimo, de ahí su arte, que tanto recuerda a Zurbarán.
Enhorabuena a Enrique por esta breve pero grandísima entrega de arte, humildad y Magisterio. Y por dejar para el futuro una huella histórica tan interesante.



Este año no hay Feria del Libro

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Desde esta Revista bibliográfica, en la que semana a semana presentamos las novedades, los comentarios y las valoraciones de libros sobre Guadalajara, con nuestro apoyo continuo a autores, editores y lectores, no podemos más que expresar nuestro pesar por la decisión que este año ha tomado el equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Guadalajara, de NO celebrar la Feria del Libro de Primavera.
Un encuentro tradicional, que llevaba décadas celebrándose, que es esperado anualmente por los miles de alcarreños a los que les gusta pasear por el Parque de la Concordia y en las casetas ir revisando títulos, mirando novedades, tomando nota de futuras lecturas y charlando con autores y protagonistas, este año se han quedado con las ganas...
Al parecer, el Ayuntamiento quiso volver a poner la Feria del Libro de Guadalajara en la Plaza Mayor, frente al Ayuntamiento, por un compromiso adquirido con los comerciales de aquella zona de la ciudad. El compromiso, al parecer, era el de celebrar las Ferias del Libro y de la Artesanía en la Plaza Mayor. Pues bien, dado que ni los libreros, ni los artesanos, ni los aficionados a la lectura y la artesanía quieren la Feria allí, sino en la Concordia, no ha habido acuerdo, y no se ha celebrado.
Desde aquí manifestamos nuestro asombro y pesar por esta decisión. Las valoraciones políticas de esta acción negativa, las tendrán que hacer los propios ciudadanos, máxime en estos días en que comienza una campaña electoral de cara a unas elecciones democráticas a la alcaldia. Y es posible, incluso, que repercutan poco, porque cada vez son menos los ciudadanos interesados en la lectura, a fuerza de renunciar desde las instancias públicas al apoyo al libro y la lectura. Pero algunos sí sabemos valorar esta acción tan negativa. 
Esperamos que una nueva Corporación vuelva a retomar el tema, y en años próximos los guadalajareños podamos volver a disfrutar de tan esperado acontecimiento y espacio de reunión, en la Concordia, de la Feria del Libro.

Entrañable vuelta a la tradición de La Toba

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GONZÁLEZ ATIENZA, Fernando, CANTERO GONZÁLEZ, Javier y ALCORLO MASA, Mª. Concepción, La Toba. Leyendas, Poemas y Cantares, Ayuntamiento de La Toba, 2014, 76 páginas.

Julián Atienza García, alcalde de La Toba, me pasó este librito, tan interesante, de leyendas, poemas y cantares de su pueblo, que tanto le agradezco, pues son escasos los libros que ven la luz hoy en día que traten esos temas, cada día en mayor olvido.
Las personas encargadas de recopilar estas muestras del pensamiento popular tradicional de La Toba, estas manifestaciones de su cultura inmaterial, fueron tres: Fernando González Atienza, Javier Cantero González y María Concepción Alcorlo Masa y dividieron en libro en tres partes dedicadas a cada uno de los aspectos que se recogen en el propio título de la obra.
Las leyendas que se han recuperado son pocas en número, pero muy interesantes en su contenido: la “Leyenda de la Peña de la Moza” (posiblemente el título original sería “de la Mora”), que, como se recuerda, transcurre en un momento en que todavía no existía la villa de La Toba, sino que era un lugar situado en el límite entre las tierras cristiana y musulmana. Una princesa mora y el capitán de su guardia personal van huyendode una banda de forajidos cristianos que los perseguían incansablemente, buscando refugio en las torres de vigilancia musulmanas -como la del Congosto-. Entre dos esas torres fue muerto el capitán, concretamente el lugar llamado “La Huesa del Moro”, donde se supone que fue enterrado. El caballo de la princesa, que también fue herido, siguió galopando hasta “La Peña de la Moza”, donde clavó sus herraduras en la piedra con el fin de tomar impulso y poder salvar “El Barranco de Valdecastrillo”, y seguir su rumbo hasta encontrar ayuda musulmana.
Allí murió el caballo y, en agradecimiento por haberla salvado tras tan ímprobo esfuerzo, la princesa mandó fundir en bronce, a tamaño natural, otro caballo, que fue enterrado junto al suyo en “El Cerro de la Torrecilla”, lugar donde pudo ponerse a salvo del ataque cristiano.
De la “Leyenda de San Pedro” se ofrecen dos versiones y una opinión particular. La leyenda transcurre en el pueblo de “San Pedro del Castrillo”, cuya existencia real está suficientemente constatada, de modo que en el lugar donde se encontraba enclavado suelen aparecer trozos de cerámica fechados entre los siglos X y XVI y, ya en 1750, en el Catastro del Marqués de la Ensenada, como despoblado. “Las dos versiones -señalan los recopiladores- en su final son iguales pero no en su origen…”.
En la primera versión, cuentan los viejos que el pueblo fue atacado por las termitas, que lo arrasaron, por lo que, por despecho, sus habitantes tiraron el Santo -Pedro- al río, marchándose a vivir a La Toba, que entonces era un lugar más próspero. El Santo fue recogido por los vecinos de Membrillera, a los que les fue asignado el término que bañaban las aguas que recorrió flotando la imagen de San Pedro al ser lanzada al agua. En la segunda versión, se trata de dos pastores que, estando guardando ganado, uno de ellos se comió la merienda de los dos, untando de tocino la cara del Santo, creyendo el otro que había sido el Santo quien se había comido su merienda, por lo que herido de  rabia cogió la imagen y la lanzó al río… A partir de aquí todo coincide con la versión anterior.
Sin embargo, la opinión particular opina que en todas las leyendas hay un trasfondo de realidad y que, como consecuencia de lo que se ha comentado en las los versiones anteriores, -puesto que el despoblado pertenece al término de Membrillera, mientras los dueños de los terreños que ocupa son de La Toba-, los opinantes consideran que posteriormente, hacia finales del siglo XV o comienzos del siguiente, el poblado fue atacado por un grupo de bandidos, por lo que sus habitantes tuvieron que trasladarse a La Toba y a Membrillera, para mayor seguridad.
“El poblado era pequeño y se puede observar sobre el terreno en que se encuentra un montón de piedras en la que se dice que se encontraba la ermita de San Pedro y puede ser verdad porque a su lado se pueden ver como si existiera un pequeño cementerio que me parece que el agua empieza a descubrir al formar un barranco” (sic).
Otra de las cuatro leyendas que se recogen, en las que nos centraremos principalmente, se relaciona con “La Peña Huevera”, que tanto abunda, y que se refiere al mero hecho de horadar una roca que obstruye el camino a base de tirarle huevos, hasta desgastarla. Por eso, en esta leyenda, que también se da en otros lugares de la provincia de Guadalajara, como por ejemplo en Huertapelayo, sucede que un hombre, -casado con una avarienta mujer- bajaba al mercado de Jadraque todos los lunes con un borrico cargado de huevos que, previamente había contabilizado la mujer y tasado el precio de venta, que siempre subía algo el hombre, para tener algo para sí.
Llegado el lunes, como siempre sucedía, ocupó su puesto, siempre de los primeros, ya que madrugaba lo suficiente para llegar a tiempo, pero la gente no se acercaba a su tenderete, por lo que no vendió ni un solo huevo y tuvo que regresar al pueblo con todos ellos. Por el camino de regreso, hablando con el burro, trataba de inventar un cuenterete con el que engañar a su mujer tras el fracaso sufrido. Como siempre hacía, se paró a descansar un rato junto al camino, a la sombra de un chaparro, y cavilando se percató de una gran peña que había al otro lado de la carretera, por lo que para entretenerse, comenzó a lanzarle piedras; pero las piedras que había junto a él, cuando estaba sentado, se le acabaron, de forma que continuó arrojándole los huevos que llevaba en las alforjas, cosa que hacía mecánicamente, como sin querer, hasta que su sorpresa llegó con el último huevo que, al chocar contra la gran peña, hizo que ésta comenzara a rodar por el barranco abajo hasta llegar al fondo. Lo que dio lugar a que ese peñasco recibiera desde entonces en nombre de “La Peña Huevera”.
(Luego, cuando vio que no le quedaba ningún huevo, ni dinero alguno que entregar a su mujer, comenzó de nuevo el camino pensando en la reprimenda que le esperaba, por lo que tuvo que echar mano de la “sisa” que había logrado con engaño y pagarle los huevos a su esposa, cosa que le salvó de la regañina, pero que le agotó el bolsillo).
La cuarta y última leyenda recogida es la “Leyenda de la perdiz pelada”, en la que dos gallegos iban por el campo, con el hambre correspondiente, y se encontraron en el camino con un animal, discutiendo entre ellos de cual se trataba:
“Uno que era una perdiz, el otro que era un sape (sapo)”, por lo que el que tenía más hambre de los dos y decía que era una perdiz, dijo:
“Perdiz pelada, en el campo hallada,
de puro gorda, no tuvo cola,
de puro sebo, no tuvo pelo”.
… y se la comió, pero al rato no le sentó muy bien y dijo a su amigo:
“Ay! compañero, que me jincho”.
A lo que el amigo le respondió:
“Si te jinchas, que te javies,
pues ¿no te dije que era sape?”.
Luego sigue una amplia serie de “Poemas”, por lo general ampliamente conocidos, que no sonlocales en todos los casos, sino que proceden de multitud de localidades y que bien pudiera parecer que fueran llevados hasta las coordenadas de La Toba por los muchos pastores trashumantes: “La mujer soldado” (versión de Asturias), “A la abuela” e “Ilusión de un joven”, a los que habría que añadir unos “Versos de felicitación” (algunos de reciente creación), para continuar con una amplísima serie de “Cantares”, como las “Coplas de los cazadores a la villa de La Toba”, realizadas por Antolín Elvira, que algún día, quizás, llegarán a perder su autoría y se convertirán en parte de ese patrimonio que no debe perderse y que tan amablemente se recoge en este cuadernillo.
Sigue inmediatamente una gran cantidad de “Coplas populares de la villa de La Toba”, generalmente pertenecientes a canciones “de ronda” -que se cantan al ritmo de “jota”-, recopiladas en los últimos treinta años de los mayores del lugar, y en las que se ha querido respetar la letra -a pesar de que, en la actualidad, muchas de ellas, puedan ser consideradas machistas o malsonantes-. Son muy conocidasy están muy extendidas por otros muchos lugares de la provincia de Guadalajara y adyacentes. Y todas son muy interesantes porque a través de su lectura se puede extraer alguna que otra lección acerca de las producciones del pueblo, las cosechas, las fiestas, las alegrías y las tristezas, las tradiciones amorosas junto a la fuente, las negativas amorosas, las relaciones con los pueblos limítrofes y tantísimas cosas más que no pasarán desapercibidas al ojo del lector, ni mucho menos a los del interesado, del etnólogo que a través de su lectura sabrá sacar las conclusiones oportunas.
Diremos que este apartado ocupa las páginas 21 a 73 (y que se trata de cuartetas de arte menor, tan populares).
Finaliza el libro con un ¿poema? que no quisiera pasar por alto y transcribir en su totalidad para su mejor y mayor conocimiento, que dice así:
“Por Jadraque sale el sol
por Castilblanco los peces
por Medranda los Raneros
por Pinilla los Barriquetes
por Congostrina los Corbatos
por Alcorlo corral de cabras
por San Andrés los Coretes
por Membrillera los ahorcaperros
y por La Toba los Valientes”.
¡Como se nota quien ha hecho el libro!
Enhorabuena a su Ayuntamiento, al de La Toba,  por esta digna edición, sencilla, pero llena de sabiduría ancestral, que aún hoy es capaz de trasladarnos a ese pasado tan cercano que fue ayer.




El bosque de Valdenazar

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Guía natural del bosque de Valdenazar. Editado por el Ayuntamiento de Yebes en 2014, va firmado por Roberto Mangas Morales y Pablo Chiloeches Fernández, a los que se añaden las fotografías de Carlos Sanz García, y otros fotógrafios. La obra, de 64 perfectamente maquetadas, nos muestra una de las joyas de la Naturaleza que se ha conservado casi por milagro a escasos minutos del centro de Guadalajara.
El Ayuntamiento de Yebes, que dirige el incansable Joaquín Ormazábal con su equipo de gobierno, ha entendido que el desarrollo pasa también por el cuidado estricto del medio ambiente, y por la divulgación del mismo, no solo a través de publicaciones como esta que comentamos, sino creando las facilidades imprescindibles para que ese cuidado se transforme en disfrute de la ciudadanía. Ejemplar: este puede ser el resumen de la monografía que comentamos, y de la tarea que el municipio de Yebes está llevando a cabo en torno a este gran espacio natural, que sin protección específica ninguna, dentro de los cánones oficiales, mantiene las 43 hectáreas que definen este “bosque mediterráneo” abierto y en condiciones de ser conocido y admirado.
En el libro recién editado, los naturalistas Roberto Mangasy Pablo Chiloeches hacen una revisión exhaustiva de las plantras y animales que pueblan el espacio definido. De todos ellos nos dan breve descripción, anotaciones curiosas y fotografías o dibujos que nos los dejan claros. Además de un mapa muy meticuloso donde aparecen las sendas, espacios de observación, la carbonera, el mirador, y el vadeo del valle del arroyo de Valdarachas que baja desde los altos de Alcohete. Se inicia la marcha desde el aparcamiento que se ha habilitado junto a las instalaciones del Club de golf de Valdeluz, y luego se prosigue mediante indicaciones, carteles, señales y flechas de colores.
En Valdenazar prima la agreste naturaleza que forma el quejigar profuso, pero en el que se muestran sosrpresas continuas de flora y fauna. El libro del consistorio de Yebes nos parece perfecto como obra impresa y como intencionalidad de difundir  y divulgar lo que el mundo en torno aún nos ofrece. Ni que decir tiene que la obra reclama, y desde aquí nos unimos a esta petición, el respeto absoluto hacia este entorno natural, el “bosque de Valdenazar”, junto a Guadalajara, en sus olvidados escondrijos de la amable alcarria que nace y discurre en torno a Yebes & Valdeluz, que ya queda a la espera de que la primavera cercana lo inunde de verdes, flores y silbos varios.


A.H.C.

Sobrino ponderado

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Los dos trípticos sobre Francisco Sobrino que ha publicado el Ayuntamiento de Guadalajara
Pradillo y Esteban, Pedro J.: “Sobrino ponderado” y “Obra Arquitectural”. Editad Excmº Ayuntamiento de Guadalajara. 2015. Dos trípticos separados.

Aunque se trata de dos trípticos, impresos a color y sobre magnífico papel, en ellos se nos muestra la esencia de un artista guadalajareño que, por fin, ha sido definitivamente reconocido en su ciudad natal con la apertura de un Museo a él dedicado.
Aparte de la consideración, en todo caso positiva, de la conversión del antiguo Matadero en un moderno espacio de arte, el contenido del Museo –sin ser amplio, porque no hay espacio suficiente, y su obra tiene elementos arquitecturales, demasiado grandes- es muy representativo.
El autor de los dos folletos/trípticos que se entregan al visitante, el historiador y técnico de patrimonio, Pedro J. Pradillo y Esteban, hace una revisión biográfica de Sobrino (1932-2014) y analiza su obra de forma cronológica y por estilos. En ese primer encuentro con el autor, “Sobrino ponderado”, nos deja la visión exacta de la figura y la obra de este artista inigualable. El “arte cinético”, la composición geométrica y los contrastes de colores, son la tónica general sobre la que Sobrino construye una obra impresionante, y única, muy personal. Pradillo nos da en esta breve pero imprescindible publicación su estudio exacto.
El otro de los trípticos refleja la exposición temporal que en la última sala del Museo se expone hasta el próximo otoño. Se trata del análisis de la obra arquitectural (que no arquitectónica) de Francisco sobrino. Por encargo de empresas e instituciones realizó monumentales composiciones en su estilo cinético, y esta parte de la exposición está basada, como es lógico, en fotografías. Entre ellas aparecen destacadas las obras que Sobrino dejó en Guadalajara: las “Relaciones” en hierro lacado en blanco que surge a la entrada a la ciudad llegando desde Madrid por la A2, y el extinto interior de lo que fue Banco Atlántico, la llamada “Banca Cinética”, que fue eliminada al hacer reformas en el edificiuo esquina entre La Carrera y la Concordia.
En todo caso, una aportación bibliográfica esta de Pedro J. Pradillo que merece ser destacada y anotada en el haber de su análisis del hoy y del ayer de Guadalajara. A los bibliófilos que nos siguen, recomendarles que se hagan con estas dos piezas, tan pequeñas y tan valiosas. Se consiguen visitando el Museo Sobrino, cualquier día.


A.H.C.

Historia de La Toba

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CANTERO GONZÁLEZ, Javier y GONZÁLEZ ATIENZA, Fernando, La Thova. Historia de la Villa de La Toba, Guadalajara, Ayuntamiento de La Toba, 2014, 174 páginas.

El índice del libro que comentamos no es muy amplio, pero es proporcionado a la realidad histórica del pueblo de que trata. En lo que a su Historia se refiere abarca desde la Edad del Bronce hasta la Edad Contemporánea, pasando por el Hierro, la Romanización, la época visigoda, y las Edades Media y Moderna, para llegar al momento en que le fue concedido el título de villazgo -en 1632- y desde allí, a través de sus numerosas vicisitudes alcanzar el momento en que La Toba contesta al cuestionario que constituye el Catastrodel Marqués de la Ensenada, datado en 1750.
Otro apartado está formado por lo que podríamos considerar como las señas de identidad de la localidad, especialmente su escudo y su bandera.
Un tercer apartado, que desde nuestro punto de vista debería haber sido un complemento o apéndice del primero, recoge una serie de episodios históricos, a través de la publicación de los correspondientes documentos originales.
El libro continua con una serie dedicada a los lugares más sobresalientes del pueblo: la iglesia, las ermitas y la fuente de “Los Tres Caños”, además de otros lugares, para completarse con un álbum fotográfico, y finalizar con un apartado destinado a las tradiciones populares y recetas, que completa eso otro texto que dimos a conocer en nuestra reseña de la semana pasada, editado también por el Ayuntamiento de la localidad, titulado La Toba. Leyendas, Poemas y Cantares.
Dos grandes bloques, uno histórico y otro artístico-monumental, costumbrista y fotográfico, a través de los que “se han querido recopilar los hechos históricos más relevantes de los que se tiene constancia desde el origen de los tiempos, pero también pequeñas historias que hacen las personas que habitan un lugar, el pueblo propiamente dicho y verdadero protagonista de este libro, y que derivan en leyendas, tradiciones, cantares, usos, costumbres… formas de vida, en definitiva, que dan un carácter determinado a un pueblo”, con los que se ha pretendido que el investigador del mañana pueda servirse de los datos que en este libro se recogen y crezca el interés por La Toba.
Después van analizando cada periodo pormenorizadamente.
A la Edad del Bronce, que los autores sitúan del 1.800 a. C. hasta 1.000 a. C. (aproximadamente), pertenecen varios yacimientos situados en los lugares conocidos como “La Torre Chica” -junto a “La Torrecilla”- donde se encuentra “La Peña Escrita”, descrita por el profesor Valiente Malla en su Guía de la Arqueología de Guadalajara,  que Javier Cantero y Fernando González consideran un “santuario”, dado que también aparecen signos paleocristianos; en el paraje conocido por “Las Majadas”, que figura en la Carta Arqueológica de La Toba, se constata la existencia de un taller lítico, con fragmentos cerámicos y de metal, clasificado como perteneciente a la “Cultura de las Cogotas” y, muy cercano el yacimiento de “Santecilla”, donde han encontrado cerámica y pequeños fragmentos metálicos. Este último inédito.
La Edad del Hierro, que abarca desde el año 1.000 a. C. (aproximadamente), hasta el 98 a. C. (año de la toma de Tiermes por Roma, última polis celtibera), está representada por diversos materiales localizados en los castros anteriormente citados de “La Torrecilla” y el probable de “Santecilla”, habitados por los Arévacos, puesto que La Toba se encontraría en su zona de expansión por la vega del Henares.
Respecto a la Romanización -del 98 a. C. hasta el 410 d. C. (caída del Imperio Romano)- los autores del libro aluden a la existencia de, al menos, dos poblados romanos, concretamente en el antiguo término de Alcorlo, donde se encuentra “Santecilla”, en el que aparece con frecuencia numerario romano desde época republicana hasta las últimas etapas del Imperio: cronológicamente de Calígula, Vespasiano, Gallieno, Tétrico Padre, Claudio II Gótico, Quintillo, Aureliano, Constancio Cloro, Licinio Padre, Constantino Magno, Constancio II, Crispo, Magnencio y Constantino III, junto a cerámica roja de paredes finas, terra sigillata hispánica y objetos metálicos de uso cotidiano. Más conocido es el yacimiento del “Villar”, que aunque enclavado en el término municipal de Membrillera siempre perteneció a propietarios de La Toba, en el que apareció una moneda celtibérica de Ekualakos.
No figuran datos acerca del periodo visigodo, por lo que se podía haber prescindido de ese apartado y haber pasado directamente al correspondiente a la Edad Media, que es el periodo donde debería haberse incluido el periodo visigótico, y que en el libro incluye la invasión musulmana y la Reconquista. En él se da una versión, basada en mitos y leyendas, sobre el posible origen del pueblo, que se otorga a la reina doña Urraca, cuando, según dicen, en el camino hacia su encarcelamiento en el Real de Manzanares, al pasar por el paraje ahora llamado “El Arroyo” encontró manantial de buen agua, por lo que mandó construir una fuente -que es la Fuente de Abajo o de los Tres Caños- y, muy cerca, un “palacio”. Al parecer, la fuente fue construida al estilo árabe, pero con materiales romanos… Lo cierto es que esto no son más que leyendas, por lo que más adelante se ofrece una colección de documentos para dar una explicación más fehaciente sobre la formación del núcleo urbano de La Toba: en el primer documento, de 21 de octubre de 1231, el obispo seguntino don Lope dota al Arciprestazgo de Atienza para el establecimiento de un maestro de Gramática en dicha villa para que escolarice a los niños de las noventa y dos aldeas pertenecientes a ella, entre las que figura La Toba con el nombre de “Val de la Tova”; el segundo corresponde al reinado de Alfonso XI y es su Libro de la Montería, y el tercero indica como en 1353, el rey Pedro I ordena al obispo de Sigüenza, Don Pedro Gómez Barroso, una estadística de todas las iglesias que había en su diócesis, con el fin de recaudar los diezmos que le pertenecían.
Antes de penetrar en la Edad Moderna se ofrecen al lector algunas puntualizaciones breves sobre el topónimo La Toba, basadas en el Diccionario de Toponimia de Guadalajara de José Antonio Ranz Yubero.
Indudablemente para La Toba el hecho más importante de cuantos sucedieron en la Edad Moderna fue el otorgamiento del título de Villa y sus privilegios, que fue posible gracias a Doña Ana Hurtado de Mendoza de la Vega, que, un año antes de su muerte, “a instancia y suplicación suya”, lo consiguió del rey Felipe IV. Lo cual significaba la “exención de la jurisdicción de la villa de Jadraque al Consejo de Justicia y renombra el lugar de La Toba intitulándola Villa para que tuviera Jurisdicción y alcabala” (12 de enero de 1632). La “Transcripción del Título de Villazgo” ocupa las páginas 51 a 64 y va seguida de las “Respuestas Generales de la Villa de La Thova” al Catastrodel Marqués de la Ensenada.
El escudo y la bandera ocupan el capítulo cuatro y en él se deja constancia de la documentación surgida con el paso del tiempo, del 29 de enero de 2010 al 31 de enero del siguiente, consistente en la Justificación Legal y Social, los antecedentes históricos y la propuesta de escudo, además de su justificación armera, así como la propuesta de creación de bandera.
Como dijimos más arriba, el apartado quinto consiste en una recopilación de diez “Episodios históricos” realizado según los documentos originales. Son datos que han sido comentados a lo largo del libro, especialmente en el capítulo primero, y consisten principalmente en pleitos de hidalguía, o surgidos entre los propios vecinos del pueblo o con los de los pueblos circunvecinos, y un documento más sobre la guerra contra los franceses, el llamado suceso de Valdeolivas, del que por el momento se desconoce su localización exacta.
El capítulo dedicado al patrimonio histórico-artístico y monumental se centra principalmente en la iglesia parroquial de San Juan Bautista, restaurada entre los años 1995 y 1996, y su patrimonio religioso, y cuya descripción arquitectónica queda reflejada en el Informe elaborado por el entonces Delegado Diocesano de Patrimonio Cultural Juan J. Asenjo Pelegrina, que se incluye completo, además de en las principales manifestaciones artísticas conservadas en dicha iglesia: los retablos de San Blas, quizás el más antiguo, datado en el siglo XVII; de la Virgen del Pilar, del XVIII; el mayor, dedicado a San Juan Bautista; el sagrario, las hornacinas y sus imágenes, así como otras piezas de interés como una puerta de sagrario, una imagen de vestir del Niño Jesús, la pila bautismal, el vía crucis -exterior al templo-, la lauda sepulcral del doctor Zumel (que no Zumiel como figura en el texto de los documentos, en el apartado quinto)… aunque mención especial merece la cruz procesional del siglo XVI, firmada por Covarrubias,platero seguntino. Sigue una descripción de las ermitas: San Roque, San Bartolomé y las de Nuestra Señora de Quita Angustia (no confundir con Quinta Angustia) y de la Soledad. Se incluye una interesante descripción e historia acerca de la Fuente de los Tres Caños. Siempre con fotos en color.
Casi una veintena de páginas se destinan al álbum fotográfico de La Toba, donde aparecen lugares, paisajes urbanos, personajes y colegiales, además de escenas agrícolas tradicionales. Las tres primeras fotos, interesantes, son de la picota.
En el último capítulo se recogen algunas tradiciones de posible origen pagano perdidas en el recuerdo, entre las que se figuran las antiguas medidas (la fanega, la legua, y tantas otras que hemos venido utilizando hasta hace relativamente poco tiempo); “las vaquillas” del carnaval, semejantes a otras como las de Membrillera, Robledillo de Mohernando y Villares de Jadraque, que se perdieron a comienzos del siglo XX; las calabazas del Día de Todos los Santos, que duraron hasta los años cuarenta; el “echar el torero”, es decir, esa competición entre labradores jóvenes consistente en ver quién traza el surco más recto con su pareja de mulas; el juego de “las charpas”, equivalente a lo que en otros lugares se conoce como “cara y cruz”; junto a alguna que otra tradición culinaria como pueden ser las rosquillas, las judías “colorás”, la tradicional matanza del cerdo y la elaboración de un vino local, que dicen era de muy buena calidad.


Un estudio científico sobre Budia

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Datos para el estudio médico-topográfico de la Villa de Budia por D. Severino Domínguez Alonso Médico titular de la misma, Guadalajara, Establecimiento Tipográfico de Antero Concha, Plaza de San Esteban (Correos), 2, 1907, 68 páginas + II de Índice. (Guadalajara, Intermedio Ediciones - Edición facsimilar patrocinada por el Ayuntamiento de Budia (Guadalajara) con autorización de la Biblioteca Nacional de España-, 2015, Presentación de Carlos María de Silva).
A primera vista pudiera parecer que un libro escrito antes de 1907, -concretamente en Budia y Diciembre de 1905, según datos anteriores en algunos años-, carezca de importancia. Sin embargo el libro que ahora comentamos demuestra todo lo contrario, puesto que él pueden encontrarse datos que, sin lugar a dudas, servirán de base a otros estudios sobre Budia y su mundo, especialmente en lo referente a sus aspectos médico e higiénico.
La idea de dar a luz pública ediciones facsimilares como la presente es de gran interés, puesto que junto a los datos que el libro contiene como tal, -es decir, su texto-, que no son pocos como podremos ver, se unen esos otros correspondientes a lo que podríamos considerar como la ficha bibliográfica del mismo: el nombre del autor (y, en este caso, su profesión), el título completo, el lugar de edición, la imprenta (y su domicilio) y el año, además del número de páginas de los preliminares, del texto que ocupa el estudio y del índice, amén de otros datos que, en ocasiones, se indican en el colofón, caso de haberlo.
El libro no es muy extenso, sesenta y ocho páginas tan sólo, por lo que los capítulos que lo componen tampoco se alargan y vienen a ser una especie de pinceladas que, precisamente por ello, no se hacen pesadas, más tratándose de un tema tan aparentemente árido como el que trata.
La edición presente, de 2015, contiene algunos añadidos respecto a la de 1907. Así, por ejemplo, dos dibujos a plumilla de Fernando Poyatos y la “Presentación” que escribe el alcalde de la localidad Carlos María de Silva, en la que alude a las peculiaridades del estudio, “tanto por su contenido como por las circunstancias y época en que fue publicado” por Severino Martínez Alonso, médico de la villa a comienzos del siglo XX,  llevado por su propia inquietud, con el fin de mejorar el diagnóstico de las distintas patologías médicas que pudieran afectar a vecinos de Budia y sus pueblos aledaños; una iniciativa difícil de llevar a cabo con los escasos medios del momento y, especialmente, por la falta de estudios anteriores o de simples datos con los que comenzar el estudio, a pesar de lo cual el autor reconoce que en las páginas de su libro recoge gran cantidad de datos y aportaciones que en su día sirvieron para evaluar tratamientos y prevenir enfermedades todavía no muy conocidas.
El resultado -añade Silva- “es un completísimo tratado en el que no solo se refieren las notas médicas y las conclusiones sobre las diferentes patologías, sino que aporta datos muy significativos sobre las condiciones higiénicas y sanitarias en las que él mismo y el resto de la población desarrollaba sus tareas habituales”. Y como complemento una serie de reseñas y estadísticas sobre la geografía, la demografía y los hábitos sociales de los habitantes de los “budieros” durante el periodo comprendido entre finales del siglo XIX y comienzos del siguiente.
Metidos de lleno en el libro de 1907 podremos hacernos una buena idea del mismo a través de sus “Preliminares”, ya que en sus páginas se ofrecen datos acerca de cómo surgió la necesidad de escribirlo, y su contenido. Don Severino Domínguez Alonso comienza por señalar la escasez de este tipo de estudios en la España del momento, teniendo en cuenta que constituían una verdadera necesidad, por lo que los médicos de partido, dice, “estamos obligados” a hacer la topografía médica respectiva, lo que nos supondría una inmensa fuente de ventajas por los datos que aportan, pero siempre que se hicieran las topografías de todos y cada uno de los pueblos, puesto que de lo contrario de nada o de muy poco servirían unas cuantas, aisladamente.
Y es que los poderes públicos no se preocupaban demasiado de este tipo de estudios, por lo que, como indica Domínguez Alonso, “es doblemente meritorio que nosotros subsanemos semejante indiferencia ó error” y añade: “[…] el médico titular, además de prestar la asistencia facultativa necesaria, tiene ó debe tener la obligación de vigilar y hacer cumplir todos los preceptos de la Higiene á todos sus encomendados” (aunque sea una especie de mito) porque los edificios públicos: escuelas, teatros, casinos, etcétera, ni los alimentos, las bebidas y las viviendas,reúnen las condiciones de salubridad apropiadas.
Por eso, este tipo de topografías médicas tuvo tanta importancia; por un lado, para los agricultores, porque les ofrecían datos de gran utilidad y, por otro, para los profesionales, porque les sirvieron de guía en el ejercicio médico, evitándose algunas dudas siempre perjudiciales para el enfermo. Por ejemplo se conocerá mejor la patogenia de las enfermedades parasitarias, “cuanto mejor se conozca la biología de los gérmenes que lo producen, las condiciones naturales para su multiplicación y los medios que tengan para propagarse, así como también el conocimiento del clima, suelo, alimentos, género de vida, profesiones, etcétera, circunstancias todas que determinan la mayor ó menor receptividad de los habitantes” (sic), porque las enfermedades no son más que modificaciones que el cosmos produce en el individuo.
El autor del libro dedica las primeras líneas del mismo a la historia de Budia, para acto seguido entrar en un primer apartado destinado al estudio de su Mesografía (es decir, su Orografía, Hidrografía, Geología, Flora y Fauna, Climatología, Descripción de la urbe, Calefacción, Alumbrado, Vías urbanas y de comunicación en el término jurisdiccional, Bromatología y Policía Sanitaria); que da paso a una segunda parte, correspondiente a la Demografía (Censo por edades, sexos y profesiones, Estadística de nacimientos, matrimonios y defunciones durante el periodo de once años, Frecuencia morbosa, Fecundidad, Defunciones, Movimiento de población, etcétera y, finalmente, se ocupa de la Patología.
En cada uno de los apartados y subapartados anteriores, el lector podrá encontrar siempre algún dato de interés, por ejemplo, en el correspondiente a la alimentación se habla de que a los niños que acababan de ser lactantes se les daban unas gachas con vino tinto…; hay una interesante descripción de los “Caracteres físicos del habitante de la Alcarria”, en la que afirma que:
“[…] Es moreno, de cabello obscuro generalmente, enjuto de carnes, estatura media, de gran vigor físico, y agudeza intelectual precoz. Los signos de la pubertad, no aparecen hasta los 14 ó 15 años, rara vez antes.
Antiguamente, cuando la industria de paños y curtidos estaba en su apogeo, podían establecerse diferencias entre los oficiales, que así llamaban á los dedicados á la industria, y entre los labradores y jornaleros.
Distinguíanse aquellos por su gran desarrollo muscular, sobre todo en los brazos, efecto del uso que hacían con ellos para curtir, y por el color moreno pálido debido á la falta de aireación […] los labradores y peones del campo, que son todos ellos más que robustos, resistentes, de color sonrosado, rostro arrugado, de temperamento sanguíneo, predominante en los varones, y linfático nervioso en las hembras.
Es frecuente la idiosincrasia grastro-hepática (vulgo cóleras) y también lo son las hernias inguinales, debido sin duda a los esfuerzos obligados del azadón […] No suelen darlas importancia, y por no corregirlas a tiempo, he visto dos casos de extrangulación, seguidos de muerte por gangrena intestinal.
También son extraordinariamente frecuentes las hemorragias cerebrales… (de más de sesenta años, el cincuenta por ciento padecen esta afección que, generalmente va seguida de muerte)” (sic).
Sirva esta cita para comprobar el interés del libro.
En lo que respecta a la Patología, el autor divide las afecciones en distintos apartados, siendo las más frecuentes, estadísticamente comprobadas, las que se cita y analiza minuciosamente:
* Enfermedades del aparato digestivo y sus anejos: Enteritis, Oclusión intestinal, Disentería y Ascitis, Hepatitis y Cirrosis hepática yÚlcera intestinal.
* Enfermedades del aparato respiratorio: Bronquitis y Laringitis, Pneumonía lobular y Broncopneumonía, Gangrena del pulmón, Hemotipsis, Congestión y Edema del pulmón.
* Enfermedades del aparato circulatorio: Pericarditis yEndocarditis, Hipertrofia del corazón, Lesiones valvulares y Asistolia, Ateroma y Embolia.
* Enfermedades del sistema cerebro-espinal: Mielitis, Atrofia muscular progresiva y Parálisis general; Reblandecimiento cerebral, Atrofia cerebral, Encefalitis, Anemia cerebral, Esclerosis y hemorragia cerebral, y Meningitis y Eclampsia.
*  Enfermedades del aparato génito urinario: Peritonitis y Hemorragia puerperal y Uremia y Nefritis.
* Enfermedades de la nutrición: Atrepsia, Reumatismo y Cáncer.
* Enfermedades infecciosas: Carbunco, Tuberculosis, Fiebre tifoidea, Grippe, Sarampión, Viruela y Difteria.  
*  Enfermedades de la sangre: Anemia y pnohemia, Senectud y Por falta de desarrollo orgánico.
* Enfermedades de los huesos: Osteomielitis.
Concluye don Severino, entre otras cosas, que “Vulgarizando esta clase de estudios, llegaríamos á precisar casi con exactitud matemática, las enfermedades propias de cada localidad […] a tal pueblo, tal enfermedad, […] claro está que con algunas salvedades, puesto que desgraciadamente la ciencia médica no es exacta”, y ruega a las autoridades competentes que ejerzan su influencia moral y material e inculquen a sus subordinados que la salud es el mayor tesoro que poseemos y que para conseguir hace falta solucionar algunos aspectos higiénicos entonces muy comunes: arrojar las deyecciones a la vía pública, mejoramiento de las conducciones de agua a las fuentes, prohibir los enterramientos en los nichos (mientras no reúnan las debidas condiciones), vacunaciones obligatorias, alimentar a los niños prematuramente y fomentar el arbolado, conservando el existente.
Un librito -permítaseme la palabra- del que en la actualidad pueden sacarse sabrosas e interesantes notas con las que seguir aprendiendo.


Conversaciones en Alcalá de Henares

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VELA, Fidel, Conversaciones en la ciudad de Alcalá de Henares, Madrid, Letras de Autor, abril 2015, 286 pp. (ISBN: 978-84-16362-76-9).

Fidel Vela, seguntino de corazón, de cuya obra he escrito y hablado en ocasiones anteriores, ha escrito un nuevo libro en el que las conversaciones surgen espontáneas (por eso lo ha titulado Conversaciones en la ciudad de Alcalá de Henares -que es la ciudad en la vive desde hace años su merecida jubilación-) puesto que el camino ayuda a ello y, la tarde soleada, acompaña al grupo de amigos que dialogan amistosamente y que, a través del diálogo pretenden encontrar “su” luz, la luz que, al tiempo, es la de todos los demás, los que solemos leer a primeras horas de la mañana la prensa recién escrita.
Por eso supongo al lector enterado de casi todo lo que viene acaeciendo diariamente en esta partícula que llamamos Tierra, aunque, en muchas ocasiones, acaso demasiadas, no sea más que una “bola” en la que pretendemos sobrevivir, junto a los otros -los demás, esos que están a nuestro lado, pero lejos- a los múltiples y diversos hechos que, queramos o no, acaecen a pesar de o gracias a nosotros mismos.
Un grupo de amigos se junta en una ciudad -Alcalá de Henares, en este caso-  para pasear tranquilamente e intercambiar argumentos polifacéticos con los que tratar de autoconvencerse de que su paso por la mencionada “bola” tiene cierta importancia, aunque en realidad, quizá no la tenga y no sea para tanto, puesto que el Hombre (así, con mayúsculas), es capaz, según dicen, de las mayores aberraciones, pero también de las mayores grandezas…
Y me viene a la memoria uno de los más bellos poemas pindáricos: “Bendito el que con celeridad de pie y fortaleza de espíritu consigue con su esfuerzo las más altas cumbres”.
Los dialogantes, peripatéticos donde los haya -a pesar del mal cardiaco de uno de ellos-, me recuerdan aquellos programas de cuando la televisión era en blanco y negro que, según creo recordar, llevaban un título genérico que aludía nada menos que a Séneca, el maestro de Nerón.
En aquellos programas, breves pero serios, se hablaba de todo lo divino y humano que el franquismo permitía. Aquí, por comparación, sólo por comparación, repito, me he encontrado con un grupo de personas que hablan entre sí de todo, especialmente de lo que la prensa, la radio, la televisión y los demás medios quieren que se sepa, porque cuando se dice alguna cosa acerca de “algo”, se oculta mucho de ese “algo” o de otros “algos” colaterales o coyunturales.
Tres amigos jubilados que “gastan” su tiempo, afortunadamente, dando cuenta de sus distintas formas de pensar, de sus pareceres. Esto es lo que los griegos consideraban algo fundamental para la cultura y para el desarrollo de su sociedad, de la de entonces, adaptada a las coordenadas espacio-temporales entonces reinantes.
Es un tema que aparece con frecuencia en el libro que comento, porque la historia, los hechos, el pasado, no debe juzgarse con ojos actuales, por eso, los conversadores, dialogantes, discutidores o como queramos denominarlos, van aportando sus granitos de arena al desarrollo de la historia que no llegaron a vivir, pero también de la que les ha tocado vivir, desde distintos puntos de vista; unos, basados en textos antiguos, más o menos cercanos en el tiempo, y otros, vividos personalmente e in situ.
En el libro se habla de todo, o casi de todo: profundamente se entra en el mundo de la religiosidad y de las religiones que, en consecuencia, poco o casi nada tiene que ver con “dios”, con el dios concepto del intelectual que no existe porque para que exista se necesitaría otro dios superior a él y, por lo tanto dejaría de serlo.
Quizá algún lector pudiera dejar a un lado el presente libro, pensando que está repleto de barbaridades ateas o carentes de sentido. Nada más lejos. Hay que pensar, además que estos discursos representan años de trabajo y fueron recogidos poco a poco, sin orden ni concierto, a-cronológicamente, y que no son muestras de ciertas ligerezas: extra-filosóficas y extra-culturales, que tanto parecen brillar en la actualidad en los foros multitudinarios. Hoy, precisamente, que la cultura no sirve para mucho y se la ha convertido en un mero espectáculo de masas.
Hay, me gustaría mucho que lo comprobase el lector por sí mismo, un aspecto a destacar. Las historias que se narran, que se sacan a relucir, son generalmente pasadas, pero siempre hay un hoy, un hecho manifiesto, público, con el que se pueden comparar con otras de la actualidad, lo que viene a decirnos que la evolución no ha sido demasiada, a pesar de que, en muchas ocasiones, los contertulios convengan en que, tal o cual cosa, por mala que haya sido, con el paso del tiempo se ha magnificado y dignificado, por ejemplo la religión católica o la democracia, a pesar de sus graves faltas.
Eso lleva al trío “de filósofos” (pues que de ello se trata), a considerar los aspectos más variados de la vida: el mundo musulmán, la esclavitud, el feminismo, la ciencia y la fe… y, ¡claro está! siempre hay una contraposición y una comparación entre la leyenda “rosa” de los “progres” y la leyenda “negra” tradicional y del pasado, que la mayor parte de las veces nada tuvo que ver con la Historia de España y de los españoles, como así se demuestra en multitud de ocasiones con datos suficientes y fehacientes; así, el no-racismo de los españoles, o la consideración de que la expulsión de los judíos no se debió a los Reyes Católicos, sino a la obligación de éstos de acatar las órdenes del papado, puesto que se trataba de reyes que acataban la religión de Roma, algo que, debidamente actualizado, se podría comparar con algunas de las propuestas lanzadas por la canciller alemana Angela Merkel hacia los países que actualmente componen la Unión Europea, si es que desean seguir perteneciendo a este grupo.
Por eso y por todo lo anterior, tengo que decir que este libro, Conversaciones en la ciudad de Alcalá de Henares, me gusta y me atrevo a recomendar su lectura, porque en él cada cual aporta su punto de vista y lo discute sin llegar nunca al grito estridente y maleducado de los participantes en los debates televisivos.
Temas modernos, universales y cotidianos que el hombre de la calle va sacando a colación cuando llega el momento oportuno, o cuando se lo permite la “moda” (que ya dejó de ser “la máxima frecuencia de un suceso aleatorio”, porque precisamente dejó de ser aleatorio), o cuando los medios de comunicación de masas, los mass media, quieran que aparezca públicamente, para así evitar otros más complicados y comprometidos.

José Ramón López de los Mozos
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