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Memoria de Regino Pradillo

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Hasta el próximo 17 de septiembre estará abierta la Exposición Monográfica sobre Ragino Pradillo, en el Museo Francisco Sobrino de Guadalajara. Una oferta artística que nos deslumbrará. Una recopilación / antología de la obra pictórica de Pradillo, con motivo de cumplirse ahora el 25 aniversario de su muerte.

Y para explicar esa Exposición, para documentarla también, para dejarla como un hito perenne, el Patronato Municipal de Cultura pone en nuestras manos una publicación de pulcra presencia e interesantísimo contenido. Se titula “Mi tierra, mis paisajes. Pinturas de Regino Pradillo”, y corre a cargo, en dirección y coordinación, de Pedro José Pradillo. Con sus 48 páginas a todo color, en tamaño 22 x 22 cms., y una carga gráfica de categoría, en la publicación vamos a encontrar, además de las reproducciones de los cuadros y dibujos del artista alcarreño, una sucesión de escritos que centran perfectamente la figura de Regino Pradillo y nos lo sitúan en el contexto histórico en el que actúa.

Esos escritos son, en el orden en que aparecen en este opúsculo, los siguientes:
1.  “Regino Pradillo, una persona excelente, un director amigo, un esposo y padre entrañable, un artista exigente y cercano” por los compañeros y amigos del Liceo Español de París, entresacando textos de cartas, presentaciones y memorias.
2. “Memoria de Regino Pradillo” por Antonio Herrera Casado, Cronista Provincial de Guadalajara, alumno y amigo del pintor.
3. “A Regino Pradillo” por José Antonio Suárez de Puga, cronista de la ciudad de Guadalajara, poeta y amigo del artista.
4. “Regino Pradillo – Francisco Sobrino. Yuxtaposición en París, 1968-1988”, por Pedro José Pradillo y Esteban, que hace un meticuloso y lúcido estudio del momento en que coinciden en París Pradillo y Sobrino, y el modo en que de una manera u otra sus obras chocan y se apoyan, lucen ensombrecen, y siempre claman por la memoria alcarreña en la ciudad del Sena. Es muy valioso este escrito de Pradillo (Pedro José) porque además ensambla de algún modo el lugar en que se celebra la Exposición (este espléndido Museo dedicado a Sobrino) con la obra del ahora homenajeado.
5. “Tierra: movimiento infinito” por Myriam, Roxanna y JuanGonzalo Pradillo Guijarro, en que se exponen recuerdos personales de los hijos del pintor.

Una segunda parte e la obra aquí comentada está constituida por el catálogo íntegro de las obras expuestas, con reproducciones perfectas y fichas técnicas concretas. Su cuidada presentación y diseño es obra del taller de TresPasos, y la impresión corre a cargo de Aventura Gráfica, todos ellos de Guadalajara.

Una obra alcarreña por los cuatro costados, como tiene que ser, con temas, autores, empresas y objetivos en la misma dirección, la de recuperar, valorar y preservar el hálito cultural de Guadalajara.


A.H.C.

Tamajón en la Edad Moderna

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LA COLECCIÓN “TEMAS DE GUADALAJARA”
I
Hasta el momento, esta interesante colección consta de once libros que tratan acerca de los más variados aspectos histórico-culturales de algunos pueblos de Guadalajara: Trillo (2), Tamajón, Escariche, Sacedón, Pareja, Henche, Trillo, Budia y Fuentenovilla, además de los dedicados al monasterio de Óvila y al Cardenal Mendoza.
Desde estas mismas páginas ya reseñamos alguno de ellos: Óvila, setenta y cinco años después (de su exilio), escrito por José Miguel Merino de Cáceres (vol. 1), la Suma de la vida del Cardenal Mendoza, de Francisco de Medina y Mendoza (vol. 8) y Religiosidad popular en Escariche durante la Edad Moderna (vol. 4).

Ahora veremos el resto de los títulos editados, cuyo autor, excepto el antes mencionado autor de Óvila, es también Aurelio García López.

Se trata del número 3, Tamajón en la Edad Moderna (Siglos XVI a XIX), Guadalajara, Editores del Henares, 2014, 232 págs. [ISBN 978-84-617-1006-5].
En líneas generales es una obra sencilla, en la que se va desgranando la evolución histórica de dicha villa desde la Edad Media, es decir, de cuando pasa de ser de realengo a pertenecer al señorío de la familia Mendoza, donde también se analiza el privilegio de 1259 por el que se concedía permiso para celebrar un mercado semanal, así como la exención de Portazgo en 1289, y a ofrecer multitud de datos acerca del aprovechamiento de pastos en la Tierra de Ayllón, sin olvidar la forma de vida de la comunidad judía establecida allí gracias al desarrollo de la actividad ganadera y el auge comercial, aunque, en realidad, sea muy poco lo que se conoce de ella puesto que los datos existentes, de 1464, se refieren al pago que los judíos de Tamajón realizaban junto a los de Uceda y que serían poco más del centenar, siempre bajo la protección de los Mendoza, de modo que también se ignora el número de los que salieron en el momento de la expulsión decretada por los Reyes Católicos en 1942, del mismo modo que se desconoce la ubicación de la judería y de la sinagoga.
La Edad Moderna se estudia a través del concejo, su composición y los miembros que lo componían; la demografía -Tamajón contaba con 868 vecinos, según el censo de pecheros que mandó realizar Carlos I en 1528, con lo que superaba a Guadalajara que entonces contaba con 737- y las clases sociales, puesto que en 1591 había censados 819 vecinos en calidad de pecheros, dos hidalgos y dieciséis clérigos, lo que llama la atención en el caso de los últimos. En general, la mayor parte de los pecheros se dedicaba a agricultura, la ganadería y el comercio (debido al alto número de arrieros y mercaderes).
De las familias hidalgas residentes en Tamajón durante el siglo XVI conocemos algo gracias a los pleitos conservados en la Real Chancillería de Valladolid. Una de las familiasque entabla un pleito contra el concejo con el fin de que éste le reconozca su título (1548) era la de Martín Zuri de Uribarri. En 1559, serían Juan y Pedro Lozano quienes mantendrían otro pleito por iguales motivos y, en 1603, los hermanos Agustín y Pedro de la Torre Albarado, ya que la condición de hidalguía les ofrecía múltiples ventajas fiscales y privilegios, entre ellos la exención de impuestos.
Al parecer todas estas familias hidalgas -Zuri, Uribarri, Lezcano, Torre, Albarado, Montúfar- provenían del País Vasco y Navarra.
Siglos después y como alternativa a la explotación de la tierra, la actividad ganadera y la extracción de piedra, surge la fabricación de vidrio, cuya primera fábrica se instala en elNavajo -en 1827- por parte del francés Charles Cadot, tras solicitar el correspondiente permiso al Ayuntamiento y recibir el fabricante la debida autorización, por lo que se firmaba entre ambos un contrato de arrendamiento por tiempo ilimitado: “por todo el tiempo que durare el establecimiento”.
El terreno ocupado abarcaba tres fanegas por las que pagaba 550 reales al año. Para su instalación llegaron oficiales y trabajadores de vidrio procedentes de la fábrica de Aranjuez, que deberían permanecer en Tamajón por espacio de año y medio y percibir un salario de mil reales mensuales.
El caso es que terminada la obra -no había transcurrido medio año- Cadot vendió la fábrica, ya operativa, a Rafael Garreta junto con las posesiones de arenisca de La Mierla y Sacedoncillo, por la cantidad de 50.000 reales. Dicho Garreta modernizó las instalaciones fabriles y adquirió los terrenos donde estaba asentada, aunque según indica la Guía Mercantil de España de 1829 ya no estaba en funcionamiento. Al morir Garreta en 1833 la actividad industrial fue continuada por su viuda, quien también era propietaria de la fábrica de cristales de La Granja, pero debió permanecer clausurada algunos años por prohibición estatal, ya que el Gobierno concedía licencia para un periodo determinado, por lo que en 1855su arriendo salió a subasta funcionando hasta 1863 año en que deja de mencionarse en la Estadística Administrativa de la Contribución Industrial y de Comercio.
Fue una de las veintiocho fábricas de vidrio existentes en España en esa fecha. Los herederos de Garreta se desentendieron de la fábrica que en 1865 era una ruina.
Otro aspecto que no pasa desapercibido es el que se refiere al arte, centrado en parte en sus canteros y tallistas, como queda de manifiesto en su trazado urbanístico, consistente en tres calles rectas atravesadas por otras tres, posiblemente siguiendo el modelo que se empleó en la construcción de Santa Fe, en 1491, tal vez trasladado a Tamajón por el Adelantado de Cazorla, señor de la villa.
Una estructura más renacentista que medieval, donde edificaron casas como las del Ayuntamiento y el pósito, realizadas entre 1560 y 1562 por el cantero cántabro Pedro Gil Ribero, en la primera de las cuales se añadieron los escudos de los condes de Mélito, señores de la villa. Una importante obra de reforma se llevó a cabo en la casa de la capellanía de Montúfar, en la calle Nueva,  por el cantero, también cántabro, Pedro de Palacios, vecino de Arbancón.
Entre la arquitectura religiosa en cantería destaca la ermita de la Soledad, cuya traza recuerda la capilla de los antes mencionados Montúfar. En cuanto a la ermita de la Virgen de los Enebrales actual sabemos que se construyó en 1612 por Juan de Razola (el mismo cantero que sacó la piedra necesaria para el convento de San Francisco de Guadalajara). Pero, indudablemente, el edificio religioso más importante de Tamajón es su iglesia parroquial, de la que poco se sabe hasta la segunda mitad del siglo XVII, en que el atrio porticado estaba sufriendo algunas modificaciones llevadas a cabo por los canteros de Meruelo, Lorenzo del Campo y Francisco Vélez de Pedrero, quien ya había trabajado antes junto a Lorenzo del Campo en las iglesias de Albares, El Vado y Matarrubia.
En cuanto a la religiosidad popular, el libro se Aurelio García se centra en las memorias, capellanías y obras pías, además de en el elevado número de cofradías, ocho en total: del Santísimo Sacramento, de la Vera Cruz, del Santísimo Rosario, de San Nicolás, San Sebastián, Nuestra Señora de la Asunción y de los Esclavos del Dulce Nombre de Jesús, además, por supuesto, del culto a Nuestra Señora de los Enebrales y las ermitas. Capítulo aparte merece la historia y evolución del convento franciscano de la Inmaculada Concepción, mandado construir por María de Mendoza, cuya vida concluyó con la exclaustración de los franciscanos en 1835. Se conserva el inventario de sus bienes.
Después vendría el proceso desamortizador con su salida a subasta los días 8 y 16 de junio de 1844, en que no hubo postor. Junto al convento también se propuso la venta de su huerta, tasada en 4.000 reales, que fue adquirida en 4.100 reales por Manuel Fernández Ollero, vecino de Torrebeleña.
Finaliza este libro, que es el número 3 de la colección “Temas de Guadalajara”, con una serie de apéndices y la correspondiente bibliografía. Un libro sencillo, cómodo de leer, interesante por su contenido -ampliamente documentado- y que, seguro, gustará a las personas amantes de la Historia, el Arte y la Etnología de Guadalajara.


José Ramón López de los Mozos

Un catálogo sobre Pradillo

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PRADILLO, Pedro José (dir. y coord.), Mi tierra, mis paisajes. Pinturas de Regino Pradillo, Guadalajara, Patronato Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Guadalajara, 2016, 48 pp. [Catálogo la Exposición celebrada en el Museo Francisco Sobrino, de Guadalajara, de los días 3 de junio a 17 de septiembre de 2016]. [I.S.B.N.: 978-84-87874-75-8].

Una vez más el Ayuntamiento de Guadalajara, a través de su Patronato Municipal de Cultura, ha acertado plenamente ofreciendo al público, en el Museo Francisco Sobrino (de los días 3 de junio al 17 de septiembre), una parte representativa de la obra al óleo de uno de sus pintores más acreditados de Guadalajara: Regino Pradillo. Con tal motivo se ha procedido a la edición de un sencillo catálogo, de 48 páginas, de gran interés por la autoría de los textos que incluye, así como por su eficaz contribución al mejor conocimiento de la obra de este insigne artista alcarreño, a pesar de todo, todavía escasamente conocido por la mayoría de sus propios paisanos.

Regino Pradillo (Guadalajara, 1925-1991) fue, indiscutiblemente el pintor más conocido de la segunda mitad del siglo XX, solo comparable, en cuanto a su reconocimiento internacional, a otros artistas, también alcarreños, tan afamados y de la calidad y prestigio de Antonio y José Ortiz Echagüe, José de Creeft y del propio Francisco Sobrino Ochoa.

Por eso, esta exposición, compuesta por veinte lienzos, constituye el mejor homenaje que podría hacerse a un artista, que es el la divulgación de su obra, coincidiendo con el veinticinco aniversario de su fallecimiento. Se trata de representaciones telúricas de los campos y de las tierras con todos sus accidentes, de la provincia que le vio nacer hace ya más de noventa años.

Las obras que se presentan en esta exposición han sido seleccionadas por los hijos del artista y ofrecen una serie de variaciones paisajísticas, precisamente aquellas que tanto llamaron la atención en sus años de esplendor y por las que recibió tan reconocidos galardones.
Son paisajes en los que se reproduce la naturaleza de la tierra, que se va perfilando paulatinamente con su característico trazo fino sobre esos otros trazos fuertes y desgarrados, cargados de color, que vemos ir cambiando según cambian las horas y, especialmente los años.
Tierras duras estas de la Alcarria que se definen con colores atractivos, llamativos, atrevidos, y que, como hemos dicho, con el paso del tiempo, se van diluyendo como la vida misma.
Es la tierra que el artista lleva en su alma y en su pensamiento, la tierra en la que nació y la tierra que después lo acogió: cálida, húmeda y oscura con un nuevo útero maternal. Paisajes que huyen de lo establecido, de aquellas otras pinturas academicistas con las que aprendió a “cocinar” y de las que supo huir en el momento oportuno, cuando el cuerpo y el alma se lo pedían.

El espectador compara las obras, generalmente apaisadas, puesto que así lo requiere el paisaje representado, y observa los colores que reparte muchas veces, casi siempre, mediante la espátula, y señala el viejo camino, el cielo duro o azulado, las tierras aun amarillas tras la recogida del pan, los trazos que representan olivos en la distancia, ciertas manchas verde y añil que parecen señalar el cauce casi seco del riachuelo que humedece cuanto toca a su paso y da señales de vida.

Pero el espectador no se para en esto y quiere más, y analiza los trazos gruesos, los brochazos dados con soltura, sin miedo, sobre los que después trabajará el artista para dar vida y sentido a su obra, a la Obra poética, o sea, de creación, puesto que no otra cosa significa poiesis.

Paisajes que, en muchas ocasiones, podrían compararse con obras absolutamente abstractas, cargadas de materia, de la tierra misma que plasma en sus óleos y que, siguiendo lo tradicionalmente establecido, se dan la mano con el más atractivo informalismo.

Una exposición que se complementa con la del mismo autor en el Palacio de la Cotilla, donde podrán contemplarse obras academicistas de sus primeras andaduras pictóricas, y en la que junto a óleos, se exponen algunos carboncillos de temática muy diferente.

El catálogo, a pesar de su brevedad, ofrece una amplia panorámica de la obra de Pradillo, a través de numerosos textos debidos a Luis Alarcos Llorach, catedrático de Filosofía del Liceo Español de París, “Regino Pradillo, una persona excelente, un director amigo, un esposo y un padre entrañable, un artista exigente y cercano” (no es la longitud más correcta para un título, pero sí son las coordenadas de un ser querido y admirado, como añade el propio Alarcos); Antonio Herrera Casado, Cronista Provincial de Guadalajara, “Memoria de Regino Pradillo”; Pedro José Pradillo y Esteban, “Regino Pradillo-Francisco Sobrino. Yuxtaposición en París, 1968-1988”; Myriam, Roxanna y Juan Gonzalo Pradillo Guijarro, “Tierras: Movimiento infinito”, y el conjunto fotográfico que conforma “Mi tierra, mis paisajes. Pinturas de Regino Pradillo”, catálogo a color en el que se recogen diecinueve obras del artista, que, sin duda, servirán para ofrecer al interesado una idea cabal del modo de pintar de Pradillo y, especialmente,  de su forma de ver y comprender el paisaje de su tierra.

Finaliza el catálogo con un currículo (1960-1984) de becas, premios y distinciones, a destacar de entre la interminable lista de galardones, medallas y distinciones que recibió a lo largo de su vida, así como una serie de museos y colecciones en las que se conservan obras suyas.


José Ramón López de los Mozos   

BUDIA en la Edad Moderna

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GARCÍA LÓPEZ, Aurelio, Budia en la Edad Moderna (Siglos XVI al XIX), Guadalajara, Editores del Henares (col. Temas de Guadalajara, 10), 2015, 167 pp. [ISBN.: 978-84-606-5989-1].

Comienza el libro que comentamos con unas pinceladas acerca de la historiografía alcarreña, entre la que encuentran algunas obras referentes a Budia que, aunque no muy antiguas, no por eso son menos importantes, puesto que los datos más abundantes datan de finales del siglo XIX. Así una entonces meritoria referencia a dicha villa escrita por don Andrés Falcón y Parto, la Memoria histórica-descriptiva de Budia, de 1888,  reeditada con numerosas ampliaciones por el Dr. Herrera Casado en 1991, con el nuevo título de Budia, breve noticia de su historia. Poco después, don Juan Catalina García López escribiría los Aumentosa las Relaciones Topográficas (Tomo I) mandadas recoger por el rey Felipe II; maravilloso trabajo que aportó, y aún sigue aportando, numerosos datos de interés para un conocimiento exhaustivo de dicha población. En 1907, el médico don Severino Domínguez Alonso publicó unos Datos para el estudio médico-topográfico de la Villa de Budia de gran interés, cuya edición facsimilar, llevada a cabo en 2015 por el Ayuntamiento de la localidad con autorización de la Biblioteca Nacional de España, comentamos en estas mismas páginas.

Hasta aquí lo que podríamos considerar como la primera fase, dedicada a estudios y trabajos, sin olvidarnos de la ermita y la imagen de la Virgen del Peral de Dulzura, sobre la que, indica García López, existe una hoja “volandera” de 32 cm. titulada Gozos a Nuestra Señora del Peral: que se venera en la villa de Budia, Diócesis de Sigüenza, que editó el impresor Víctor Berdós i Feliú -entre 1875 y 1900?-, en su imprenta de Barcelona (C/. Molás, 31) y que hemos podido consultar de la Biblioteca Nacional de España (VE / 1445 / 441).

Posteriormente surgirían nuevos trabajos, como la brevísima Historia de Budia de Miguel Rodríguez Gutiérrez (MI-RO-GU), que únicamente contiene una transcripción de las ya citadas II Relaciones Topográficas de Felipe y unas notas sobre arte (con un total de 36 páginas), al que siguieron otras publicaciones llevadas a cabo, sobre todo, por Antonio Herrera Casado y Juan José Bermejo Millano: Budia, corazón de la Alcarria (2005), El convento carmelita de Budia. Memoria y esperanza (2010), así como el trabajo, esta vez en solitario, del mencionado Bermejo Millano, Budia en la prensa (2012).
Como podrá apreciar el lector, el presente libro da a conocer algunos aspectos nuevos o al menos poco estudiados hasta el momento, como el trabajo del cuero, la celebración de una feria, la actividad apícola, etc., de donde posiblemente procedan los pseudogentilicios de “mieleros”, dado que los vecinos de Budia fueron los mayores productores de miel de toda la Alcarria, y “curtidores”, por los que todavía hoy se conoce a los budienses o budieros.
Apartado, el anterior, que sirve de pórtico a la historia de Budia propiamente dicha y que da principio con unas breves consideraciones acerca de la Edad Media, a pesar de la inexistencia de documentos que precisen su origen con exactitud, por lo que se hace difícil establecer el momento en que se inició como lugar habitado, aunque lo más probable es que se trate del siglo XI ya que, tras la conquista de Atienza por Alfonso VI (1085), Budia pasó a formar parte de su Tierra, dentro del sexmo de Durón, y su territorio repoblado por cristianos procedentes de la zona norte peninsular.
Al partir del siglo XII es cuando comienza a haber documentos escritos, concretos, sobre Budia, por lo que se sabe que la Orden de Santiago tenía algunas posesiones, pero realmente no se tienen datos fidedignos hasta el año 1388 -fecha en que se le hizo donación de la dehesa denominada El Peral, lugar entonces despoblado debido a la peste negra sufrida- momento en el que pertenecía al Común de Villa de Atienza y en el que permanecerá hasta, al menos, 1413. En relación con este tema, García López transcribe dos documentos: 1402. 31 de mayo. Atienza. Traslado de la carta de donación otorgada por la villa de Atienza a favor del lugar de Budia de una dehesa titulada El Peral y 1431. Confirmación de la donación por la villa de Atienza a favor del lugar de Budia de una dehesa titulada El Peral.
Seguidamente pasa a analizar los restos de la iglesia románica del antiguo despoblado de El Peral (que en este caso creemos fuera de lugar), para tratar de la integración de Budia al Común y Tierra de Jadraque (dentro del sexmo de Durón), en el que permaneció hasta el siglo XV en que pasó a convertirse en un lugar de señorío tutelado por varias familias. Primero por Gómez Carrillo, -al poco, en 1434, se hizo Villa-, pasando después a manos de Alonso Carrillo de Acuña, donde permaneció por poco tiempo hasta que, tras realizar una serie de permutas, llegó a ser una de las propiedades más queridas por el cardenal Pedro González de Mendoza, y posteriormente, al condado del Cid, del cual eran dueños y señores los marqueses del Cenete, hasta que con el tiempo pasó a la Casa del Infantado en la que se mantuvo hasta la abolición de los señoríos, en el siglo XIX.

Hasta aquí, lo que podríamos considerar como la primera parte, o parte introductoria del libro, con la que entramos en la Edad Moderna, momento, como hemos visto, en que Budia permanece en poder de la familia Mendoza. Esta parte contiene un carácter netamente social y en ella se ofrecen numerosos datos sobre el ya mencionado señorío mendocino, que tenía poder, otorgado por el rey, para nombrar Alcalde Mayor y proporcionar a la villa una Administración Municipal justa a través del concejo y sus componentes, una de cuyas mitades correspondía al estamento noble (hidalgos) y, la otra, al estado general (pecheros), encargados de custodiar los denominados bienes de propios comunales, es decir, las propias Casas de Ayuntamiento y archivo, la cárcel, la correduría o peso real, además del matadero y la carnicería, los mesones, la pescadería y demás tiendas. También se ocupaba del pósito, los hornos, las tabernas, la fragua y los molinos aceiteros y harineros, junto con el batán. En lo que respecta a la higiene y a la salud pública era de su competencia cuidar de las pozas de la basura y, finalmente, tenía a su cargo los montes y su aprovechamiento.

Un apartado interesante es el dedicado a la demografía, puesto que no conviene olvidar que, a comienzos del siglo XVI, Budia se había convertido en la población más importante del sexmo de Durón gracias a su notable crecimiento económico, de modo que en 1528 contaba con 238 vecinos, llegando a más de 500 a finales del mismo siglo, por lo que fue la tercera población de la antigua provincia de Guadalajara, solo superada por Guadalajara (con 1372 vecinos) y Sigüenza (con 910), aunque durante el siglo siguiente, el XVII, lo habitaban 364, que se redujeron a 202 en 1712. Gracias al desarrollo de las tenerías, la población de Budia alcanzó los 1700 habitantes (almas) (1752), finalizando el siglo XVIII con 523 vecinos, o lo que es lo mismo, 2197 habitantes -según el coeficiente de conversión de 4,21 habitantes por vecino-, disminuyendo nuevamente con la Guerra de la Independencia.
Las clases sociales estaban representadas por los hidalgos, entre los que destacaban algunos hombres dedicados a las letras, las armas y la administración pública, como las familias Romo y Sáez, además de por el estamento eclesiástico, que llegó a dar algunos obispos: Juan Ruiz Colmenero, obispo de Nueva Galicia desde 1647 hasta 1663; Víctor Damián Sáez, obispo de Tortosa en 1823; Bernardo Antonio Calderón y Lázaro, nombrado obispo de Osma en 1753; Juan José García Álvaro, obispo de Coria fallecido en 1783, y Gabino II Catalina del Amo, obispo de Calahorra y Santo Domingo de la Calzada en 1875.
La actividad económica se centraba fundamentalmente en la agricultura y la ganadería, junto a las que destacaba una floreciente actividad apícola, ya que contaba casi con cinco mil colmenas según el Catastro de Ensenada (1752). También eran muy pujantes las industrias textiles, concretamente la de fabricación de paños, así como las tenerías y otros aspectos de menor importancia, como la confección de sayales por los carmelitas, los pequeños comercios y la arriería y la celebración de un mercado semanal con feria.

Quizá el apartado más amplio es el que dedicado a la religiosidad popular, cuyo centro neurálgico era la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol, además de en algunos oratorios privados, en los que se solían celebrar votos y fiestas y eran numerosas las memorias, capellanías y obras pías, además de tener a su cargo las dotaciones económicas para el sostenimiento de un hospital para pobres, becas para  estudiantes y dotación de huérfanas, que se completaban con las ayudas del pósito fundado por Pablo Sáez Durón. Existieron así mismo numerosas hermandades y cofradías, diez al menos, y también fueron numerosas las ermitas que se edificaron, siete, más un calvario. Contaba con un convento carmelita, dedicado a la Inmaculada Concepción, de notable e interesante construcción, al igual que sucedía con su arquitectura civil consistente, en gran parte, en numerosas casas solariegas, algunas de las cuales han llegado hasta nuestros días.

Finaliza el trabajo con una amplia bibliografía dividida en dos partes: en primer lugar por el material de archivo -documentos- recabado en el Diocesano de Sigüenza, el Histórico de Protocolos de Madrid, el Histórico Provincial de Guadalajara, el Municipal de Budia, el General de Simancas, el Histórico Nacional, el Parroquial de Budia, el de la Nobleza Española de Toledo y el de la Real Chancillería de Valladolid y, en segundo lugar, por los libros consultados para la realización del texto.
Resumiendo, un libro ameno, de fácil lectura que ayudará a muchos budieros a conocer su propio pueblo, como así sería deseable, y que viene a recordar numerosos datos vistos en otros libros semejantes debidos a la misma autoría que el presente.


José Ramón López de los Mozos    

El crimen de Mazarete

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ESTEBAN [GONZALO], José, El Crimen de Mazarete. Historia (y consecuencias) de un error judicial, Madrid, Ed. Reino de Cordelia, 62, 2016, 174 pp. [ISBN: 978-84-15973-74-4].
Nuestro querido amigo y paisano Pepe Esteban ha escrito un libro verdaderamente interesante, que en los momentos que vivimos viene al pelo, porque recuerda uno de los hechos más calamitosos y nefastos de cuántos han ocurrido en la tierra de Guadalajara. Nada menos que dar a conocer, con los suficientes años de distancia -ya va para ciento quince años, puesto que el suceso tuvo lugar en 1902-, uno de los errores judiciales más comentados, no sólo en España, acerca de un supuesto crimen cometido en el pueblo de Mazarete y las consecuencias posteriores que tanto proceso como su resolución tuvieron.
El hecho fue que, el día 24 de noviembre de año mencionado, un par de camineros que emprendían camino hacia su tajo en la carretera de Alcolea del Pinar a Tarragona, por la mañana temprano, a eso de las siete, todavía de noche, se toparon con el cadáver de un tal Guillermo García, alías “el Aceitero”, de Mantiel (aunque a todos los de Mantiel se les conoce por el pseudogentilicio de “aceiteros”), que, al parecer hacía muerto de un disparo en el pecho.
Este es el verdadero leiv notiv de lo acaecido. Después, todo serían palabras y más palabras, suspicacias, falacias y la falta de humildad a la hora de reconocer los propios errores. De modo que, entre unas y otras cosas, la justicia, (o mejor dicho, los jueces), terminaron por condenar a la máxima pena, morir en el garrote vil, a dos vecinos del pueblo probadamente inocentes. La maquinaria de la (in)justicia había puesto en marcha su andadura y ya no era posible frenar su inercia, de manera que las cosas se enredaron de tal forma que muchos expertos en medina legal y forense, así como destacadas personalidades republicanas como don Melquiades Álvarez y don Gumersindo de Azcárate, lograron, después de ímprobosesfuerzos, llamar la atención sobre el caso,que se había juzgado sin ninguna objetividad, en cuya labor contaron con la eficaz ayuda de los medios de comunicación social -la prensa- del momento, El Globo, El Imparcial, El Diario Universal
Pepe Esteban, escritor y periodista, sigue la pista de los hechos que se produjeron, desde las primeras pesquisas hasta la resolución judicial y sus posteriores resultados, reconstruyendo milimétricamente los sucesos, uno tras otro, demostrando la falta de justicia de la Justicia y su arbitrariedad, ante la que los acusados se encontraban totalmente indefensos, puesto que se trataba de la palabra de dos pobres gañanes, palurdos y rurales, contra la superioridad de los representantes de la Justicia, amparados en su toga.
A los largo de las primeras páginas del libro (7 a 10), el autor nos deleita con una especie de novela policiaca, o más bien si se quiere, sobre lo que pudieran haber sido sus prolegómenos: Un verano dedicado en profundidad a escribir un ensayo acerca del conocido escritor siciliano Leonardo Sciascia, del que tanto le llamó la atención “su obsesión por la justicia” y acaso también “su obsesión por la historia”, además de por su sencillez literaria a la hora de explicar los asuntos aparentemente más complicados, ya que Sciascia, según Pepe Esteban, “pertenece a esa clase de escritores que aspiran a decir lo más con lo menos; a provocar el mayor número de significados y matices con el menor número de palabras”.
Todo comenzó una mañana de domingo, en la que recorriendo los tenderetes y puestos de la Cuesta de Moyano, el librero Berchi, que estaba al tanto de sus tendencias y obsesiones librescas, le ofreció un interesante ejemplar titulado Dos penas de muerte. Exposición a las Cortes dirigida por don Tomás Maestre y Pérez. Catedrático de Medicina legal y Toxicología de la Universidad de Madrid. Madrid, 1905, que podría haber escrito el citado Sciascia y que le dejó absolutamente extasiado, aunque, en realidad, se trataba del libro que iba buscando; así que, ya desde la segunda página, le picó la curiosidad: Los inocentes condenados, sorpresa que fue in crescendo con la aparición entre sus páginas de diversos artículos periodísticos sobre el particular, escritos por algunas personas de fuste como don Gumersindo de Azcárate, don José Canalejas y don Jacinto Octavio Picón, entre otros y, para colmo, el crimen había tenido lugar en la provincia de Guadalajara, concretamente en Mazarete, nada más y nada menos que el feudo de don Calixto Rodríguez, propietario de la U.R.E. (Unión Resinera Española) y Senador del Reino, quien, como tantos otros, protegía a los condenados, a quienes consideraba incapaces de cometer un crimen de tamaña categoría…
Se trata, en fin, de una historia sencilla, otra más, de las muchas que la España negra e insólita del momento producía y callaba. Así es que, a casi un kilómetro de la venta conocida por Venta Alegre, yendo al trabajo dos peones camineros se encontraron con el cuerpo de un muerto, por lo que uno de ellos regresó al pueblo y dio parte al juez municipal, -cuyo nombre era Juan García Moreno-, quien, por cierto, ese día se había levantado con el “pantalón a cuadros” lo que equivalía a tanto como presagiar hechos inesperados que supondrían malas noticias, según comentó después.
El juzgado se presentó en el lugar donde yacía el cadáver a la una de la tarde con el fin de proceder a su identificación y posterior levantamiento,  ordenando el reconocimiento del lugar. El muerto resultó ser Guillermo García, como ya vimos más arriba, natural de Mantiel, quien con un carro de mulas se ganaba el sustento con la reventa de aceite y la compra de recoba. El juez municipal, por su propia cuenta y sin enmendarse a los santos, pensó que se trataba de una muerte por agresión y se puso en contacto con el Juzgado de Instrucción de Molina, que instruyó diligencias contra varios vecinos del pueblo.
También acudió el cabo de puesto de la Guardia Civil de Maranchón, que elevó su informe al Juzgado molinés, en el que señalaba que “Los hechos pueden ser motivo de causa criminal”, según quedó reflejado en su escrito en el que, debajo, constaba la fecha y la correspondiente firma, aunque -“saliéndose de sus atribuciones”-, a la vuelta de la hoja oficial, escribió la siguiente denuncia: “Los hechos han tenido lugar en casa del juez municipal de esta localidad”, lo cual no dejaba de constituir una tremenda acusación y una grave denuncia, según se preguntaron los angustiados defensores.
Esa fue la clave del nefasto “error judicial” al decir de don Melquiades Álvarez, fundador del Partido Reformista, que llevó el recurso de casación ante el Tribunal Supremo.
No obstante, lo que tanto entonces como ahora llamó la atención, fue que tras la mencionada denuncia anónima, el Juzgado Instructor de Molina dictase un auto declarando el procesamiento de catorce hombres de Mazarete, que fueron traslados, en carro o andando, a la cárcel molinesa,  de los que ninguno resultó ser Juan García Moreno y su hijo Eusebio.
Y aquí es donde Pepe Esteban comienza a utilizar el método sciaciano “consistente en levantar las piezas ocultas de la historia: una especie de reportaje retrospectivo: indaga hacia el pasado, revisa los archivos judiciales, las fuentes de la historia (testimonios orales y escritos) y de ahí, se ha dicho, esa especie de estilo notarial, que elude el gusto y el placer por la palabra, el huir de la literatura propiamente dicha y hasta su empeño en desliteraturizar sus historias”.
Todo lo demás es el relato de los hechos acaecidos y su forma de sopesarlos los representantes judiciales, la lucha de poderes, entre ellos mismos y pisoteando la palabra del hombre rústico. El poderío de una clase prepotente, sobre la desgracia del débil, que siempre tuvo las de perder.



Finalmente, quisiera ofrecer al lector breve noticia acerca de otro libro que, sobre el mismo tema, ha visto la luz recientemente. Se trata del escrito por Tomás Gismera Velasco, Mazarete: el error judicial (col. Guadalajara, crónica parda), Amazon 2016, [2013, 1ª. ed.], 61 páginas, [ISBN: 10: 1530521483 y 13: 978-1530521487], cuyos capítulos -brevísimos- son los siguientes: Un cadáver en la madrugada, El Juez de Mazarete, Vedijas el Codicioso, Si la han hecho que la paguen, La Revisión, Motín de intelectuales y ¿Justicia? 

“El día 24 del actual de noviembre de 1902 fue descubierto en la carretera de Sigüenza a Molina el cadáver de un hombre que representaba unos 30 años, y que tenía una herida de arma de fuego en el pecho.
Había sido visto en numerosos sitios la tarde anterior, la última vez que se le vio con vida, en la posada de Mazarete (Guadalajara)”.


José Ramón López de los Mozos

Valdeavellano al completo

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Juan Ramón Lozano Rojo: “Valdeavellano. Historia de unpueblo sin historia”. Tomo I: Geografía, historia y personas. ISBN 978-84-940843-8-6. 254 págs. Ilustraciones. PVP: 20 €. Tomo II: Vida, cultura y arte. ISBN 978-84-940843-9-3. 288 págs. PVP: 22 €.

Ahora sí que puede decir Valdeavellano que tiene historia. Porque Juan Ramón Lozano se la ha encontrado. Tras largos años de trabajo y búsquedas, y después de analizar documentos en archivos, monumentos en directo y charlas con gentes muy largas y tendidas, el proceso de redacción y ordenación de datos y su posterior escritura ha culminado en una obra enjundiosa, total, muy bien concebida: pero que por sus dimensiones ha tenido que ir a ser impresa en dos tomos, para hacerla manejable y cómoda en su utilización. De ahí que el conjunto informativo sobre Valdeavellano que Lozano Rojo ha conseguido se extiende por un total de 542 páginas, en las que múltiples grabados amenizan y complementan la obra.
Está concebida esta historia de Valdeavellano con un concepto bien estructurado, por temas, todos ellos homogéneamente tratados. El inicio es la geografía, tanto física como humana: paisajes y urbanismo,  suelos, clima, animales, demografía viva, y con documentos detrás. Un monumento en sí puede considerarse esta primera parte.
La historia luego, tan amplia como puede uno imaginarse la de un pequeño pueblo de la Alcarria, pero analizada con la pasión de un entomólogo, con la rigurosidad de un historiador profesional. Entre las mil cosas que aparecen en este capítulo, me quedo con la historia de Valdevacas, ese “lugar mui amado” del Arcipreste de Hita, y que fue poblado exento hasta el siglo XIV, en que por la peste se despobló. Hoy queda integrado en Valdeavellano.
El tomo primero concluye con el análisis de los personajesque dan vida y protagonizan la historia de la villa: los Labastida fundamentalmente, pero también los Trelles, los Romo y Gamboa, los Tovar… y todas esas familias (Rojo, Hita, Lozano y Romo…) que han dado vida a las familias.
En el segundo tomo, otras tres partes, y es la primera de ellas lo relativo a la “Vida” en Valdeavellano: las instituciones, la alcaldía, los trabajos, los oficios, la cultura popular, los juegos, el vestido, los apodos, el lenguaje “ñarro”: un mundo polimorfo, apasionante, analizado con lupa.
El arte después, con una meticulosa disposición de miramiento hacia la iglesia, la fuente mora y la picota, más el palacio de los Labastida y tantas otras edificaciones que está en el corazón de las gentes de Valdeavellano. Nada deja Lozano por mirar, por estudiar, por glosar: los molinos, los pósitos, las ermitas… y ya en el capítulo final de la cultura, entra a desglosar las formas de vida y los modos de relación humana entre sus habitantes.
En definitiva, y por no entretener al lector con admiraciones continuas, decir que esta obra ingente es, simplemente, modélica: una forma de enfrentar las esencias de un pueblo, a través de los documentos que quedan, de las estampas que aún forma, y, sobre todo, de la aguda mirada de quien va por el mundo “fijándose”, analizando, concluyendo. Es largo de leer, tomo uno y tomo dos, seguidos, con tantas imágenes y notas, bibliografía añadida, y datos a millares, pero Valdeavellano tras este libro se declara salvado, vivo y eterno.


A.H.C.

Todo sobre La Salceda

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López de los Mozos Jiménez, José Ramón: “Algunos datos acerca de la Virgen de la Salceda, hallada entre Peñalver y Tendilla (Guadalajara)”, en Revista de Folclore, nº 415, septiembre 2016. Páginas 4-19.

Cada vez estoy más convencido de que “lo que se escribe, permanece”. Y que la sentencia latina de “verba volant, scripta manent” es absolutamente actual: solo aquello que dejamos plasmado en una publicación, en un artículo, en un libro, en un manuscrito de memorias, en unas anotaciones de archivo, formarán la historia. Las palabras, sin embargo, se las lleva el viento.
A cuento viene todo esto del pequeño y sabrosísimo artículo que López de los Mozos en estos días pasados ha visto publicado en la prestigiosa “Revista de Folklore” que en Valladolid dirige Joaquín Díaz. Es apenas la recopilación de todos cuantos datos ha podido hallar acerca de la Virgen de la Salceda, en el corazón de la Alcarria. Son bastantes esos datos, enjundiosos, gráficos los unos y literarios, documentales, bibliográficos, cancioneros, los demás. Pero todos en conjunto, nos dan una idea muy precisa respecto a la advocación mariana de Nuestra Señora de la Salceda, que con tan profunda devoción cuenta en localidades como Tendilla y Peñalver, pero también en Arbancón y en Las Torres de Cotillas (Murcia) donde la llevó una tendillana.
Todas las noticias, interpretaciones y tratamientos históricos y literarios en torno a Nuestra Señora de La Salceda están tocados, explicados, por López de los Mozos. Desde el librillo de versos que la dedicó don Cecilio Blanco, cura párroco de Peñalver, hasta una serie de grabados que recogen el momento milagroso en que la Virgen, sobre un sauce, se aparece a los caballeros sanjuanistas, los “hermanicos” de la leyenda, decidiendo entonces dedicar un templo a la Virgen.



Muestra la estampa de la “Historia de monte Celia” de González de Mendoza, y la del “Compendio historial del aparecimiento de Nuestra Señora de la Salceda” de Alonso López Magdaleno, así como la de “Arco de Paz entre Dios y el Hombre” de fray Juan Ros. Muchos detalles iconográficos nos dan perfecta idea de la plasticidad de esta leyenda develadora. Con un apéndice poético, en el que se incluyen diversas composiciones rimadas relatoras de la tradición, completa el investigador este trabajo que, sencillo y medido, nos entrega completo todo el saber en torno a un tema de nuestra intrahistoria.


AHC

La beata de Trillo

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GARCÍA LÓPEZ, Aurelio (ed. y est.), Vida y virtudes de María Martínez de la Cruz, beata de Trillo, de Fray Domingo Caballero, Guadalajara, Editores del Henares (col. Temas de Guadalajara, 9), 2014, 363 pp. [ISBN: 978-84-617-3519-8].

Este libro de García López constituye una muestra de literatura basada en la religiosidad popular del Siglo de Oro, de manera que a través de su lectura es posible ver un ejemplo claro de la misma aplicado a la tierra alcarreña, “entendida como expresión vivencial de carácter individual integrada en la sociedad de la que surge”. De todas formas no son muchas las huellas que sobre este tema han llegado hasta nuestros días y, muchas menos aún, las que tienen por sujeto las tierras y las gentes de Guadalajara, pues el caso que comentamos está protagonizado por Sor María Martínez de la Cruz, cuyas virtudes quedaron recogidas por el dominico fray Domingo Caballero en un libro, todavía manuscrito, que lleva por título Vida y virtudes de la sierva de Dios María Martínez de la Cruz. Natural de Trillo, obispado de Sigüenza donde vivió y murió. La escribió el R. P. presentado fray Domingo Caballero del Orden de Predicadores. Año de 1731.

Dicho manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid (Mss. 19.136), así como también una copia del mismo (Mss. 20.985) y existe además otra copia más con el título: Vida y Virtudes de la sierva de Dios Sor María Martínez de la Cruz y Santa Rosa, re ligiosa de la Tercera Orden de Penitencia del glorioso Patriarcha Santo Domingo de Guzmán, recopilada del diario que D. Francisco Cortixo, cura párroco de la villa que fue de Trillo y confesor de la sierva, dejó escrito, que consta de 360 páginas en folio y es copia del original de 1731 que perteneció a Don Pedro Otamendi, que se conserva en la iglesia de Santa Catalina de Siena, de Madrid.

Hay que tener en cuenta que fray Francisco Cortijo había nacido en Solanillos del Extremo, donde fue bautizado el 2 de noviembre de 1646.

Este tipo de libros responde a los acuerdos tomados en el Concilio de Trento, en el que se fomentó la manera más eficaz de enseñar a los fieles las verdades de la fe, la vida de los santos y los milagros -que son una manifestación del poder divino-. Sermones, procesiones con imágenes dolorosas con las que epatar al espectador y hacerle pensar en los sufrimientos de Cristo, catequesis, publicaciones diversas de devocionarios y recopilaciones de milagros…

Además, fray Francisco, parece ser que con su libro pretendió dar comienzo al proceso de beatificación de la sirva de Dios, pero su no publicación viene a indicarnos que dicha causa no llegó ni siquiera a iniciarse.

Así, pues, el libro de la Vida y virtudes… que comentamos, es una forma de sufrir en las propias carnes la Pasión de Cristo, narrada a través de las visiones de sor María, por lo que sus paisanos de Trillo, llegaron a considerarla como una especie de intermediaria entre la divinidad y ellos mismos, ya que aceptaron sus visiones sin entrar en disquisiciones teológicas.

Del autor del manuscrito son escasos los datos que se conocen. Fue prior del monasterio de San Blas, de Cifuentes, sin que sepamos cuando llegó al mismo, aunque en 1711, según el mismo manuscrito, ya debía estar allí, dado que fue uno de los participantes en la organización del traslado del cuerpo de la beata desde Trillo hasta el convento de Santo Domingo, de Cifuentes, aunque según parece, los primeros datos de su estancia en la villa condal corresponden a 1707, año en que se trasladó a Trillo para confirmar el funcionamiento de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario, que había sido fundada por los dominicos y encargarse de su predicación: “En la villa de Trillo en 27 días del mes de noviembre de 1707, este día llegaron a Trillo, los padres lectores fray Julián Molero, y fray Domingo Caballero, a predicar con licencia y autoridad del ilustrísimo señor don Francisco Álvarez, arzobispo y obispo y señor de Sigüenza”.

Sabemos que en 1722 se titulaba prior del convento dominico deNuestra Señora de la Peña de Francia y que había editado una historia sobre dicha advocación (Salamanca, Viuda de Gregorio Ortiz, 1728). Después ejercería el priorato del convento de Santo Domingo de Soria (1731).
El mismo fray Domingo señala que para la elaboración de su libro se sirvió de un diario redactado por fray Francisco Cortijo, confesor de la beata María Martínez de la Cruz. (Se conoce la existencia de dicho diario gracias a las numerosas referencias que de él hace fray Domingo y que, según Juan Catalina García López, su manuscrito estaba dividido en un índice o tabla de capítulos, la protesta del autor, el texto y algunas adiciones).
Como era de suponer, la obra que Cortijo escribió, que consta de 33 capítulos y carece de mérito teológico, moral y hasta literario, abarca toda la vida de la sierva de Dios y en su exposición se aprecia la influencia de otros tratados similares. Va precedida de una dedicatoria, una protesta y el prólogo.
El original de la obra ya fue estudiado en su momento por algunos investigadores como don Juan Catalina García López (Biblioteca de escritores de la provincia de Guadalajara y bibliografía de la misma hasta el siglo XIX); don Francisco Layna Serrano (Historia de la villa de Cifuentes) y fray Toribio Minguella y Arnedo (Historia de la Diócesis de Sigüenza y sus Obispos), pero fue don Agapito Pérez Bodega (Guía y notas para una historia de Trillo) quien profundizara en la documentación histórica existente, basada en los libros parroquiales de la iglesia de Trillo, y diera a conocer la genealogía y la vida de Sor María, aunque dejando numerosas preguntas sin contestación -debido a no haber consultado directamente las copias manuscritas de la Vida y virtudes…, de fray Domingo Caballero-, a pesar de lo cual su trabajo es digno de consideración debido al gran esfuerzo de síntesis realizado.

Sor María había nacido en Trillo, según fray Domingo Caballero indica, el día 14 de noviembre de 1652 y bautizada el 21 del mismo mes. Sus antepasados procedían de Tolosa (Francia); concretamente el matrimonio constituido por Juan de Tolosa y Margarita Ramírez, quienes desde el país vecino se habían establecido en Pareja, donde el padre cambió su apellido por el de “de la Cruz”. Hijo de este matrimonio fue Juan Martínez de la Cruz, que casó con María Delgado, vecina de Trillo en 1612, cuyo único hijo, Francisco Martínez, nacido en Trillo, donde se casó en 1652 con María Batanero (viuda de Cristóbal Romancos), fueron los padres de la sierva Sor María:“Nació la sierva de Dios María, que fue el 11 de noviembre de 1652, el día 31 del mismo fue bautizada en la iglesia de Trillo por el licenciado Leonardo Martínez, y confirmada el 4 de junio de 1658 por el obispo D. Antonio de Luna”, datos que no coinciden con los que aporta el señor Pérez Bodega, consultados, como ya hemos visto, en libros de bautismo -en concreto el correspondiente a los años 1575-1681 y, en particular en el fol. 273v.-, de la parroquia trillana, por lo que la protagonista nació el día 22 de noviembre (once días más tarde).

Sor María vivió en casa de sus padres hasta 1664, en que con doce años pasó a servir a casa de un sacerdote de la villa y tras rechazar un ventajoso matrimonio con un tío suyo, volvió a servir en la casa del hidalgo don Carlos Carrillo, una de las principales, donde permaneció cuatro años, hasta que, con 17 años de edad, contrajo matrimonio con Miguel de Elvira, herrero y labrador.

Un matrimonio contra su voluntad, pues la sierva deseaba “vivir en perpetua virginidad”. Es entonces cuando fray Domingo la describe como de “buena estatura, bastante alta, color moreno, cabello negro con rarísimas canas, ojos claros humildemente modestos, la nariz larga aguileña, boca proporcionada, su cuerpo era bien dispuesto”, además era de conversación dulce y afable. Vivió casada durante 31 años, hasta el fallecimiento de Miguel de Elvira (22 de junio de 1701), momento en que vistió el hábito de la Tercera Orden de Penitencia de Santo Domingo.
Es sabido que antes de ingresar en esta Orden tenía revelaciones y visiones de la Pasión de Cristo, además de aficiones poéticas y cantaba canciones piadosas.
En los últimos años de su vida, debido a los rigurosos ayunos, padeció tercianas, tanto en 1708 como 1709, año en que por su estado de salud, su confesor le prohibió salir a oír misa. Murió en Trillo el 15 de diciembre de 1710 a la edad de 57 años, conservándose su acta de defunción en el libro primero de defunciones de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Trillo (1612-1756, fol. 138), en el que puede leerse:
María Martínez, mujer que fue de Miguel de Elvira. Murió día de la octava de la Conçepción. En la villa de Trillo en quinze días del mes de diciembre de mil setezientos diez años. Falleció María Martínez. Mujer que fue de Miguel de Elvira, vecino que fue de esta villa. Rezibió en su enfermedad los tres sacramentos de la penitencia, eucaristía y extremaunción. Enterrose en la tanda de quinientos maravedís. Hyzo testamento ante Antonio Fernández, escribano de su majestad. Y en quanto a lo espiritual es como se sigue, mandó misa de cuerpo presente, por su alma, misa de alma en Santo Domingo de la villa de Zifuentes y un oficio que a cavo de año, seis misas por su alma. Por cargos dos misas. Por ánimas del Purgatorio dos misas. Por su marido y difuntos de su obligación dos misas, ofrenda a libras de pan los nueve días, una luz todo el año. Y mandas forzosas. Testamentarios Juan de Elvira, y Francisco Lázaro, herederos; Juan, Miguel, Isabel, Juana y Teresa de Elvira, así consta por el dicho testamento y lo firme. Francisco Cortijo.
Siguen algunos datos más, como los posibles “milagros” que se le atribuyeron, la bibliografía y la transcripción completa del manuscrito (páginas 59-359).
Un libro interesante desde el punto de vista del estudio de la religiosidad tradicional -a cierta escala-, aunque no popular, pues las visiones pudieran parecer exageradas a día de hoy, en cuyo manuscrito pueden observarse números aspectos que solían darse en libros de este mismo tema o similares (véase, por ejemplo, Labrador / DiFranco, Espejo de virtudes. La Santa de Cifuentes). De todos modos la sierva fue venerada tanto durante su vida como tras su muerte, especialmente en el convento de San Blas de Cifuentes.

Manuscrito que, aunque no muy importante como tal, lo es por lo que puede aprenderse tras su lectura: raptos, visiones, trato y comunicación con Dios, que fueron constantes en su vida, aunque a veces se trate de una lectura densa y algo farragosa, propia de la época.


José Ramón López de los Mozos

Apasionado recital con Guadalajara de protagonista

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MAÑUECO, Juan Pablo,Donde el Mundo se llama Guadalajara. Poesía, Novela, Teatro, Guadalajara, Aache Eds., 2015, 341 pp. [ISBN: 978-84-15537-84-7].

Juan Pablo Mañueco nos deleita, y al tiempo nos sorprende una vez más, con este libro que, sin duda, no pasará desapercibido para el lector, puesto que en él advertirá cómo se dan la mano una serie de elementos que, aunque utilizados por el mismo autor en otras ocasiones anteriores y posteriores a la edición de este Donde el Mundo se llama Guadalajara, aparecen claros y nítidos, como nuevos. Y es que la palabra escrita de Juan Pablo Mañueco tiene un sonido, un brillo especial, que la hacen distinta a otras.
Podemos decir queeste libro recoge entre sus páginas, cuatro ingredientes,al menos, que lo harán grato y de amena lectura, incluso para quienes no estén acostumbrados a la lectura frecuente.

En primer lugar destacaríamos la afinidad existente entre él y la formulación de carácter musical, ya que comienza con un “preludio” y sigue con una “obertura”, a los que siguen las “arias”, los “adagios”, los rápidos “allegros” y los todavía más rápidos “prestos”, como prueba de una forma de comunicación realizada “no mal del todo”.

En segundo y tercero, que pueden ir perfectamente enlazados, la gran variedad de elementos geográficos, permítasenos la expresión, que su autor incluye, y de entre los cuales sobresalen especialmente dos: los paisajes y los paisanajes, puesto que como su mismo autor señala en el proemio: “es mi deseo y mi aspiración que no toque solamente un libro, sino que perciba el pálpito y el aliento de una tierra entrañable, diversa, heterogénea y apta para el vagabundeo y la andanza, como ahora va a intentarse acreditar a través de estos versos andariegos…”.

Se trata también, según sus palabras, de un país de países, donde se da la vida a través de una gran diversidad de paisanajes y gentíos, lo que en muchas ocasiones entraña tanto como decir soledades y abandonos, colmados de belleza inusitada, distinta, otra, dado que cada paisaje tiene la suya propia. Un espacio y las gentes que lo habitan que Mañueco va dando a conocer, nada menos, que a lo largo de ciento noventa y cuatro composiciones poéticas.

Sin embargo no nos encontramos ante una guía turística, un “baedeker”, al uso, ya que, por el contrario la abundancia de datos ha sido sustituida por los paseos a  lo largo y ancho de la capital de la provincia, ruando sus calles, mirándolas con ojos internos, como si sus balcones y las flores que los decoran fuesen nuevos y distintos a los tantas veces vistos, los tejados, las gentes; para, después, seguir con las comarcas de la tierra alcarreña por antonomasia. “Enumeración que ya, de por sí, nos va insinuando la heterogeneidad de lugares que nos aguarda”.

Sigue más algo que ya hemos insinuado antes: el que junto a la poesía, principal modo de expresión empleado en el libro, también se use la prosa y, en algunas ocasiones, el teatro o, si se quiere, la acción dramática. Y es que la narración se presta mejor, por ejemplo, a la descripción del curso que siguen las aguas del río Henares, desde su nacimiento en las tierras seguntinas de Horna, hasta que crece y se hace grande a su paso por Guadalajara, después de haber recibido, casi gota a gota, las aguas escasas de otros ríos menores, casi arroyuelos, venas minúsculas de agua, que le llegan desde los montes de su izquierda, mientras que la representación dramática servirá para trasladar al lector al remoto medievo, donde podrá escuchar aquella hermosa jarcha del siglo X, “Tanto amare, tanto amare. / Habib, tanto amare! / Enfermaron olios nidios, / E dolen tanto male”, hoy por hoy quizá la primera composición en que aparece el nombre de Guadalajara. Luego saldrán al tablado escenas entresacadas de los poemas del Juan Ruiz, arcipreste de Hita y de don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, entre otros.
Finalmente, cabría hacer referencia a la estructura de una mayoría de los poemas utilizados. Algunas “humoradas” -gotas de humor que alivian de las fatigas del camino-, “glosas” sobre motivos tradicionales castellanos, que son interpretaciones libres de cancioncillas cuya idea principal ya figura en los cancioneros de los siglos XV y XVI, y cinco composiciones denominadas “ribereñas”, compuestas por dos o más quintillas separadas entre sí por un estribillo independiente que va rimado con sus iguales, que introducen variaciones estróficas. También emplea el “torrente consonantado”, estructura alterna de serie indefinidas de ocho versos de catorce sílabas con rima en oleaje, las “liras alcarreñas”, que repiten el esquema de rima alterna en oleaje sobre la estructura de la lira clásica:

“Lo que sigue es agreste, / Iluminado azul, dueño del cielo, / Rozando a lo celeste. / Albar nube en revuelo / Siguiendo el viaje de su lento vuelo. // Alcarria en grato suelo, / La Campiña de Henares por el Este, / Con Sierra en terciopelo. / Áspero hocico geste, / Recio de altas cumbres como brava hueste. // Restando hacia el Sudeste  / El beso del Alto Tajo, en consuelo / Ñudoso en que se apreste, / A cada amplio riachuelo, / Señorío de Molina en luz en rielo. // Alcemos de belleza su ancho velo / y el resto de Alcarria igual se orqueste, / en versos que por vosotros ahora mismo ya cincelo. / ¡Qué fermoso apunta el sol al viaje que ya enhieste!”.

 y el “soneto alcarreño” al que, a veces, se le añade un largo estrambote asonante, dotándolo de una especial musicalidad.

Finaliza el libro con un epílogo, varios poemas urgentes y tres villancicos y otros tres poemas. Uno de ellos es este “soneto alcarreño” de gran belleza y profundidad.

EL DONCEL DE SIGÜENZA
Mientras lee Martín de tal manera y suerte,
Ante la que cabe esperar más armoniosa vida,
Resta algo aquí, tras haber restado en una ya dormida
Transición de ésta a otra postrera a la propia muerte.

Incluso el menos piadoso, al ver la blanca y vestida,
Noble figura y armadura de alabastro, advierte
Vida tras esos ojos, que más vida inserte
A la batallada jornada en que descansa de su vida.

Záfase tanto el riesgo eterno de la muerte
Que Vázquez, el lector, parece en ésta, aún permanecida
Un aura de ella haber dejado asida,
En espera de que el dormido caballero se despierte.

Zona vivaz de grato reposo es la capilla gótica esculpida
De modo tan bello y agradable que de Arce convierte,
Antes bien, entero, en jardín de belleza que aún oferte
Rango y promesa de nueva vida que añade a esta terrena vida,

Con murmullo suave de piedra sosegada en que se advierte
ESTAR A LA VIDA REQUIRIENDO EN ELLA con voz leve nueva
vida, vida, vida…

Cuando el lector termina de leer la obra, se queda pensativo. Hay cierto bienestar mental, cierta tranquilidad y laxitud. Pareciera que el hombre acaba de hablar consigo mismo con total sinceridad y recuerda su inmensa pequeñez. Y se le pasan por el magín numerosos fotogramas ruados y veloces… La tristeza en el mundo, la soledad del hombre en el momento de mayor desarrollo de las comunicaciones, el hambre de muchos y el despilfarro de tantos, las guerras para vender armas y reconstruir los países asolados con esas mismas armas. El desamor. El hombre en su entorno, en su geografía existencial.

Sí, piensa quien esto escribe que quizá este libro sea motivo de salvación, por eso recomienda su lectura pausada, saboreando su contenido, con la lentitud que la obra requiere. Y si no sirve de tabla de salvación al menos que sirva para pasar un tiempo agradable.


Merecida distinción cultural para López de los Mozos

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José Ramón López de los Mozos, reciniendo la Distinción de SOCIO de HONOR de la Biblioteca Regional de Castilla la Mancha, de manos de Jesús Carrascosa y Juan Sánchez


En “Libros de Guadalajara” nos sentimos muy felices tras haber conocido el nombramiento de José Ramón López de los Mozos como Socio de Honor de la Biblioteca Regional de Castilla-La Mancha, en Toledo. Un reconocimiento más que merecido, que se ha materializado en un acto celebrado en el Salón principal del edificio del Alcázar Real de Toledo, donde tiene su sede la Biblioteca.
El acto de entrega, en la tarde del 19 de octubre de 2016, coincidiendo con el 18º Aniversario de la creación de la Biblioteca, contó con la presencia, entre otras destacadas personalidades, del Viceconsejero de Cultura, don Jesús Carrascosa, del director de la Biblioteca Regional, don Juan Sánchez, y del Presidente de la Asociación de Amigos de la Biblioteca, don Jesús Fuentes.
Es un merecidísimo reconocimiento este que recibe José Ramón López de los Mozos, muy especialmente por su faceta de bibliófilo eminente y veterano, pues desde hace muchos años es el referente de la información bibliográfica de la provincia de Guadalajara y de la Región autónoma de Castilla-La Mancha.
En esta Revista/Blog sobre bibliografía provincial, desde estos “Libros de Guadalajara” que se mantienen fundamentalmente por su continua y valiosísima colaboración semanal, queremos felicitar a José Ramón López de los Mozos, aplaudirle también, como ocurrió ayer en Toledo, y animarle a que siga leyendo, anotando, comentando y difundiendo cuanto se escribe y publica sobre Guadalajara.

Baltasar Porreño redivivo

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GARCÍA LÓPEZ, Aurelio, Baltasar Porreño y Mora. Cosas notables que han sucedido en Sacedón (1611-1631). En el 400 aniversario de la presencia de Nuestra Señora del Socorro en su ermita (1614-2014), Guadalajara, Editores del Henares (col. Temas de Guadalajara, 5), 2014, 127 pp. [ISBN: 978-84-617-1594-7].

Recuerda con gran acierto su prologuista, Jesús Mercado Blanco, que este libro viene a ser la satisfacción de la deuda secular que Sacedón tenía contraída con uno de los personajes más ilustres de su tiempo, relacionado con dicha villa: Baltasar Porreño y Mora, gran historiador y “cura de Sacedón”, como a él le gustaba llamarse. Era de justicia la aparición de este trabajo en su homenaje, precisamente cuando se celebrabael 25 de noviembre de 1614,  el cuatrocientos aniversario de la procesión en que la imagen de la Virgen del Socorro, que bendijo, fuera trasladada a su ermita, celebrando en ella la primera misa.

El libro consta de dos partes; la primera, dedicada a los aspectos biográficos de Porreño, así como de su labor en Sacedón, no sólo espiritual sino también material, a través de la promoción de numerosas hermandades y cofradías y de multitud de ermitas y otras obras arquitectónicas, refieriéndose la segunda a su amplia producción historiográfica,  centrada especialmente en el extracto de su Memoria de las cosas notables que tiene la ciudad de Cuenca y su obispado, para la inteligencia del Mapa dedicado con esta memoria a D. Pedro Carrillo de Mendoza, conde de [Pliego] y mayordomo de la Reyna, Nuestra Señora, cuyo manuscrito (9-7159, nº. 1), se conserva en laReal Academia de la Historia.

Se desconoce la fecha del nacimientode Baltasar Porreño, pero él mismo apunta en dos ocasiones que era natural de Cuenca, concretamente en su Historia de los Arzobispos de Toledo-donde dice que había nacido en 1569- y cuando trata de la biografía del Arzobispo Gil de Albornoz, en que escribe: “fue natural de Cuenca, mi patria”. Precisamente en esta ciudad debió vivir sus primeros años y conoceren ella al magistral Francisco Morcillo, quien seguramente pudo influir en su formación como religioso, aunque muy pronto pasase a la Universidad de Alcalá donde consiguió el grado de bachiller y después el de licenciado el 5 de diciembre de 1587, cuando contaba con  dieciocho años de edad y habiendo tenido profesores de la talla de Villalpando, Juan Martínez y Bartolomé de Fuentes, aunque fuera el jesuita Jerónimo Román de la Higuera el que mayor huella imprimió en él. Es posible que también conociese al Cronista Real Ambrosio de Morales.

Después es poco lo que se conoce de la vida de Porreño desde su licenciatura hasta que entra a formar parte del servicio del obispo Portocarrero -como capellán in merito, además de secretario y limosnero-. En Cuenca, ocupó por un corto espacio de tiempo la parroquia de Paredes.
En los últimos años del siglo XVI ya había escrito algunas obras, como por ejemplo el Edificio espiritual, cuya publicación había sido aprobada en 1599. Dicha edición tenía como fin su promoción en la Corte, pero la muerte de Portocarrero en 1600 dio al traste con este proyecto.
El año antes citado de 1599, Porreño fue nombrado cura de la parroquial de Huete, donde residió hasta 1606, hasta que buscando la amistad y apoyo del nuevo obispo de Cuenca, Andrés Pacheco, fue nombrado por éste juez y examinador sinodal.

En 1603, se acercó al monasterio de Uclés para entregar a Felipe III un memorial “en raçón de algunos servicios míos”, al tiempo que amistó con Juan Idiaquez, Presidente del Consejo de Órdenes Militares, quien le encargó una apología sobre la venida del apóstol Santiago a España: su Apología de la Venida a España del Apóstol Santiago. Nuevamente en Huete tuvo la oportunidad de besar la mano del mismo rey y hablar con él, hecho que recogió después en otra obra titulada Hablé con su majestad en nombre del clero, al tiempo que le hizo entrega, siguiendo su empeño de promocionarse en la Corte, de un discurso -un tanto disparatado- titulado Discurso en raçón de la aduana de las pecoras de la Pulla en el Reyno de Nápoles; tocante al patrimonio Real de España, traducido de lengua Ytaliana por el licenciado Balthasar Porreño, con el que trataba de poner fin a los problemas económicos que atravesaba el reino de Castilla, tema muy apartado del resto de sus obras.

Su estancia en Huete sirvió a Porreño para aumentar su producción historiográfica, de modo que hacia 1602 ya había redactado la Historia de los Arzobispos de Toledo y cosas de España en dos tomos, que dedicó al arzobispo Sandoval, y cuyos originales se conservan en la Biblioteca Capitular de la catedral de Toledo. Es entonces cuando abandona Huete (1607), mientras en la Corte contaba con el apoyo de su tío el reconocido arquitecto Francisco de Mora y en Cuenca, con el del obispo Andrés Pacheco, gracias al que regentó las parroquias de Córcoles y Sacedón, donde comenzó su labor en abril de 1607.

Poco después, en 1609, cayó enfermo y estuvo al borde de la muerte, pero sanó tras encomendarse a la Virgen de los Llanos, patrona de Hontoba, según recoge fray Antonio de San Ignacio en su libro Historia de la Invención de la Santa, y Milagrosa Imagen de Nuestra Señora de los Llanos, y de sus milagros(Madrid 1719): datos:

Tomamos de García López los siguientes datos:

“El año de mil seiscientos y nueve el licenciado Baltasar Porreño, cura de la villa de Sacedón, padecía una gravissima enfermedad de apreturas, y pasiones del coraçón con unas congojas tan intolerables, que le pusieron muchas veces en los últimos términos de la vida. Dióle noticia de la milagrosa Imagen de Nuestra Señora de los Llanos el Padre Fray Rafael de Escobedo, Prior de Santa Ana de Tendilla, dióle un anillo de los que la Santa Imagen tenía en su mano, y luego que se le puso invocando la piedad de la Santissima Virgen, començó la mejoría. Y en acción de gracias, él mismo escribió este milagro en el Catálogo, que hizo de muchos milagros que hasta su tiempo havia obrado María Santíssma por las invocaciones de su Santa Imagen, el qual Catálogo, firmado de su mano se conserva hoy en la Santa Ermita de Nuestra Señora”.

La obra que menciona fray Antonio de San Ignacio es el Catálogo de los milagros de Nuestra Señora de los Llanos de Hontoba.

Al parecer la enfermedad debió ser bastante grave, puesto que Porreño otorgó su primer testamento en Sacedón el día 12 de junio de 1609 y en él ordena ser enterrado en la iglesia de dicha localidad, nombrando como heredera universal a su madre María de Mora, con la que entonces vivía.

Es interesante leer con detenimiento dicho testamento, que transcribe García López, sacado de los Protocolos Notariales (escribano público Juan Tomico, legajo 5.072, folios 58r-v, 12 de junio de 1609) que se custodian en el Archivo Histórico Provincial de Guadalajara.

Tras su recuperación, la labor de Porreño en Sacedón fue considerable. Es el momento en que se fundaun gran número de capellanías: la de Juana Sánchez Pascual (15 de octubre de 1607), la de Inés Morate (6 de septiembre de 1624), etc.

Del mismo modo se encarga de la constitución de una comisión sobre la fundación o memoria de Juliana de Alique (1612) y, al año siguiente, por encargo del obispo Pacheco, de la comisión, como juez, para la averiguación e información de los milagros de la Virgen del Sagrario en Garcinaharro, a más de ser encargado de la venta de algunos bienes del cura de Chillarón [del Rey], quien pretendía vender una casa integrada en una memoria.

Es también entonces cuando se fundan en Sacedón la mayor parte de sus hermandades y cofradías y se construyen las correspondientes ermitas, al tiempo que se produce una importante realización de retablos y esculturas, así como la conclusión definitiva de las obras de su iglesia, que se encontraban paralizadas por no ponerse de acuerdo sus mayordomos con los herederos del principal artífice de la obra, Francisco de Atuy, por lo que Porreño tuvo que firmar una concordia y desembolsar lo que se le debía al mencionado artífice y a Juanes de Loide, con el fin de que acabaran la obra.
Pero quizá la mayor obra llevada a cabo por Porreño consistiese en introducir en el pueblo de Sacedón el espíritu de la Contrarreforma.

Porreño vivió 32 años en Sacedón, donde falleció -posiblemente a primeros de agosto- del año 1639. Su segundo testamento, mucho más detallado que el anterior, conoció hasta cuatro codicilos, fechados el 12 de marzo, 30 de abril y 1 y 2 de mayo de dicho año.

En cuanto a la segunda parte: su amplia producción historiográfica, que se contiene en las páginas 77-98, recoge un total de 26 obras que son analizadas detenidamente. Muchas de sus obras, como solía suceder en el siglo XVII, procuran la exaltación de María, a cuya intercesión se atribuyeron numerosos milagros. Tarea a la que no fue ajeno el historiador Porreño, que hizo una historia de los santuarios marianos de la diócesis de Cuenca y también recopiló algunos catálogos de dichos sucesos, de tal manera que en su tiempo fue más conocido como escritor que como eclesiástico, especialmente durante los años vividos en Sacedón, donde dio a la luz una Relación de las cosas notables sucedidas en Sacedón.

En fin, un libro cuya lectura recomendamos, puesto que ofrece numerosos datos poco conocidos hasta ahora, acerca de este personaje, Baltasar Porreño y Mora, que en un principio más parecía preocuparse de su medro personal en la Corte, que de las cuestiones eclesiásticas, y que tantas obras dejó para la posterioridad, entre ellas algunas que, sin duda, ayudarán a conocer nuevos aspectos sobre lugares actualmente pertenecientes a la provincia de Guadalajara.

José Ramón López de los Mozos









Elogio de la vieja cirugía

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Una verdadera lección de Historia de la Medicina, y de la visión que a lo largo de los siglos se ha tenido de sus protagonistas, los médicos. Esta es la esencia del discurso que en la tarde del 25 de octubre de 2016 leyó públicamente el académico de la Real de Medicina, el seguntino Javier Sanz Serrulla, en el momento de su investidura como académico de número (en la silla 24) y de pleno derecho en la Real Academia Nacional de Medicina.
Aparte de sus indudables méritos profesionales, a Javier Sanz le ha podido su pasión por la historia de su profesión. Y en ese camino lleva muchos años, buscando en archivos, en viejos libros y memorias, la esencia del quehacer médico, en sus distintas variantes: como profesor, como dentista, como cirujano, como internista… la forma de intentar curar a los dolientes ha sido muy variada, y el repaso a esas formas, desde la perspectiva teórica, y luego real apoyada en testimonios de muchos autores, es lo que ha servido de pauta para este “Elogio” hecho a la vieja usanza, con modos y palabras de raigambre clásica.
En sus diversos apartados (“Más allá de la etimología”, “Antigüedad de la cirugía”, “La mano que piensa”, “El cirujano de las manos vacías” y “Grandeza, entonces, de la vieja cirugía”) conjuga saberes unánimes con propuestas novedosas. Y consigue, al fin, que nos entusiasme su propuesta, -cíclica, en realidad- de decir lo que sea la cirugía como actividad humana a medias entre la potencia del cerebro y la capacidad inagotable de la mano.
En este folleto, clásico en su presentación al uso de los Discursos de recepción en las Reales Academias, Sanz Serrulla se muestra como lo que es: un maestro del pensar y del decir, una atinado observador de las cosas que han pasado, por esos mundos, en el camino difícil de intentar curar a la gente. Un empeño titánico, que –de todos es sabido y resulta muy evidente- ha resultado siempre vano. Porque a la enfermedad, en definitiva, nunca se la vence. Es ella la que se alza, con su mueca fría, vencedora.
El opúsculo editado por la Real Academia Nacional de Medicina, de 60 páginas, ofrece al final las palabras de contestación del académico Diego Gracia Guillén, reconocido profesor de historia y éticas, referente absoluto en la ciencia del pensar, y  que ofrece también atinadas reflexiones sobre la esencia quirúrgica. En definitiva, una obra breve pero sustancial, para conocer al menos la forma en que trabaja este que ya es excelentísimo señor académico Francisco Javier SanzSerrulla.


A.H.C.

De nuevo a la Alcarria, en un viaje colorista

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OREA [SÁNCHEZ], Jesús, Viaje a la Alcarria en familia, Guadalajara, Diputación de Guadalajara, 2016, 335 pp. [ISBN: 978-84-92886-89-0].

Dos aspectos fundamentalesson dignos de destacarse en el libro que comentamos, quizá los más sobresalientes: por una parte, la importancia que dicho libro tiene para, a través de su lectura, comprender mejor esa pequeña parte de la obra celiana que es el Viaje a la Alcarria, por lo que el  autor del mismo se ha planteado su redacción teniendo siempre presente el interés didáctico, dado que está escrito principalmente para esos niños que ya van dejando de serlo y comienzan a preguntar por todo cuanto les rodea, pero sobre todo por el lugar donde viven, aunque también es necesario que lo lean los demás miembros de la familia, fijándose detenidamente en el modelo de “ficha” (que comentaremos más adelante) y que su autor, Jesús Orea, propone como ya lo hizo anteriormente con otro libro de parecidas características y fines, que vio la luz no hace mucho (2014) bajo el título de Guadalajara para niños, ilustrado como el que comentamos por Nora Marco y del que dimos noticia en su momento a través de  una reseña publicada en estas mismas páginas.

El segundo aspecto a destacar se refiere única y exclusivamente a lo que podríamos considerar como la “materialidad” del libro, que lo hacen sobresalir de entre la casi totalidad de publicaciones que van viendo la luz en nuestra provincia.

Tapas duras, papel de excelente calidad, fotografías y dibujos a todo color, tipos de imprenta perfectamente seleccionados, interlineado suficiente que produce la sensación de claridad u ayuda a una más fácil lectura, utilización de tintas de diferentes colores a la hora de indicar las distintas rutas del viajero, así como un mapa del itinerario, etc., que hacen del libro un ejemplar digno de las mejores bibliotecas y colecciones.

Se trata, en fin, de unextenso trabajo de 335 páginas, en el que se va dando a conocer, a lo largo de veinte etapas el libro de referencia -el Viaje a la Alcarria-, comenzando cada una de ellas mediante una breve sinopsis con la que conocer al detalle aquello que podríamos denominar como “las coordenadas espacio-temporales” del momento, es decir, el lugar de que se trate en caso, tal y como lo vio y lo vivió C.J.C. 

Sinopsis que posteriormente se amplía gracias a un apartado fundamental: “Qué saber de Guadalajara” (puesto que, en este caso, al tratarse de la primera etapa el viajero ha llegado a la capital alcarreña, procedente de Madrid).

Este apartado recoge datos históricos sobre la evolución de la ciudad y finaliza con unos datos que consideramos imprescindibles (sobre www.guadalajara.es y la Oficina de Gestión Turística: http://www.guadalajara.es/es/Turismo/Turismo-Oficina-de-Gestion), a los que sigue otro apartado más, pero en esta ocasión centrado en “Qué ver en Guadalajara”, es decir, en sus principales recursos histórico-artísticos: el puente árabe, el Alcázar Real, los torreones del Alamín y de Alvar Fáñez, etcétera, además de otros recursos culturales como la Biblioteca Pública Provincial (palacio de Dávalos), la exposición permanente “Guadalajara en la Historia”, el Museo Francisco Sobrino… y los principales recursos naturales: los parques de la Concordia, san Roque, de la Fuente de la Niña y otros muchos más.

“Cuándo ir a Guadalajara” es el tercer apartado que se propone, aunque todas las fechas sean buenas para visitarla. La propuesta se centra en algunas manifestaciones festivas como “Naviguad” y la Cabalgata de Reyes Magos (2 al 5 de enero), Carnaval (febrero- (marzo-abril, variable), Semana Santa (marzo-abril, variable), el Maratón de los Cuentos (a mediados de junio), “Solsticio Folk (segunda quincena de julio), Ferias y Fiestas (segunda o tercera semana de septiembre) y El Tenorio Mendocino (finales de octubre y primeros de noviembre), algunas de ellas destinadas a personas adultas.

Pero además, y aquí radica en gran parte el interés del libro, se propone un “Viaje a Guadalajara para niños” siguiendo las huellas del literato, en el que todos aquellos monumentos que se reseñaron para los más mayores, se adaptan ahora al nivel de la grey infantil mediante juegos sencillos, por ejemplo, investigando cómo es el escudo de la ciudad o buscando en la iglesia de santa María el Cristo “de los Apóstoles” y saber de donde procede dicha denominación popular.

Además, para ello puede contarse con diversos materiales didácticos preparados por el Patronato Municipal de Cultura del Ayuntamiento de la ciudad, a los que se puede acceder mediante el enlace de Internet que se indica.

El libro va desarrollando sucesivamente todas y cada una de las etapas, de forma similar a la que acabamos de ver, que nos ha servido de modelo. Todo ello al detalle, sin que se escape noticia alguna por pequeña que pueda ser, tratando de que el libro sirva a un tiempo a los mayores y a los niños, de modo que contribuya a que ambos despierten el  “gusanillo” de su amor hacia esta pobre Alcarria, Cenicienta tantos años, a la que, según Cela, “… a la gente no le da la gana ir” (Viaje a la Alcarria, 1948) y que, afortunadamente, se ha ido convirtiendo en “un país al que a la gente ya de va dando la gana ir” (Nuevo viaje a la Alcarria, 1986).

Una bibliografía imprescindible (básica), como para comenzar, completa el libro y lo enriquece.
Enhorabuena a su autor y a su ilustradora, así como a sus patrocinadores, por la edición de este libro que representa un gran acierto, por su aportación al conocimiento de la provincia de Guadalajara por parte de ese turismo “familiar”, que tanta importancia tiene para su desarrollo cultural y económico.


Memorias de Pareja

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GARCÍA LÓPEZ, Aurelio, Religiosidad popular en la Villa de Pareja durante la Edad Moderna. Según las visitas pastorales (siglos XVI-XVIII), Guadalajara, Editores del Henares (col. Temas de Guadalajara, 6), 2014, 167 pp. [ISBN: 978-84-617-2072-9].

El presente libro de Aurelio García López, sigue un esquema compositivo muy parecido al de otros trabajos del mismo autor que ya hemos reseñado desde estas mismas páginas.

Consta de dos partes principales: la primera de ellas constituye una introducción al tema y es, por tanto, un encuadre histórico basado fundamentalmente en las visitas pastorales giradas a la iglesia de Pareja a lo largo de un extenso periodo de trescientos años, es decir, los siglos XVI a XVIII, en la que también se incluyen, a modo de factor didáctico que nunca falta en este tipo de libros de García López realizados, por lo general, por encargo de los ayuntamientos correspondientes, algunos aspectos de interés que contribuyen a tener una idea más concreta de lo que entonces era un visitador eclesiástico y de cuáles eran las funciones a él encomendadas, en caso que no fuese el propio obispo quien la hiciera. Parte que se completa con una somera explicación acerca de la mayordomía y el arciprestazgo de Pareja y de algunas de las obras de arte conservadas en su iglesia.

La segunda parte es bastante más amplia y en ella se ofrecen numerosos datos sobre la religiosidad popular en la mayordomía antes citada, poniendo como ejemplo la misma villa de Pareja y sus agregados, de los que incluye algunos datos sobre la iglesia y su beneficio curado, las ermitas y las cofradías en ellas establecidas, que da paso a una nueva exposición en la que se muestran multitud de datos sobre el señorío de los obispos de Cuenca, uno de cuyas palacios se ubicaba precisamente en Pareja, incidiendo nuevamente enla iglesia y en sus presbíteros: párroco, arcipreste, beneficiados, prestameros y capellanes.
Una serie de puntos concretos recogen las memorias y capellanías y viene a centrarse en las ermitas, de las que se exponen algunos datos de trece y finalizar este apartado con un capítulo muy breve en el que nuestro autor da algunas pinceladas sobre la devoción mariana y más concretamente sobre la que se profesa a Nuestra Señora de los Remedios.

Esta segunda parte se completa con el estudio pormenorizado de los aspectos religiosos más importantes de los municipios agregados a Pareja: Casasana, Cereceda, Hontanillas y Tabladillo, en apartados semejantes a fichas, así, por ejemplo: Tabladillo. Iglesia de la Inmaculada Concepción. Memorias: Memoria de las ánimas. Cofradías. Santísimo Sacramento. Evidentemente, en otras populaciones los datos se amplían caso de existir también otros aspectos religiosos dignos de ser tenidos en cuenta. Por ejemplo Hontanillas... Memorias y capellanías: Memoria de las Ánimas, Capellanía del Licenciado Pedro Rebollo. Cofrafías: Vera Cruz, Nuestra Señora del Rosario, Santísimo Sacramento, (otra Vera Cruz, que ya debía existir en 1581), Nuestra Señora de la Asunción. Diversas obras pías. Pósito y Monte de Piedad… así como con las visitas pastorales realizadas por el obispo Felipe Antonio Solano Marín (1779-1800), Pareja como lugar ameno y de recreo de los obispos conquenses, además de coto de caza del obispo Enrique Pimentel, finalizando con las últimas visitas pastorales y la permanencia del culto.

En fin, el libro, que constituye una “primera aproximación a la villa episcopal de Pareja desde el punto de vista eclesiástico” al decir de su autor, se ha podido realizar gracias a los documentos del Archivo Diocesano de Cuenca, donde se conservan los correspondientes a las visitas eclesiásticas que han permitido apreciar las formas de control ejercidas por los obispos de Cuenca a sus feligreses y que han servido para dar a conocer, mediante una amplia visión de conjunto, la gran devoción existente, quizá debida al excesivo número de religiosos, cofradías y ermitas, así como a la puesta en práctica de los postulados surgidos de Trento que estuvieron vigentes hasta las primeras décadas del siglo XIX, siglo en el que los obispos de Cuenca fueron los señores jurisdiccionales de Pareja, donde gozaban de un notable patrimonio (montes, sotos, molinos, batanes, tenerías, tiendas, inmuebles urbanos y rústicos, etc.) que, en algunas ocasiones, destinaron a potenciar el desarrollo económico de su villa y la de sus habitantes, junto al patrocinio y promoción artística de su iglesia, así como al mantenimiento de su fortaleza-palacio, aunque, en otras, la relación obispos-habitantes de  no fuese tan idílica y se aproximase más al concepto de señor-vasallo.

Siguen dos apéndices documentales. La “Visita a las fortalezas de Pareja y Casasana. Año 1509” y el “Extracto de la visita eclesiástica ordinaria a la parroquia de la villa de Pareja y al lugar de Alique su anejo, celebrada el día 5 de noviembre de 1776” (Archivo Diocesano de Cuenca. Curia Eclesiástica, 25, 1776, nº. 5), además de una sencilla bibliografía general, que consta de materiales de archivo y ediciones.

El presente libro, concluye García López, se completará más adelante, a poder ser, con otro estudio centrado en los aspectos civiles, basado en los juicios de residencia con los que el Señor de Pareja controlaba a las autoridades municipales.

José Ramón López de los Mozos






El misterio de la llave de oro

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Martíez Taboada, Miriam: “El misterio de la llave de oro”. Editorial Cuarto Centenario. Madrid, 2016.  120 páginas. Ilustraciones a color, de Isidre Monés Pons. Introducción de María Pilar Martínez Taboada. Tamaño 22 x 21 cms. ISBN 978-84-945579-5-8

Como la propia autora dijo en su presentación, en Guadalajara, en octubre de 2016, “este libro es una obra de arte” porque así ella quiso conseguir que fuera su edición, y porque su contenido le avalora en ese mismo sentido. Se trata de una pieza maravillosa de la bibliografía, editado con el esmero que ahora ya muy pocas veces se ve en los libros. Ello incita a su lectura, a acariciarlo, a pasar sin prisa las hojas y disfrutar con los dibujos a color de Monés, ese artista catalán que vence cualquier quimera que se le ponga por delante. La autora del texto, profesora, y seguntina, ejerce de ambas cosas en esta libro. Y el conjunto (que recuerda a Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo, el ilustre cronista seguntino, su padre) es un valor seguro que se adentra en la biblioteca de quienes pueden sin duda sentirse orgullosos de poseerlo. Porque nunca se desprenderán de él. Y porque –y esto lo seguro porque ya lo he leído- el libro se mete en el corazón, y lo llena de asombro y gozo.

Se trata de un relato con intenciones infantiles, pero termina siendo un libro de universal utilidad: una narración de un momento y de un lugar. Se desarrolla en la Sigüenza del otoño de 1487. Es el momento en que los Reyes Católicos, acompañados de su canciller don Pedro González de Mendoza, que además es obispo de Sigüenza, llegan a la ciudad, camino de Zaragoza. Fernando sigue, dos días después de su llegada. Isabel permanece bastante más tiempo. Y el Cardenal aprovecha la visita para supervisar y generar nuevos adelantos urbanísticos, nuevos proyectos artísticos en la Catedral de Santa María.

Es también el año siguiente a la muerte, en la vega de Granada, en el mes de julio, de Martín Vázquez de Arce, “el Doncel de Sigüenza”. Cuando todos lloran aún la salida de este mundo de aquel malogrado joven, a quien tanto querían.

En esas aparecen los protagonistas, que son dos muchachos, Crispín y Martín, rodeados de su familia, de sus perros y gatos, de sus vecinos moros, judíos y eclesiásticos, de bachilleres y canteros, de canónigos y escultores, de herreros y físicos… la sociedad entera de esa Sigüenza que despide a la Edad Media, cobra una vida singular, perfecta. El dinamismo de las descripciones y de las frases, la intención moralizadora y vivificante, el deseo de la fraternidad entre razas y religiones, la bondad última de las acciones de todos, conforma un mundo ideal pero posible. La autora hace además muchos retratos. No solo de personajes, sino de la ciudad, de sus murallas, cuestas y portillos. De los acontecimientos históricos y costumbristas. De los hechos reales.

El cuento narra en clave de imaginación desbordante, con un hilo de misterio que se eleva a razones culturales de peso, una fábula que bien pudiera ser verdad y no haber ocurrido. Todo casa al final, y todos sonríen, porque se lo merecen. La carrera literaria de Miriam Martínez Taboada está asegurada sobre el firme pilar de “El misterio de la Llave de Oro”, y ya quedamos sus lectores esperando una continuación, una similtud, o en cualquier caso otro libro tan estupendo, y tan bonito, como este.


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A.H.C.

Gentes de Fuentelahiguera

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MARTÍNEZ GÓMEZ, Luis Antonio, Fuentelahiguera: la familia Antequera Enríquez, Almería, Ed. Círculo Rojo, 2016, 665 pp. [ISBN: 978-84-9126-683-9].

Hace algún tiempo, Luis Antonio Martínez escribió su primer libro, una Crónica histórica de la villa de Fuentelahiguera, en el que daba a conocer los hechos más sobresalientes acaecidos en dicha localidad desde el siglo XVI.  Entonces dijimos que se trataba de una crónica que iba dando paso, cronológicamente, a los datos que tras numerosos años de búsqueda e investigación minuciosas fue encontrando y ordenando debidamente.

Hoy, nos presenta este otro libro que viene a completar uno de los aspectos apuntados en aquel otro, referente a una de las familias más importantes de la villa: la de los Antequera Enríquez. Un libro extensísimo y de mayor enjundia que el anterior.

Parte para este estudio del relato, fundamental, de la rama principal de esta familia, que llegó a Fuentelahiguera en el siglo XVI, donde dejó la impronta de su existencia a través de la construcción de sus moradas, así como de algunas donaciones realizadas a la iglesia, como la del Cristo de la Salud, obra del XVII, que se custodia actualmente en su iglesia parroquial.

Una familia que, como tantas otras, llega a Guadalajara acompañando a los Duques del Infantado, a los que servían en sus posesiones de Fuentelahiguera, villa en la que se asentaron tras contraer matrimonio en ella, aunque manteniendo sus casas de Guadalajara.

Esta  especie de cómoda servidumbre sólo se extenderá hasta finales del siglo XVII por diversos motivos, pero principalmente por no perder la vecindad y poder ejercer cargos políticos, por lo que en Fuentelahiguera fue reconocido su derecho para ser nombrados alcaldes o regidores por el estado noble y, en Guadalajara, porque algunos miembros de la familia Antequera Enríquez llegó a ser Procurador General o Alcalde de la Santa Hermandad por su Concejo. Sonaran al lector otras ramas colaterales de la familia que ya disfrutaban de regimientos propios en la ciudad, como los Enríquez de Zúñiga y los Enríquez Montalvo).

También se asentaron en Fuentelahiguera, manteniendo su residencia en Guadalajara como hemos visto -donde vivían largas temporadas-, porque gracias al servicio de sus señores -los Duques del Infantado- se desplazaban frecuentemente con el fin de ocupar diferentes cargos y, finalmente, por su gran interés con emparentar con otras familias nobles de Guadalajara, como los Salinas, Calderón, etc., que tanto contribuyeron a su elevación social en tierras alcarreñas.

En resumen, lo que pretendieron y al fin lograron, fue entrar al servicio de la administración del Estado, con el fin de alcanzar diversos cargos reales.

Algunos miembros de la familia pudieran viajar a tierras americanas, entre ellos José Francisco de Antequera, que en 1680 fue nombrado oidor de Panamá, lo que le sirvió para abrir la puerta del Nuevo Mundo al resto de la familia, dando paso quizá a la etapa más larga y movida de su historia.

Allí, en América, lograrían su mayor grado de importancia al ocupar cargos cada vez más relevantes en numerosos distritos, lo que contribuyó a que, a la muerte del último Antequera en el siglo XVIII, sus herederos se convirtieran en criollos de pleno derecho y pasasen a establecerse en sus nuevas posesiones.
Tras la actuación del último Antequera mencionado, Luis Antonio Martínez, relata pormenorizadamente los hechos acaecidos con motivo de la Revolución comunera en Paraguay tema que, como indica Manuel Rubio Fuentes en su prólogo, siempre se ha tratado un poco de soslayo en la historiografía española. Levantamiento que tuvo lugar contra los todopoderosos jesuitas.

Enfrentamiento que se describe al detalle y en la que intervinieron diversos factores sociales, políticos, económicos y religiosos, que acabó con la derrota de los comuneros y el ajusticiamiento y asesinato de Antequera promovido por los regulares de la Compañía de Jesús, lo -entre otras muchas cosas- trajo algunas consecuencias posteriores como su conocida expulsión de todos los territorios españoles, según la Pragmática Sanción de Carlos III del día 2 de abril de 1767.

Después de la desaparición del dicho Antequera y Castro su familia cayó en el olvido, por lo que en la actualidad es bastante desconocida, aunque, a partir de 1768 se dan a las prensas algunos libros referentes a los Comuneros del Paraguay, en los que no se hace mención alguna a su ascendencia española: por una parte de Fuentelahiguera y, por otra, de la localidad leonesa de Barrillos (en el valle de Curueño).

Algo que llama la atención, y que indica como la Historia se escribe a veces con falsedades es el que, en 1731, tras el ajusticiamiento del citado Antequera, quedó probada la manipulación llevada a cabo por los jesuitas y la injusticia cometida contra él, lo que dio motivo a que el virrey y el resto de las autoridades involucradas en el “asesinato”, diese la orden de quemar toda la documentación existente sobre los sumarios levantados, así como cualquier otro documento relacionado con el tema, además de prohibir que se hablase de ello, por lo que ni siquiera sus allegados más cercanos se atrevieron a enfrentarse al mencionado virrey, por lo que todo quedaba aparentemente en el silencio, aunque el tiempo se encargaría de volver a poner las cosas en su sitio, aunque una vez transcurridos casi cincuenta años.

Con ello que termina la saga de la familia más notable que dio la villa de Fuentelahiguera, cuyo más destacado miembro fue el ya citado don José de Antequera y Castro (1689-1731), quien alcanzó los cargos de Caballero de la Orden de Alcántara, Fiscal Protector General de los indios en la Real Audiencia de Charcas, Gobernador y Capitán General de la provincia del Paraguay, etc.
Un libro que aporta numerosos datos al interesado gracias a la gran cantidad de documentación que incluye, cuyo relato se va amenizando conforme se avanza en su lectura y en el que nada sobra, puesto que las biografías que contiene son completísimas, tratándose, en fin, de un libro ciertamente “denso” por la multitud de datos y acontecimientos que recoge acerca de la familia protagonista, que viene a ser un reflejo de la época.

Un libro al que damos nuestra más sincera enhorabuena y acogida en nuestra biblioteca de temas provinciales de Guadalajara.

José Ramón López de los Mozos

Henche explicado

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GARCÍA LÓPEZ, Aurelio, El Catastro de Ensenada en Henche (1752). Demografía, economía, sociedad y religiosidad en una villa alcarreña en el siglo XVIII, Guadalajara, Editores del Henares (col. Temas de Guadalajara, 7), 2014, 127 pp. [ISBN: 978-84-617-2457-4].

El libro que hoy comentamos es muy fácil de leer y consiste fundamentalmente en una sencilla explicación, debidamente ampliada, de la inmensa cantidad de datos que figuran en el Catastro del Marqués de la Ensenada -preguntas y respuestas- referentes al pueblo alcarreño de Henche. Es decir, de los datos que dicha localidad devolvió a la Administración; aunque antes convendría señalar que dicho Catastrofue un experimento más de tantos otros que se promulgaron por las monarquías necesitadas de dinero. Baste recordar otros catastrosanteriores como las mal denominadas Relaciones Topográficas encargadas por el rey Felipe II (1570) a las que tanto se alude, puesto que constituyen un fondo documental de gran importancia para el conocimiento de los más diversos aspectos relativos a los pueblos que afecta, especialmente en lo que se refiere a su geografía, economía, patrimonio, demografía, etc., con cuyas preguntas se buscaba, estadística y pormenorizadamente, conocer en profundidad la situación del reino.

El libro de Aurelio García López comienza ofreciendo una explicación acerca del propio Catastro de la Ensenada, es decir, de las causas que motivaron su realización y, posteriormente, su aplicación a Henche (1752), a través de las diversas partes de que consta: Averiguaciones y Respuestas Generales, Libros de familias y de hacienda de seculares, y de familias y haciendas de eclesiásticos, cuyo fin no era otro que procurar la realización de una reforma fiscal, mediante el establecimiento de una sola, única contribución, desechando las tan complicadas rentas provinciales anteriores.

Desgraciadamente, como casi siempre ocurre, España no estaba suficientemente desarrollada como para poder llevarla a cabo, por lo que finalmente no pudo efectuarse. La encuesta que comentamos se refería a los 15.000 lugares que conformaban la corona de Castilla -dividida en 22 provincias- y, a través de ella, conocer a gran escala las propiedades territoriales de sus habitantes, así como los edificios, ganados, oficios, rentas, etc., de cada uno de los lugares. Para ello fue ordenada su puesta en práctica por el rey Fernando VI, a propuesta de su entonces ministro de Hacienda, don Zenón de Somodevilla y Bengoechea, primer marqués de la Ensenada, del cual recibe el nombre el catastro que ahora nos ocupa.

Considerando el emplazamiento de Henche en la Alcarria, quisiéramos, dado su interés, dar conocer otras publicaciones anteriores al presente trabajo, ya que se hace necesario mencionar otros de la misma zona, con los que solamente pretendemos informar al lector interesado. Así, obras dedicadas a Horche (Francos Brea, Historia de Horche), Brihuega (Niño Rodríguez, Organización Social y Actividades Productivas en una Villa del Antiguo Régimen. Brihuega), Carrascosa de Tajo (García Escribano, Carrascosa de Tajo. Historia, fiestas, costumbres, canciones populares), Peralveche (Viana Gil, y otras, Peralveche, su historia), Pareja (González López y Ricote Redruejo, Historia de la villa de Pareja. Aproximación a una villa episcopal y su tierra), Loranca de Tajuña (González López y Ricote Redruejo, Historia de Loranca de Tajuña), Chillarón del Rey, Sacedón, Durón (García López, Historia de Durón y sus hidalgos), Hueva (Fernández Izquierdo, La villa de Hueva en su historia. Notas para la memoria de un pueblo alcarreño en la Edad Moderna), Caspueñas (Pardo Sanz, Caspueñas. Imágenes e Historia), Tomellosa (Abascal Colmenero, Tomellosa a la luz de su archivo), Almonacid de Zorita (Herrera Casado, Historia de Almonacid de Zorita), Alocén (García López, Historia de la villa de Alocén), Millana (Checa Torralba, Millana, su historia, arte y costumbres y Nieto Soria, La villa de Millana y su entorno: una puebla de Huete en la Alcarria Medieval), Fuentes de la Alcarria (Gracia Abad, El señorío de Fuentes de la Alcarria), Tendilla (Vázquez Aybar, “Tendilla: el censo de 1752” y Crónica de un tiempo pasado) y Cifuentes (Bermejo Batanero, Organización municipal de una capital de señorío en el siglo XVIII. La villa condal de Cifuentes (1710-1766)), aparte de una sencilla Historia de la villa de Henche.
Volviendo al catastro diremos que las Respuestas generales, que debían contestar las autoridades asesoradas por ciertos peritos -el denominado Interrogatorio-, fue publicado como epígrafe A del Real Decreto de 10 de octubre de 1749 y constaba de  40 preguntas sobre el nombre de la localidad, sus límites, jurisdicción, fuentes de riqueza de los vecinos y del concejo (tierras rústicas, casas, cultivos, ganadería, comercio e industria y número de contribuyentes). El siguiente Libro, el de seculares, lleva el siguiente título, que indica muy a las claras cuál era su cometido: Libro de asiento de las familias seculares que se comprenden en esta villa de Henche con expresión de las cabezas de casas de sus criados, familia y heredades; así de hijos como de criados, y demás familiares de ambos sexos, conforme se previene en el capítulo diez y seis de la Real Instrucción, y es en la forma siguiente.
El de Henche que comentamos lleva la fecha 18 de mayo de 1752 y fue redactado por el escribano público José Hernández. A modo de ejemplo veamos unos ítems. a través de los que poder apreciar su estructura:

-       Antonio de Pedro, labrador, de edad 39 años. Casado con Catalina García de 32 años. Su familia: cuatro hijos: Antonio de edad 5 años, Gil de 8, Eusebio de uno y Antonia de 10 años.
-       Agustín Sanz, jornalero, su edad treinta y seis años, casado con María Canalejas de treinta y ocho. Su familia. Un hijo Felipe de edad de 9 años.
-       Ana Cogedor, casada, viuda, su edad 50 años. Su familia. Una hija: Rosa Canalejas de 16 años.
-       Alfonso Picazo, labrador, de edad 50, casado con Mariana Alonso de otros 50. Su familia. Un criado Pedro Canalejas de 18 años.

El siguiente Libro, el de familias de eclesiásticos es similar al anterior, aunque en este caso afecta a los clérigos con su familia y criados. A continuación siguen los Libros de hacienda de seculares, -que generalmente suele ser el más voluminoso-, y que es, en resumidas cuentas, una especie de índice de todas las propiedades pertenecientes a los vecinos de Henche situados en su término y, finalmente, el Libro de hacienda de eclesiásticos.

A través de la lectura detallada de todos estos libros puede obtenerse una idea muy aproximada a la forma de vida de las gentes de la localidad de que se trate. Aquí se analiza la demografía, economía, administración municipal (desde su origen como municipio de señorío, sus bienes propios y comunales, la organización y la constitución de la corporación municipal), además de la religiosidad popular de Henche durante la Edad Moderna a través de la iglesia y obras de arte que contiene (esculturas, pinturas, orfebrería y. en particular, el órgano), amén de los diversos curatos existentes, a los que se añaden datos curiosos e interesantes sobre votos y rogativas, memorias y capellanías, cofradías y hermandades (como las del Dulce Nombre de Jesús, del Santísimo Sacramento, del Rosario, de las Ánimas y de la Vera Cruz, sobre la que García López se extiende para dar a conocer su fundación y ordenanzas y de cuyo texto el autor hace su traslación, dando a conocer sus componentes, la Junta General por la que se gobierna y la celebración de la festividad de la Cruz de Mayo, además de sus ingresos y gastos y otras celebraciones festivas… hasta llegar a recoger el número de ermitas entonces existente (san Pedro, san Roque y san Bartolomé).

Un apéndice documental, que ocupa las páginas finales del libro, se destina a la traslación  de una “Copia literal de las Respuestas Generales [del] Catastro marqués de Ensenada villa de Henche. Año 1752” (pp. 103-120).

Un libro, como en general viene sucediendo con todos los de esta misma “Colección Temas de Guadalajara”, de fácil lectura y comprensión para el lector no acostumbrado a los temas históricos (no novelados), que contribuye a un conocimiento mejor de la historia local de Henche, tan semejante a la de otras poblaciones circunvecinas a las que tan unida estuvo en tiempos pretéritos.


José Ramón López de los Mozos

Presencia de Buero en Guadalajara

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Orea Sánchez, Jesús: “Buero Vallejo y Guadalajara”. Edición conjunta de Excmº Ayuntamiento de Guadalajara y Excmª Diputación Provincial de Guadalajara. Guadalajara, 2016. 17 x 24 cms. 312 páginas. ISBN 9788492502-50-9.

Con motivo del centenario del nacimiento en Guadalajara de Antonio Buero Vallejo, Premio Cervantes entre otras cosas, y aclamado com gran dramaturgo del siglo XX español, las instituciones públicas alcarreñas han promovido un amplio programa de homenaje a la figura de este literato, nacido en la ciudad en septiembre de 1916.

Uno de esos homenajes ha sido el libro que comentamos. Escrito por Jesús Orea Sánchez, nos ofrece una visión pormenorizada de la vida y obra del escritor alcarreño, centrada especialmente en los años y secuencias de su paso por Guadalajara. La obra está muy bien estructurada en dos partes y unos apéndices. En la primera parte, se tata del origen de la familia Buero, y de la infancia y juventud del autor, en la ciudad, alcanzando tras la Guerra Civil, el momento álgido de su detención y condena a muerte, de la que finalmente fue absuelto.
La segunda parte se refiere a la vida de escritor de Buero, y a la repercusión que su obra, sus representaciones, hemonajes, etc. Fueron teniendo eco en la ciudad, por ejemplo a través de Antorcha, de la Jornada de Exaltación Alcarreño de septiembre de 1972, del homenaje tributado por la Casa de Guadalajara en Madrid, en 1968, y muchos otros.

En los Apéndices, Orea nos refiere el listado de la obra literaria completa de Buero, y la bibliografía, amplia y exhaustiva, utilizada en esta ocasión. Creo que queda claro, o a nosotros nos lo parece con meridiana claridad, que es la de Jesús Orea Sánchez una de las mejor cortadas plumas del panorama literario actual de Guadalajara, y en este libro lo ha sabido expresar a la perfecciçon, en cuanto a estructura y formas.

El libro está escrito con la limpieza y claridad que Oreapone en todas sus cosas, bien hilado el conjunto, bien ilustrado, por lo que constituye un libro, a más de estar muy pulcramente editado (por Intermedio Ediciones), de fácil lectura y de equilibrado homenaje, saliendo a la piel lo que Guadalajara sabe y recuerda de este su paisano, que ya en Madrid alcanzó a ser un dramaturgo “de los que quedan en los libros de Historia de la Literatura”, lo cual no muchos lo consiguen.


A.H.C.

Aparece la Catedral de Sigüenza

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Herrera Casado, Antonio: ”La catedral de Sigüenza”. Aache Ediciones. Guadalajara, 2016. Colección “Tierra de Guadalajara” nº 101. 144 páginas, 200 ilustraciones, con planos, fotografías y dibujos. Prólogo de Jesús de las Heras Muela. Dibujos de Isidre Monés Pons. Fotografías de Antonio López Negredo. ISBN 978-84-15537-99-1. P.V.P.: 12 €.

Aunque existen ya varios libros y estudios sobre la Catedral de Sigüenza, algunos clásicos, y otros recientes, con documentación exhaustiva, y con carga gráfica preciosa, la editorial Aache se atreve a proponer este libro sobre el mismo tema, con una serie de aportes que consideramos novedosos. Y manteniendo su línea divulgativa intacta.
Lo primero que cabe destacar de este libro es su claridad y sencillez, de tal modo que en él aparece reflejado todo cuanto debe saberse sobre el edificio y el contenido de la catedral, y sobre los personajes que fueron sus protagonistas, sin que falte nada sustancial en él, ni tampoco sobre. El autor, Antonio Herrera Casado, Cronista Provincial de Guadalajara y con casi un centenar de obras en su haber, demuestra aquí, una vez más, su profundo conocimiento del tema, y su capacidad divulgativa máxima.




Al texto que ofrece la historia de la construcción, la descripción de su aspecto externo, y el relato minucioso y ordenado de su interior, se le suman en este libro una docena de intervenciones monográficas sobre aspectos muy puntuales y muy poco conocidos o valorados de la catedral. Entre ellos el análisis de algunas capillas, como la de la Anunciación y la de la Concepción, o la colección de tapices barrocos, ahora restaurados, incluyendo sendos estudios breves pero muy novedosos sobre la presencia de Hércules en el altar de Santa Librada, la del dios Apolo en el coro, o la de los guerreros y sibilas de la Antigüedad en la sacristía de las cabezas. Todo ello sumando puntos a la valoración del edificio como un monumento al humanismo renacentista, parejo a los símbolos cristianos y al mensaje de espiritualidad y rito que emana de muchos otros ámbitos, capillas y enterramientos.



Aunque es difícil añadir algo nuevo sobre el tema, este libro aporta una visión sobre el Doncel que se centra en ese valor humanístico que tiene la estatua, y la capilla en que se contiene, como suma de simbolismos a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento.

--> En todo caso, y además del texto sencillo y clarificador, que sirve de acompañante al viajero que desea conocer, de principio a fin, este templo catedralicio, el libro suma otros valores, especialmente gráficos, entre los que se incluyen un buen número de dibujos antiguos (rescatados de la obra de Prentice a principios del siglo XX), dibujos magistrales de Monés Pons, y muchos escudos y sepulcros analizados con claridad por el estilógrafo de Herrera. Todavía nos brinda una extraordinaria colección de fotografías, muchas de ellas salidas de la cámara atrevida de López Negredo, y otras de mínimos detalles apenas apreciados hasta ahora. Un plano final permite al lector situar cada elemento descrito en el contexto del entramado catedralicio.

Más Romances Inéditos

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Primera parte de la Silua de varios Romances en que estan recopilados la mayor parte de los romances castellanos que hasta agora se han compuesto. Hay algunas canciones y coplas graciosas y sentidas. Impressa en Zaragoza por Esteban G. de Nagera en este año de 1550. Estudio de Viçent Beltran, México, Frente de Afirmación Hispanista, A. C., 2016, 593 pp. [Coord. ed. José J. Labrador Herraiz]. ISBN: 978-84-617-4194-6.

El hermoso libro que nos ocupa aparece dividido en dos partes: La Primera parte de la Silva de romances, debida a Viçent Beltran (Sapienza-UB-IEC), págs. 9-137 y la edición facsimilar de la obra de 1550, págs. 139-593 (Deo gratias).
En la primera es interesante recordar las palabras que, en una nota final de su edición, dejaba Esteban de Nájera, el impresor del libro, recogidas por Viçent Beltran en su estudio:
“Algunos amigos míos como supieron que yo imprimia este cancionero: me traxeron muchos romances que tenian: para que los pusiese enel: y como ya yuamos al fin dela impression: acorde de no poner los: porque fuera interrumper el orden començado: sino hazer otro volumen que será Segunda parte desta Silua de varios romances: la qual se queda imprimiendo” (f.  ccxxi).
Y así fue, puesto que la mencionada Segunda parte vio la luz el mismo año de 1550. Los estudiosos suponen al respecto que no debió tratarse simplemente de la falta de espacio para tanto romance allegado por los amigos de Nájera, sino que el propio impresor debió darse cuenta de que con todo el material recogido podía editar otro volumen, para lo cual, en el primero, lo anunció como un proyecto que, al final, produjo los tres textos que se conocen en la actualidad.
Y es que, como señala Viçent Beltran, la Silva no fue una ficción de Martín Nucio, sino, como queda dicho, un proyecto que inmediatamente logró un sonado éxito, a través de  una primera parte bastante alejada del modelo en que aparecieron los pliegos, puesto que aprovechó la oportunidad para dar a la luz una serie de chistes y canciones, sin modelo concreto y con los poemas dispuestos sin un orden previamente establecido, método que siguió Nájera a lo largo de su escasa producción y que, en realidad, vino a ser una especie de prueba a seguir en el resto de sus ediciones mediante la utilización de elementos suficientemente utilizados teniendo además a su favor un mercado seguro para incluir todo tipo de novedades como se demuestra a lo largo de la Segunda y Tercera parte de la Silva y el Cancionero general de obras nuevas.
El hecho de incluir los romances religiosos y los chistes-canciones significó una apertura a dos aspectos claramente contrapuestos: la lírica religiosa y la poesía festiva, aunque siguiendo los gustos y preferencias de quienes tenían suficiente poder económico para la adquisición de tales libros, es decir, la aristocracia y las clases acomodadas quienes, todavía a mediados del siglo XVI, consideraban el romance en su dimensión publicitaria y didáctica, especialmente de los hechos históricos, en la puesta al día de las costumbres corteses y por la introducción en ellos de ciertos elementos grecolatinos, a pesar de todo lo cual, la lírica musical fue mucho más innovadora.
En lo que se refiere a la procedencia de los materiales, Beltran confirma, tras el análisis de los pliegos que, al no existir una tradición escrita anterior, es de suponer que tales géneros debieron ser empleados por ministriles o músicos y recitadores, lo que dio lugar a numerosas modificaciones como puede constatarse en el romancero nuevo y en los cancioneros coetáneos a los Reyes Católicos, en los que aparecen versiones abreviadas en comparación con las manuscritas e impresas.
Del mismo modo, los eclesiásticos debieron encargarse de la producción de poesía religiosa, según puede apreciarse en los ocho romances de la Segunda parte.
El caso fue que, tanto el contacto con músicos y declamadores y con clérigos, debió tener mucha importancia para Esteban de Nájera a la hora de llevar a cabo sus ediciones, en cuya documentación queda patente su impronta.
Posteriormente, las diversas ediciones de la Silva debieron servir de fuente para el mejor conocimiento del romancero, hasta que la verdadera importancia había que concedérsela a Martín Nucio, como pone de manifiesto el estudio de Mario Garvin, Martín Nucio y las fuentes del `Cancionero de romances´ (pp. 289-291), cuyo facsímil fue estudiado por Menéndez Pidal quien llamó la atención de los expertos hacia este editor, relegando las Silvas a un último plano al considerándolas como simples reediciones o meras continuaciones sin importancia para el estudio del romancero, aunque a la hora de este “olvido” también tuvo importancia la escasa dedicación al tema épico nacional, que debió esperar hasta el siglo XX, en que sirvió a los intereses de los neotradicionalistas.
Sin embargo, Antonio Rodríguez-Moñino dejó bien claro que:
“las dos grandes fuentes de difusión del romancero español entre la masa popular han sido los pliegos sueltos poéticos y esta Silvaen sus diferentes versiones. No podemos considerar como un elemento decisivo en esta transmisión al Cancionero de romances que en doscientos años solo se imprimió seis veces, cinco de ellas fuera de España”,
dando prioridad entre las Silvas a la que denominó Silva compendiada de Jaime Cortey, publicada en Barcelona en 1561, que se editó ininterrumpidamente desde 1561 hasta 1696, de la que hay registradas 33 ediciones y la total seguridad de que hubo algunas más (La Silva de romances de 1561, p. 7).
Pero volvamos al comienzo del libro, donde Viçent Beltran ofrece numerosos datos acerca de la emergencia del romancero y la importancia de la Silvaen la historia de la literatura española, para lo cual parte del significado del romancero durante los primeros cincuenta años del siglo XVI e indica el proceso que siguió para, desde la oralidad, convertirse en escrito (copiado o impreso), participando para ello en un proceso de transmisión que adquiere una persistencia de la que carece la tradición oral, aunque conservando, en parte, algunas formas de ser del texto oral, especialmente la movilidad textual y el carácter anónimo.
El brote de los primeros romances escritos conduce a la corte de Alfonso el Magnánimo -el primer romance transcrito, “Gentil dona, gentil dona”, fue copiado por un mallorquín que estudiaba en Bolonia en fecha algo posterior a 1421 y se trata de un romance tradicional basado en un motivo folklórico de tema erótico-libertino: la burla hacia el hombre rudo que no sabe amar, que tan altas cotas alcanzó en el mundo aristocrático-. También figura en dicha corte el primer romance trovadoresco: “Terrible duelo fazia”, del poeta Carvajal, en el que se usa como tema principal “la cárcel de amor”.
El resto de los romances de esta etapa contienen un aspecto marcadamente noticiero y en ellos se siguen empleando los modelos y usos tradicionales, como queda de manifiesto, por ejemplo, en el romance titulado “Por los montes Pirineos” en el que se cuenta la huida a Francia del príncipe de Viana, tras ser derrotado por su padre Juan II de Aragón (1457). Romane al que se le añadió una melodía actualmente perdida. Los ejemplos serían muchos.
Con el paso del tiempo, entre finales del siglo XV y comienzos del siguiente, se va produciendo una evolución del romancero, precisamente cuando, de forma esporádica, aparte de los cancioneros, comienzan a ser copiados numerosos romances épicos tradicionales: “Ya comienzan los franceses”,“Helo, helo por do viene”,“Rey que no hace justicia”, etc., hecho que seguirá siendo costumbre hasta la llegada del romance nuevo, en que comienzan a manuscribirse, de ahí la importancia de la edición de pliegos sueltos, como la del manojo que imprimió Jacobo Cromberger en su imprenta de Sevilla entre 1511 y 1515: “Ya cabalga Calaínos”,“Asentado está Gaiferos”, el Romance de conde Alarcos,“Retraída está la infanta”,“Estávase el conde Dirlos”, el Romance del conde Guarinos,“Mal ovisteis los franceses”… de los que ninguno procede del Cancionero general.
A pesar del éxito obtenido, la edición de romances orales no fue continuada por otros impresores, que se dedicaron a publicar partes concretas o extractos del Cancionero mencionado, de modo que los publicados a mediados del siglo XVI constituirían la base del Cancionero de romances, del que también descenderían las Silvas de romances que tanto contribuyeron a la conservación del romancero antiguo.
Viçent Beltran señala la importancia de llevar a cabo una nueva interpretación de la función social del pliego suelto, del que se viene aceptando que
“nace, con los albores de la tipografía, el cuadernillo barato que reúne un haz de composiciones para cantar o para leer, patrimonio literario de un pueblo, atenido casi exclusivamente antes a tradición oral (…) destinado a propagar textos literarios o históricos ante la gran masa lectora, principalmente popular “. Se trata del periodo que estudió Caro Baroja en su Ensayo sobre la literatura de cordel (Madrid, Revista de Occidente, 1969).
En realidad este aspecto se desarrolló entre los siglos XVI -alrededor de 1580- y XX, aunque en su primer momento prevaleció la lectura del denominado “pliego culto”, como su propio nombre indica destinado a quienes podían leer con la suficiente fluidez como para que su lectura se convirtiese en motivo de placer y fuente de instrucción, es decir, algunos nobles, clérigos, letrados y determinadas élites ciudadanas, lo que explicaría que poetas de alto nivel como Juan del Encina y Juan de Timoneda e incluso Lope de Vega, cuidaran por sí mismos sus ediciones de pliegos.
Además, el pliego, sobre todo en sus comienzos, conllevaba un carácter oficial en el que quedaba patente cierto contenido político e ideológico mediante el que se procuraba promocionar la monarquía, por lo que durante el reinado de Carlos I este contenido aumentó considerablemente poniendo énfasis en algunas controversias e incluso en la guerra de las Comunidades, que produjeron gran cantidad de pliegos sueltos con los que dar paso a una importante campaña publicitaria.
De todo lo que se deduce que los pliegos gozaron de una doble importancia, primeramente por haber impreso textos que circulaban precariamente, tal vez en repertorios musicales o utilizados por recitadores profesionales, y, en segundo lugar, por haber constituido la fuente principal de la mayor parte del Cancionero de romances y haber contribuido a la conservación de muchas obras que de otra forma se hubieran perdido.
Respecto a las fuentes del Cancionero de romances antes citado, Menéndez Pidal consideró que la mayor parte provenían del Cancionero general, a los pliegos sueltos y, muy pocos, a la tradición oral o manuscrita, por lo que dedujo que “en general podemos presumir que proceden de copias manuscritas de romances de tono juglaresco, erudito o artístico (…) y de la tradición oral, los de tono popular”, sin tener en cuenta el contenido de la presentación del volumen que imprimió Martín Nucio, refiriéndose a la “flaqueza dela memoria de algunos que me los dictaron” (Cancionero de romances impreso en Amberes sin año. Edición facsímil con una introducción por R. Menéndez Pidal. Nueva edición, Madrid, C.S.I.C., 1945).
Sin embargo, contando con las fuentes disponibles en la actualidad, Mario Garvin (“Martín Nucio y las fuentes del Cancionero de romances”, eHumanista, 32, 2016, 288-302), indica que veinticinco romances proceden de fuentes desconocidas, de diecisiete supone que medió algún manuscrito y solo cinco son de posible origen oral. También deduce que el Cancionero de romanceses el resultado de un proceso de compilación y posterior ordenación ya que Martín Nucio escogió una serie de romances del Cancionero general, de los que hizo la clasificación temática -anunciada en el prólogo: “primero los que hablan delas cosas de francia y de los doze pares, despues los que cuentan historias castellanas y después los de troya y vltimante los que tratan cosas de amores”-, cuya ordenación se le hizo difícil en algunos casos, por ser la primera vez y también por  basarse en el contenido de los pliegos que, generalmente, contienen varios temas, sometiendo los textos a una cuidadosa revisión ortográfica y a una nueva presentación tipográfica (que mejorase su legibilidad) y que pasó de emplear la letra gótica por la humanística redonda que iba cobrando mayor auge, elementos que empleó cuidadosamente a la hora de la edición definitiva del Cancionero de romances de 1550 (Anvers -Amberes-, 1550).
Con todo este material, parece más fácil analizar la estructura, fuentes y significación de la Primera Silva de romances, de la que lo primero que llama la atención es el título, puesto que la palabra romancero se empieza a extender tras la aparición del Romancero de Pedro de Padilla en 1583. Otro aspecto a tener en cuenta es la dependencia de la Silva respecto al Cancionero, de la que retoma el orden, como así se pone de relieve en el libro que comentamos.
El Cancionero de romances finalizaba con un “perqué” anunciado por la rúbrica “Porqve en este pliego quedauan algunas paginas blancas y no hallamos Romances para ellas pusimos lo que se sigue”, que también cierra en la Primera parte de la Silva la sección de romances, aunque con una rúbrica nueva: Romance a manera de perque, que es un género procedente de los cancioneros cuatrocentistas, muy utilizado en el Renacimiento de modo que en ocasiones confluyó con los géneros cómicos y satíricos y, más concretamente, con las composiciones de disparates.
Todo ello da pie a Viçent Beltran a extraer dos conclusiones: “una mayor cohesión de las secciones temáticas en que Esteban de Nájera, siguiendo a Martín Nucio, organizó su edición (…) y el expurgo de romances carolingios o de tema francés, a pesar de no haber sido completamente rigurosa…”.
Un libro interesantísimo para la historia de la literatura española, de gran profundidad y de cuya lectura disfrutará el lector, dada la cantidad de aspectos que, quienes ya tienen cierta edad, podrán comparar con los ciegos ambulantes recitadores de pliegos de cordel que también vendían y que tanta importancia tuvieron en la España de posguerra.
José Ramón López de los Mozos 
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